Su serie de avatars disuelven la danza en el no cuerpo digital del live motion, mientras transitan por universos cyberfunk de animé, porno, videojuegos y deidades electro-budistas.
Leyenda de culto que marcó la estética visual de los años ochenta, el artista japonés ha desarrollado un imaginario hiperrealista de sensualidad robótica sin precedentes.