Dueña de una atractiva personalidad, se destaca por una intensa cabellera roja, que contrasta con una serena mirada de ojos claros y una voz cálida que invita al diálogo. Ella es Renata Schussheim: dibujante, pintora, escultora, vestuarista y directora de arte, un ícono del arte argentino.
A lo largo de su extensa trayectoria, Renata aportó su creatividad como vestuarista de teatro, ballet y ópera, transformando la manera en que se perciben los personajes con una dimensión visual que complementa la narrativa escénica. Audaz y libre en sus creaciones, entró muy joven en el circuito artístico con un estilo fresco y provocador. Su primera exposición realizada a edad temprana, reveló la personalidad y el talento de una joven audaz e irreverente. Realizó magníficos vestuarios para innumerables obras del reconocido coreógrafo Oscar Araiz, con quien construyó un sólido vínculo que se consolidó a lo largo de más de 50 años de estrecha colaboración artística, convirtiéndose en una referente indiscutible en el ámbito escénico argentino. También dejó su huella en el mundo de la música, colaborando con leyendas del rock nacional como Charly García, Luis Alberto Spinetta y Federico Moura. Sus diseños para álbumes y presentaciones en vivo, contribuyeron a crear la identidad visual de estos artistas, integrando su arte a la cultura rockera del país. Sus enigmáticos y elegantes dibujos, sus esculturas entre humanas y animales, sus mujeres con “pajaritos en la cabeza” o sus etéreas sirenas flotando en el espacio, son algunas de las imágenes que sin duda, permanecerán impresas en nuestras retinas. Con una carrera que desafía etiquetas y géneros, Renata Schussheim nos invita a sumergirnos en una conversación íntima sobre su arte, sus obsesiones y los secretos detrás de sus montajes escénicos más memorables.
-¿A qué edad comenzaste a formarte en el arte?
-A mis diez años comencé a estudiar con Ana Tarsia, a instancias de mi madre. De Ana aprendí mucho técnicamente: me enseñó a mezclar la témpera, a trabajar con el lápiz para hacer planos que no se noten y a hacer degradés. Sin ir más lejos, en el día de hoy encontré un dibujo mío realizado en el año 59. Te sorprendería ver un degradé tan bien logrado, sobre todo teniendo en cuenta mi corta edad. Con ella aprendí una técnica utilizada por los surrealistas: a partir de una maraña de trazos libres realizados sobre la hoja iba descubriendo formas -no necesariamente figurativas-, utilizando la goma de borrar y el lápiz. Tiempo después, descubrí entre esos dibujos mi primera pista relacionada al mundo del teatro: un hombre y una mujer, iluminados por una suerte de foco teatral. Ana me dio las herramientas artísticas necesarias que me acompañarían el resto de mi vida. En mi familia se respiraba un clima de bohemia y de arte. Mi abuelo era periodista. En casa de mi abuela, solían venir de visita muchos actores, sobre todo de teatro judío. Pasaban por allí reconocidos referentes artísticos, como el renombrado Jacob Ben-Ami, notable actor y director de teatro judío. Paloma Efron -Blackie-, conductora de radio y televisión y cantante de jazz, se juntaba allí para tocar el piano; venía gente a cantar y los actores que estaban de gira pasaban por allí. Me contaron que Blackie estuvo en mi cumpleaños número uno y me regaló un vestidito.
-Tu formación continuó luego con el artista Carlos Alonso ¿Como fue esa experiencia?
-Me hizo la conexión el actor Lautaro Murúa, quien era muy amigo de él. Lo había ido a ver en la obra “Beckett, El Honor de Dios”, que protagonizaba junto a Duilio Marzio en el San Martín. Estuve conversando con él y le comenté de mi pasión por dibujar. Pedí una cita con Alonso a quien visité en su taller de la calle Esmeralda, tendría en ese entonces catorce años. Si bien no sabía de antemano qué cara tenía, sí en cambio conocía bien su obra: era como una fan de rock, pero con él. De golpe me abrió la puerta un hombre que no te puedo explicar lo que era, altísimo, delgado, guapo. ¡Me puse tan nerviosa! Yo me lo imaginaba bajito, gordito y pelado, ¡cualquiera! Si bien él no daba clases, se ofreció a supervisar mi trabajo cada tantos días. En ese entonces yo estudiaba Bellas Artes en la Escuela de Arte Bolognini y le llevaba a Alonso los trabajos que hacía en mi casa, los cuales él corregía. Yo me daba cuenta que él no tenía ninguna dificultad con la profesión. Si quería dibujar una mano con escorzo, lo hacía sin ninguna complicación. En cambio, enseguida se daba cuenta de cualquier mínima dificultad en mis dibujos y me decía cosas como: ¡me parece que tapaste una oreja que no te salió tan bien! Me sugirió que me haga autorretratos observándome en un espejo. Es una buena manera de autoconocimiento el ver como te dibujas. De ahí entré a hacer una cantidad de retratos y me tomé como objeto de estudio. Llegué a hacer una muestra que se llamó “Autorenatas“. Tengo muchos autorretratos, es como un diario donde a partir de tu propia persona, estás contando tu vida de una manera bastante literaria y los demás se reflejan en ella.
