Charly Nijensohn (Buenos Aires, 1966) es un artista argentino radicado en Berlín, clave en el arte contemporáneo internacional. Es reconocido por explorar la relación, siempre tensa, entre los seres humanos y la naturaleza. Pionero del videoarte en los años noventa en nuestro país, su trayectoria fue expandiéndose hacia la performance, la fotografía y la instalación, sin abandonar una mirada crítica sobre la intervención humana en los territorios.
Co-fundador de La Organización Negra, histórico grupo de teatro experimental que irrumpió en los años 80 con acciones de fuerte impacto físico en espacios no convencionales. Nijensohn desarrolló desde temprano una práctica donde el cuerpo, el entorno y el riesgo ocupan un lugar central.
A lo largo de los años, esa experiencia se tradujo en proyectos cada vez más inmersivos y comprometidos, atravesados por problemáticas como el desplazamiento de comunidades originarias, la explotación de recursos y el desequilibrio ecológico. Cada proyecto comienza con un viaje, un destino y una experiencia de inmersión en el territorio, muchas veces en condiciones extremas.
-¿Por qué hacés lo que hacés?¿Qué buscás en estos viajes?
-Dentro de mis primeras influencias seguro está Andréi Tarkovski, en esa búsqueda personal de encontrarle sentido a la vida. ¿Qué hacer en el universo que valga la pena en este breve tiempo que tenemos? Me interesa el encuentro con otros. En Groenlandia, por ejemplo, trabajando en un proyecto en el medio del hielo, me encontré con un integrante de la comunidad Inuits, con quien no tenía un idioma en común. Por medio de señas me invitó hasta su casa y como no tenía las llaves, entramos forzando la ventana porque nos estábamos congelando. Después de un rato tuvo la necesidad de contarme a través de gestos cómo había muerto su familia. Repentinamente, sacó de un cajón una pezuña del oso que había sido responsable de la muerte de su familia y me la regaló. Actualmente la conservo con mucho cariño en mi casa.
-Me dejás sin palabras con ese relato, me imagino que atesorarás muchas historias.
-Cada realización representa un mundo y comienza con una imagen que me interpela como disparador. En el Amazonas, fue una foto de un pescador sonriendo con un pez en medio de un lago rodeado de árboles muertos. Pasaron cerca de dos años hasta que lo encontré y fue quien me abrió las puertas para realizar Dead Forest. El gobierno de Brasil había decidido inundar a través de un lago artificial todo un sector del Amazonas para construir la represa hidroeléctrica de Balbina, que provee energía a Manaos, dejando a las tribus originarias desplazadas de su territorio ancestral. Los Waimiri Atroari tuvieron que moverse a terrenos más altos debido al desbordamiento del agua. Entonces, trabajamos con ellos para darle voz a esta problemática. Una serie de árboles muertos saliendo del agua es la imagen más representativa.
-Y el resultado es una poesía visual.
-Siempre es así. Luego de la búsqueda técnica, aparece la poesía. Todo poeta es un loco que tiene una visión. Yo tengo la mía. Pero mi visión se nutre permanentemente de las cosas que veo, de las experiencias que vivo.
-¿Qué suele suceder con las comunidades luego que terminan un rodaje?
-Nos suelen agasajar con una especie de celebración. En una oportunidad viajamos con todo el equipo unos 400 kilómetros hasta un pequeño pueblo ubicado en las afueras de la ciudad donde fuimos recibidos por la comunidad Aymara. Allí compartimos una ceremonia que se extendió hasta la noche. Para mí fue una situación fuerte, porque presencié un ritual ancestral en el que sacrificaron un animal y lo abrieron para leer el futuro en sus entrañas. A lo largo del día sonaron distintos instrumentos tradicionales y se prepararon brebajes de alcohol puro y jugo de naranja. Con el paso de las horas, el clima se volvía cada vez más intenso, marcado por el aumento de la borrachera colectiva.
-Contame sobre la música, que suele tener gran protagonismo en tus prácticas artísticas.
