Francisco Toledo: entre Borges y la mitología zapoteca

Su famosa serie 'Zoología fantástica', inspirada en el libro homónimo del célebre escritor, combina lo moderno y lo ancestral en una manifestación quimérica de pintura y literatura.
Por Virginia Fabri
Tamazul, 1977 Tamazul, 1977

 

Irreverente y transgresor, el inmenso pintor, grabador y escultor Francisco Toledo fue reconocido no solo por su arte sino por su lucha social y política. Su compromiso con la defensa de la cultura, el medio ambiente y la justicia social fueron continuos a lo largo de su vida. Este 2025 se cumplen 85 años de su nacimiento, y su legado sigue vigente, no solo en su obra, sino en los movimientos que inspiró.

El lugar de nacimiento de Francisco Toledo está rodeado de ciertas controversias. Toledo proviene de una familia de origen zapoteco, radicada en el istmo de Tehuantepec. Cuando dio a luz al artista, la madre se encontraba accidentalmente en la Ciudad de México. A pesar de ello, el propio Toledo siempre afirmaba que Yuchitán era su lugar de nacimiento, ya que se identificaba con este pueblo prevalentemente indígena, depositario de la civilización zapoteca. No obstante, en una entrevista con Angélica Abelleyra, llegó a reconocer muy a su pesar, que no nació en Yuchitán sino en la Ciudad de México.

Criado en una comunidad indígena, no solo adoptó las técnicas de los grandes maestros de la pintura y el grabado, sino que también se empapó de los relatos ancestrales que definían su identidad zapoteca. A lo largo de su carrera, sus obras reflejan una conexión profunda con la tierra, la naturaleza y el mundo místico que definía su existencia.

Su padre era un zapatero de Juchitán y su madre provenía del pueblo de Ixtaltepec de una familia de comerciantes dedicada a la matanza de cerdos. El contacto con el universo rural fue para Toledo una evocación idealizada, relacionada con las narraciones de las leyendas de su tierra contadas por sus abuelos y  parientes. 

A los once años comenzó su formación,  primero en el Taller de Grabado de Arturo García Bustos (discípulo de Frida Kahlo), y luego en el Taller Libre de Grabado de la Escuela de Diseño y Artesanías del INBA en la Ciudad de México. Pero es en Oaxaca donde gestaría toda la obra que marcaría su carrera y lo haría célebre en todo el mundo. A principios de la década de 1960 exhibió en Texas, también viajó a París para perfeccionar su técnica de grabado y tras cinco años, regresó a México con una nueva perspectiva artística.

 

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Francisco Toledo (Ciudad de Mexico, 1940 - Oaxaca de Juárez, 2019)

 

Toledo era además un gran narrador de historias y, al igual que los antiguos mitos zapotecos que su tía Laureana le contaba en su niñez, ofrecía al espectador una entrada a mundos de seres antropomórficos, criaturas híbridas y monstruosas, que habitan tanto sus grabados como sus esculturas.

Si bien la vanguardia europea, especialmente las propuestas modernistas, influyó en su estilo, Toledo nunca dejó de mirar hacia su propia tierra. La riqueza cultural de Oaxaca se convirtió en su fuente de inspiración primaria, y sus obras no solo estaban impregnadas de las tradiciones locales, sino también de los ecos de las antiguas civilizaciones mesoamericanas. En su trabajo, el folklore, la cosmogonía indígena, y las creencias chamánicas se fusionan con un lenguaje plástico único, creando una narrativa visual que habla de un pasado lejano y de un presente lleno de luchas.

 

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El conejo fumigador, 1979.

 

Sin embargo, Toledo no se limitó solo a lo que conocía de su tierra; su obra se expandió hacia territorios literarios más amplios. La fascinación por la obra de Borges fue uno de los grandes motores de su creatividad. El escritor argentino, conocido por su exploración de mundos paralelos, laberintos y universos literarios infinitos, inspiró a Toledo a crear su propio zoológico imaginario. El artista zapoteco no solo se dedicó a plasmar la flora y fauna que lo rodeaba, sino que también construyó su propio "zoológico fantástico", en una serie en la que criaturas imaginarias se funden con los mitos y leyendas de su tierra natal. Esta fusión no es casual, sino que responde a una profunda admiración por la obra de Borges, a quien consideraba el maestro que le permitió trascender las barreras entre el arte y la literatura.

  

Zoología fantástica

En 1957, Jorge Luis Borges, con la colaboración de Margarita Guerrero, publicaron el primer bestiario extraído de la imaginación universal: Manual de zoología fantástica, una compilación de seres extraños provenientes de un amplio rango de eras y tradiciones literarias de Oriente y Occidente, así como de criaturas que se gestaron en la imaginación de escritores como Kafka, Alan Poe, Flaubert o Lewis Carroll.

Con motivo del 50 aniversario de su fundación, el Fondo de Cultura Económica pidió a Toledo en 1983 que ilustrara la obra del escritor argentino. El artista se embarcó en la compleja aventura de dibujar y colorear las bestias que vislumbraron Borges y produjo una magnífica serie de pinturas. 

 

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El resultado fueron cuarenta y cuatro acuarelas y tintas sobre papel de un valor artístico inigualable (ver galería). Y si bien Toledo se inspiró en la tradición del bestiario, fue más allá y se sumergió en su propia esencia zapoteca para sumar sus propias creaciones incluyendo tradiciones y seres de su lugar de origen, como chapulines, aves, iguanas, lagartijas, jaguares, serpientes, tortugas y monos. 