-¿A qué edad realizaste tu primera exposición y donde fue?
-Hice mi primera muestra a los dieciseis años en la galería El Laberinto, de Hugo Bonani. Fue bastante escandalosa y atrevida. La mayoría de las obras eran autorretratos de donde salían hombrecitos por las orejas. De golpe llegó Carlos Alonso, cuando lo vi bajar las escaleras, sentí que me validaba como artista. Fue tan fuerte la sensación, que me hizo sentir que era bienvenida en la profesión. Últimamente estoy pensando mucho en él. La última vez que lo vi fue en la galería Praxis. Me comentó que quería irse a Córdoba a pintar paisajes en Unquillo. Esa primera muestra tuvo mucha repercusión en la prensa, salieron notas en la revista ADAN y en Panorama. Me transformé en una suerte de “fille terrible”, con los hombrecitos desnudos que me caminaban por el cuerpo. Luego realicé una exposición en la galería Vignes, dirigida por el poeta y escritor Julio Llinás, que se convirtió en una suerte de padrino. Exhibí también en Lirolay, donde comenzaron muchos destacados artistas argentinos como Marta Minujín o Luis Benedit. En esa etapa parecía una Lolita.
-¿Cuándo comenzaste a trabajar en diseños de vestuarios?
-Tenía muchas ganas de involucrarme con el mundo del Teatro. Conocí a Oscar Araiz en el Instituto Di Tella, donde Oscar hacía Crash, una obra llena de humor, danza, los Beatles, una obra impregnada del espíritu pop del Di Tella. Oscar me invitó a hacer el vestuario de Romeo y Julieta, en el año 70, obra que luego se realizó en Nueva York con el Joffrey Ballet. Era un vestuario totalmente loco, fue mi primera incursión y me mandé un vuelo personal, mezclando algo del estilo ruso con pieles, con Yellow Submarine. La música era de Prokofiev. No tenía restricciones de ningún tipo, ni ningún parámetro previo. ¡Allí aprendí lo que no había que hacer! Freddy Romero casi se muere envuelto en ese tapado de piel con una goma pluma en la cabeza, haciendo pirouettes. También realicé el vestuario para otro ballet de Oscar, “Sueño de una noche de verano”, sobre la obra de William Shakespeare. En Suiza hicimos la obra con marionetas, las cuales dibujé, las fabricaron y las vestí. Cuando regresaba a Buenos Aires en el avión, me sentía despojada sin ellas, era una suerte de ventrílocuo sin sus muñecos. Las sentía como criaturas mías.
-¿En qué proyecto está trabajando actualmente?
-Estoy realizando un libro de figurines con las editoriales Eudeba y Ampersand. Me volví loca para definir qué material poner en el libro. Debo tener setenta y pico de carpetas, con cuatro o cinco espectáculos distintos cada una. Finalmente el criterio de selección fue poner los diseños que más me gustan, incluso hay dibujos de obras que nunca se hicieron, como una serie completa realizada para Gomina, un espectáculo con Jean Francois Casanovas -actor,coreógrafo y director de teatro que fundó el grupo Caviar, con una renovadora estética de los espectáculos-, y otra serie para un Don Giovanni con Sergio Renán, que tampoco se llevó a cabo. Cronológicamente el título va a comenzar con Romeo y Julieta, todo el material ya está escaneado. Sueño de una noche de verano la hice varias veces y después arranqué y seguí, seguí y seguí.
-¿Cómo es tu proceso creativo?
