60° Bienal de Venecia (Italia): extranjeros por todas partes

La principal exhibición de arte internacional se destaca por su premisa central. Ha convocado voces relegadas para hacer foco en lo que ha sido ignorado, y celebrar así lo marginal y lo foráneo.
Por Manuel Quaranta

 

La 60° Bienal de Venecia presenta una particularidad histórica, es la primera edición cuyos destinos curatoriales los conduce un latinoamericano, Adriano Pedrosa. El curador brasileño eligió como eje central la figura del extranjero, y por eso la ha titulado Foreigners everywhere (Extranjeros por todas partes). El título contiene un carácter ambiguo: 1. Donde vayas siempre encontrarás un extranjero. 2. Donde estés, siempre serás uno. Es revelador reivindicar la extranjería en una ciudad como Venecia, que, según la BBC, durante las últimas tres décadas, se ha convertido en una de las “víctimas más notables del sobreturismo”. Según estadísticas de finales de 2023, la ciudad recibe aproximadamente treinta millones de visitantes al año, cuando el número de residentes roza apenas los cincuenta mil. Esto significa que Venecia desborda de extranjeros y los residentes, ante el volumen de la invasión, se vuelven ellos mismos seres extraños en una ciudad que ya no les pertenece (ni, por lógica básica, tampoco le pertenece a los turistas). En uno de los bares más animados del circuito artístico, Bar Mio, extendían el horario tres o cuatro horas y a mitad de la tarde se les acababa la comida. La causa, como contó la dueña con entusiasmo, era unívoca: la Bienal.  

No hay duda entonces de lo afortunado del título y de la importancia del tópico a trabajar tanto en los pabellones nacionales como en el pabellón general (dividido entre el Arsenale y el Giardini). Concomitante con la estampa tradicional del extranjero surgen otros tipos de extranjería: el género, la raza, lo indígena. Hablamos de inmigrantes, emigrados, expatriados, refugiados, representantes de una sangría diaspórica que no parece encontrar límites. La Bienal hace pie en lo inestable del desplazamiento, y le abre una puerta a voces relegadas, ninguneadas e invisibilizadas. En una palabra, la premisa de Pedrosa intenta volver central lo marginal, celebrar lo queer, lo lejano, lo foráneo, llenar vacíos y huecos de la historia del arte con los ignorados de la historia.  

La Bienal (casi escribo la feria; la reproducción del equívoco no pretende ser peyorativo, al contrario) es consistente, sólida, sin ampulosidades; alejada del show y del mundo del espectáculo. En términos generales, de las cuatro bienales que visité es la más convincente, la más coherente: Pedrosa define su objeto, lo circunscribe, lo aborda –junto con los artistas, de múltiples maneras– y luego le pasa la posta al espectador, quien, dependiendo del grado de predisposición, se dejará afectar (o no) por la vivencia artística para, en última instancia, convertirla en experiencia.  

El envío argentino, por ejemplo, Ojalá se derrumben las puertas, de Luciana Lamothe curado por Sofía Dourron, invita al espectador a transitar entre las obras, cuya materia principal (madera) la artista se ha encargado de recoger y reciclar de diversos lugares, incluida Venecia; estructuras (formas) que contienen una violencia latente, en estado de inminencia, pero no sólo en el sentido de destrucción, sino también violencia como creación. Al cerrar el recorrido, uno de los videos expuestos dialoga con las intervenciones públicas (vandálicas) que realizó Lamothe entre 2003 y 2006. Agreguemos que a la exposición general curada por Pedrosa fueron también invitadas La Chola Poblete (obtuvo una mención especial), Mariana Telleria (la tensión justa entre formalismo y poesía) y Claudia Alarcón junto al grupo Silät (tejidos preciosos de una factura muy ambiciosa).

Por cuestiones obvias no voy a referirme a la totalidad de los pabellones. Rescato la coherencia, la ausencia casi total de piezas tecnológicas, más bien, observamos una apuesta por lo matérico, lo artesanal, el tejido, la pintura y las instalaciones escultóricas. A mi modo de ver, los espacios más logrados, además de Argentina, fueron Canadá, Australia (premio principal), Italia,  España, Sudáfrica y el Líbano; aunque de pequeñas dimensiones los pabellones de Uruguay y Perú se destacaron entre el resto.

Como puntos oscuros (no todo puede ser color de rosa) se percibió cierto lavado de cara ideológico, cierta levedad política; Foreigners everywhere es una bienal de agenda, que cumple con los parámetros actuales del sujeto promedio biempensante. ¿Representa esto una objeción definitiva? En absoluto, en todo caso estamos ante la oportunidad histórica de pensar con rigor la duplicidad de los fenómenos, como si dijéramos que la ambigüedad del título contiene a la vez una ambigüedad existencial: existen en simultáneo dos bienales, como dos Venecias, como todos nosotros somos dobles, como lo marginal coquetea con lo central y lo central incluye lo marginal, depende de los contextos, de las visiones, de los intereses (los deseos) en juego. En lo extranjero habita lo propio, y lo propio participa de lo extranjero. Nadie sale indemne, eso es seguro, la dialéctica (la contaminación) resulta inevitable: todos tenemos algo queer y heterosexual, blanco y negro, todos somos extranjeros (burgueses o artistas, indígenas o trans) en nuestra propia patria; todos tenemos un corazón extranjero latiendo dentro de nosotros, un intruso que ninguna fuerza (afortunadamente) jamás podrá conquistar. 

 

 

 

 

 

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