La famosa serie Zoología Fantástica es un claro ejemplo de cómo Toledo logró integrar la influencia de Borges en sus trabajos. En obras, las criaturas míticas de la cosmogonía zapoteca no solo son animales, son símbolos y representaciones de los misterios del universo y de las paradojas humanas que se convierten en metáforas de una realidad onírica y mitológica. Acuarelas en los tonos del barro, tintas que incluyen el rojo, el marrón, el gris y el azul oscuro, los colores usados por el artista recuerdan el abanico de matices del paisaje del llano mexicano.

 

Edición reciente de Zoología fantástica / Borges - Toledo

 

Su diálogo con Borges fue más allá de la admiración intelectual. Toledo vio en el escritor argentino una voz capaz de transformar lo concreto en lo abstracto, de dar vida a seres que existen solo en la mente humana: un tigre con múltiples cabezas que puede estar en todas partes y en ningún lugar a la vez, un ave que habla en lenguajes olvidados, un hombre que se convierte en su propio reflejo. Cada uno de estos seres refleja una dimensión que se extiende más allá de lo físico, adentrándose en los recovecos de la imaginación popular.

 

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Gatos con pesadillas, 1975. 

 

Toledo entendió la pintura y el grabado como una forma de revelar lo oculto, de construir universos de líneas que parecían llevar al espectador a un lugar sin retorno. Los trazos de Toledo, con su singular capacidad para jugar con la luz y la sombra, no solo representan lo visible, sino también lo intangible, aquello que no puede ser tocado pero sí comprendido a través del alma.

 

Resistencia y creatividad

A lo largo de su vida, Toledo no solo fue un artista visual, sino también un defensor de la cultura indígena y un activista en favor de su comunidad. Utilizó su posición de artista para exponer las injusticias que enfrentan los pueblos originarios, pero también para celebrar su riqueza cultural. Sus obras, que abarcan desde el grabado hasta la cerámica y la escultura, muestran una mezcla única de modernidad y tradición, de lo universal y lo particular. En este sentido, su trabajo también se convierte en una resistencia frente a las adversidades de un sistema que a menudo despoja a los pueblos indígenas de su voz y su historia. 

En su relación con la sociedad, Toledo no fue solo un creador, sino también un defensor incansable de los derechos de los pueblos indígenas y el patrimonio cultural de su tierra. Fue un activista imparable, luchó por conservar las tradiciones, apoyó a artistas locales y promovió la lectura y la educación. Su compromiso con la defensa del medio ambiente y las luchas sociales lo convirtió en un referente de la resistencia cultural. Reconocido en museos y galerías, Toledo también era un hombre de acción y sus opiniones no pasaban desapercibidas. Participó en manifestaciones y luchó contra la destrucción del patrimonio, como cuando se opuso a la construcción de un Mc Donald’s en el centro histórico de Oaxaca. Fue considerado “el mayor defensor de Oaxaca”, un título que reflejaba su cercanía con su gente y su compromiso con su tierra.

 

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El chivo equivocado, 1978.

 

Su lucha social llegó a un punto culminante en 2014, cuando, profundamente conmovido por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, se sumó a las manifestaciones de apoyo con una serie de barriletes (papalotes) que decoró con retratos de los estudiantes desaparecidos. Este gesto, aparentemente sencillo, estuvo cargado de una profunda carga política. A través de los papalotes, Toledo rendía homenaje a la memoria de los jóvenes desaparecidos y los elevaba simbólicamente hacia el cielo, mientras el país exigía justicia.

Su afición por los papalotes no solo fue una forma de protesta, sino también un reflejo de su espíritu alegre, que a menudo emergía en sus obras. En sus últimos años, comenzó a decorar papalotes con fines humanísticos, con figuras de animales como saltamontes, tortugas, camarones, elefantes y esqueletos, creando una explosión de colores y formas que evocaban la libertad y la alegría. Pero incluso en esos momentos más caprichosos, su obra seguía siendo un vehículo para la reflexión social, una manera de alzar la voz ante las injusticias. 

 

El legado eterno de Toledo

La obra de Toledo es una de las más completas y trascendentes de la historia del arte mexicano. Logró construir un universo visual único, donde lo simbólico y lo fantástico se entrelazan con las tradiciones más profundas de Oaxaca. Pero Toledo fue mucho más que un artista, el amor por su tierra lo llevó a transformar su ciudad natal en un crisol cultural. Fundó Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) y el Jardín Etnobotánico, que enriquecieron el patrimonio artístico y natural de la región. Su espíritu sigue vivo en los museos y las calles de Oaxaca. 

Falleció en su hogar a los 79 años a causa de un cáncer de pulmón el 5 de septiembre de 2019, dejando un vacío en la cultura mexicana que será difícil de llenar. Su legado habita en los corazones de quienes lo admiraron y en las generaciones que aún encuentran en su arte un camino para entender el mundo. Francisco Toledo, el hombre que defendió su tierra con la misma pasión con la que pintaba, sigue siendo un faro de resistencia y creatividad en un México que necesita recordar la fuerza de sus raíces y el poder del arte como un medio para transformar la realidad.

 

 

 

 

 

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