-Además de las conversaciones que mantengo con el director artístico para congeniar un criterio, me guío por la música sobre todo. Muchas veces dibujé después de ver unos ensayos, pero en ocasiones, sucede que vas al mismo tiempo. El Director catalán Lluis Pasqual, con quien hice “La Gran Magia” en el Teatro San Martín -la historia de un mago en los años 50 -, me solía decir que si vos empezaste haciendo vestuarios para Ballet, todo lo demás resulta fácil. Es que lo más difícil es hacer un vestuario para un bailarín, que se tiene que mover, que tiene que flotar y por lo tanto el vestuario tiene que acompañar los movimientos. Además hay que considerar que el traje se tiene que lavar sin que se destruya, es lo más difícil. La ópera con todo es más estática y la prosa tiene lo suyo también. Recuerdo el espectáculo “Souvenir” que hicimos con Karina K en el Regina, basado en la vida de la cantante lírica Florence Foster Jenkins, la “peor soprano del mundo”. Los cambios de vestuario eran tan tremendos, que los trajes venían armados ya cosidos para ponerse con un cierre. Es importante tener una visión de lejos de todo lo que es el espectáculo para ver el conjunto. A veces dibujo más los conjuntos y después los solistas. Es importante tener el tono general de lo que vas a ver.
-¿Con qué artista te hubiera gustado trabajar?
-Me hubiera gustado trabajar con David Bowie, si bien él ya tenía su propio universo, creaba su propia moda, su estilo andrógino. También me apasionaba Fellini, claro que él tenía su propio equipo de trabajo.
-¿Tenés proyectos de salir al exterior del país con tu obra?
-Actualmente estoy emprolijando mis archivos para salir con la muestra “Al Rojo Vivo”. Estoy en conversaciones preliminares para llevarla a España. Fue una muestra impresionante curada por Romina del Prete, que se llevó a cabo en el Centro Cultural Recoleta en tres salas vinculadas entre sí. Era un cruce de artes plásticas y escénicas, música y rock, con vídeos, dibujos, animaciones, gigantografías, collages, esculturas, dispositivos escenográficos, vestuarios y figurines. La pared del fondo de la sala Cronopios, tenía proyecciones animadas de mis cuadros en convivencia con dos mitos teatrales en 3D en escala natural: el personaje de Alicia la Reina Roja, un espectáculo de Oscar Araiz inspirado en el cuento de Lewis Carol y la Reina de la Noche de la ópera de Mozart “La Flauta Mágica”. Exhibimos un ejército rojo de trajes de distintas obras y un corredor lleno de figurines dedicados al teatro, la ópera, el musical y el ballet. Otra sala estaba enteramente dedicada al rock, sobre todo a Charly Garcia, Luis Alberto Spinetta y Federico Moura. En otra sala se exhibían serigrafías de “Música del Alma” de Charly. La última sala estaba alfombrada de rojo, con almohadones gigantes donde se tiraban los jóvenes para ver un video de toda la obra que hice con ellos, editado por Gianfranco Quattrini. La música era de mi hijo Daamian Laplace.
-¿Te gusta trabajar en equipo?
-Me encanta trabajar en equipo. Es como una gran nave con gente contenta, que trabaja con placer. También disfruto mucho de trabajar con Oscar Araiz, con quien tengo una gran confianza, incluso hemos viajado muchísimo juntos.
-¿Por último te interesa el arte contemporáneo actual?
-Me gusta mucho la obra de los artistas argentinos Mildred Burton y Fermín Eguía. En cuanto a jóvenes artistas que conocí por Instagram, destaco la obra de Wolf von Lenkiewicz, un artista británico que navega la frontera entre lo digital y lo táctil. Fusiona técnicas de pintura al óleo con innovaciones tecnológicas y es super interesante y enigmática su obra. Destaco la obra de una joven artista argentina: Ornella Pocetti, también descubierta en el mágico universo de Instagram, del cual soy fanática. Ella pinta un increíble universo de perversión y locura, muy inspirada en novelas de terror. Cuando encuentro artistas que me interesan, enseguida busco comunicarme con ellos.
El arte de Schussheim es un puente entre lo efímero y lo eterno. Como el vestuario de una obra que, al bajar el telón, sigue guardando ecos del personaje, sus creaciones habitan entre lo que fue y lo que vendrá. Renata nos deja un mensaje silencioso: la belleza puede ser frágil, pero nunca deja de ser necesaria.