-La música siempre ha sido un elemento central en mi trabajo. Aporta la emoción. Por otro lado, cuando viajo estoy especialmente permeable a la música que escucho y la voy incorporando en mi playlist, desde reggaeton a música clásica. No podría dejar corriendo ese listado de temas en una fiesta porque es tan ecléctica que llevaría de un lado a otro muy rápido. Mi hermano mayor es un DJ muy respetado en Argentina, Dany Nijensohn y él siempre fue muy extremo en sus visiones de la música. Por otro lado, tengo otro hermano menor, Martín, que se dedica a hacer un festival de música clásica en el Hotel Llao Llao de Bariloche. Seguramente esa influencia se la debemos a mi padre que le encantaba la música.
-Actualmente vivís en Berlín. ¿Cómo es tu vida allá?
-Yo soy una persona del hogar, vivo con mi mujer y mi hija. Me levanto a las 4 de la mañana y trabajo en la próxima grabación que se realizará. Como director de proyecto, hago la producción y me ocupo de la financiación. Peleo contra monstruos para conseguir las cosas. Me ocupo desde pequeños detalles hasta asuntos importantes y superviso cada parte. Me encargo hasta de invitar personalmente a la prensa. Desde Berlín desarrollo el proyecto, y cuando viajo al fin del mundo para realizarlo, llego con una idea muy clara de lo que hay que hacer. Como en general nos enfrentamos a condiciones extremas, tomo todas las precauciones para cuidar a las personas que conforman mi equipo.
-Pero comienza la producción, y seguramente se presentan situaciones impredecibles.
-Pasa todo lo que tiene que pasar. Lo impredecible es maravilloso. Pero intento adelantarme a lo impredecible también, pensar todas las posibilidades como para volver a llevar a la gente a su casa sana y salva. En el Amazonas por ejemplo estábamos con Juan Pablo Ferlaz, con el agua hasta el cuello y las cámaras apenas sobresalían del río, cuando pasa a nuestro lado un cocodrilo. Cuando estábamos a punto de salir disparando, los pescadores de la comunidad que estaban con nosotros nos indicaron que no era peligroso, que ya lo conocían y que podíamos continuar con la grabación. Cuando estábamos en los hielos continentales, se nos cruzaban todo el tiempo grietas que suelen estar cubiertas por nieve y debajo de esas grietas se encuentra el abismo. Por eso ahí contraté a un grupo de rescatistas de alta montaña, gente muy experimentada que conoce su oficio. Son ellos los que se ocupan de sacarnos vivos.
-Hablando sobre todos los riesgos que representan estos desafíos. ¿Te detuviste a pensar en la muerte?
-Que me encuentre trabajando. Forma parte de la vida. En cada una de estas aventuras los riesgos son importantes, siempre hay peligro.
-En tus obras aparece algo del concepto de lo sublime que desarrollan Caspar David Friedrich y William Turner, donde lo bello convive con lo inabarcable y con cierta idea de terror. Me pregunto si esa sensibilidad tiene alguna relación con las enseñanzas religiosas de tu infancia, y si de algún modo esas experiencias tempranas siguen operando en tus piezas artísticas.
-Vengo de una familia judía. Es importante para mí en cuanto a la cultura y la historia. En una de mis primeras obras cuando hacíamos travesías por la Patagonia, buscábamos huesos de animales para hacer unas especies de flautas. Luego recordé el shofar judío que mencionaba mi madre, un antiguo instrumento de viento hecho de cuerno de oveja que suena en los rituales. No me interesa la religión desde el punto de vista religioso. Me interesan todas las religiones desde el punto de vista cultural. Me interesan las historias tibetanas, y me llaman la atención los dibujos y colores hindúes.
-¿Cuáles son tus preocupaciones actualmente?
-Mi trabajo es, en muchos sentidos, un manifiesto de lo que pienso. Si estoy trabajando en los desiertos entre Bolivia, Chile y Argentina, no es casual: esos territorios concentran transformaciones profundas. Lo que antes se cortaba para extraer sal y construir bloques con los que se levantaban las casas, hoy se ha convertido en un escenario de disputa por el litio y, sobre todo, por el agua potable. Todo eso está claramente enraizado en las cosas que me preocupan y me interesan. Son problemáticas que atraviesan mi mirada sobre el mundo y que se integran de manera orgánica a mi trabajo. En ese sentido, forman parte de mi poesía, anclada en el territorio, en sus conflictos y en las tensiones entre naturaleza y el ser humano.










