Rember Yahuarcani: "Entiendo el arte indígena como un arte político"

El artista peruano cuestiona la mirada eurocéntrica y el mundo de la academia. Su obra incluye demandas históricas de las comunidades originarias y preserva la memoria de sus ancestros. 
Por Mariana Gioiosa

 

Rember Yahuarcani es un artista visual, curador y activista por los derechos de las cosmologías y el conocimiento indígena. Pertenece a la Nación Uitoto, Amazonia, del clan de la Garza Blanca. Su obra recupera los mitos y saberes de su cultura para contarlos con voz propia y preservar la memoria para generaciones futuras. A partir de su cosmovisión representa un universo inmaterial de dioses y seres fantásticos en los que cruza espíritus, plantas, animales y humanos. Además, en sus trabajos narra las adversidades que enfrentan los pueblos originarios de Latinoamérica y las urgencias que enfrentan para defender su significativo legado cultural. Su producción artística resulta una invitación para repensarnos y reaprender las formas de relacionarnos con el territorio, lejos de los paradigmas occidentales.

Desde hace veinte años se presenta en exhibiciones colectivas e individuales en diferentes partes de Latinoamérica, Norteamérica, Europa y Asia. También participa de conferencias sobre arte indígena. Fue en 2024 que su obra alcanzó gran notoriedad luego de ser elegido por Adriano Pedroza para la exhibición central en la Bienal de Venecia, En esta oportunidad participó con su padre, Santiago Yahuarcani, otro gran artista indígena que utiliza hojas de plantas para plasmar del mismo modo que Rember las narrativas de la mitología Uitoto. En Buenos Aires presentó Juma. Preservar la memoria. Imaginar el futuro en el Museo Marco de La Boca, una exhibición con un enfoque antológico que condensa su trayectoria artística. 

 

-En estos últimos años se han visto en el circuito de arte contemporáneo muchas expresiones estéticas realizadas por miembros de distintas comunidades indígenas. ¿Cómo podemos abordar este fenómeno del arte indígena contemporáneo?

-El arte indígena, si habría que conceptualizarlo, es para mí la evidencia de la voz de nuestros ancestros, que está viva. Cuando se habla de las sociedades indígenas siempre nos encontramos con los estereotipos históricos que han afectado en sobremanera el desarrollo y los procesos de representatividad de nuestros pueblos. Entonces llega el arte indígena como expresión de nuestra propia voz, también como el medio de hacer llegar nuestras demandas históricas como la cuestión del territorio, del extractivismo cultural, la salud, la educación y las problemáticas de nuestros pueblos. Además, tiene un valor que me parece importantísimo, que es pensarse desde lo colectivo. 

 

-¿Por qué tuvieron la necesidad de llevar estas manifestaciones a una pieza de arte?

-El archivo que vamos a tener para las futuras generaciones es un archivo plástico. Es nuestra responsabilidad que el contenido que nosotros recibimos de nuestros ancestros no se pierda. Todos los pueblos indígenas del mundo van en una tendencia a desaparecer, entonces van a quedar como testimonio estas representaciones que estamos haciendo ahora. 

 

-Esta forma de concebir la obra, ¿es una manifestación política también?

-Sí, yo entiendo el arte indígena como un arte político y también como un acto de fe, porque por ejemplo en mi familia, el Clan de la Garza Blanca, tenemos una fe inquebrantable respecto a nuestros mitos y nuestras historias. Nosotros creemos en lo que pintamos y los dioses que pueblan todas estas pinturas.

 

-¿Cómo se separa la concepción presente, pasado y futuro para el Clan de la Garza Blanca al cual vos perteneces? 

-Es que no se separa. La educación de los niños y niñas indígenas se dan de distintas formas, por ejemplo, cuando estás caminando en medio de un sembrío rumbo a la chacra y la abuela te dice, “mira, este árbol en principio era una mujer que no obedeció y por eso se transformó en un arbusto”. Son mitos que tienen códigos de convivencia, éticos y morales como el de la luna, que para nosotros es una figura masculina, que se enamoró de su hermana en el inicio del mundo cuando vivían en la Tierra, la embarazó y fue maldecido por las tías que son las abejas, que le comieron una parte del rostro y actualmente lo vemos con la cara dañada como una lección para que se sepa que estuvo mal y que nosotros no procedemos de ese modo. Estas historias más allá de una simple narración tienen componentes morales, que nos separa fuerte de otros seres de la naturaleza.

 

-Hablemos sobre algunos de los mitos que representás en tus obras, como las primeras formas de los seres humanos.

-Todos los seres vivos que encontramos en la Amazonía, dicen los abuelos y las abuelas, forman parte de nuestros antepasados. En muchos casos, a medida que se va desarrollando el mito, estos personajes que fueron plantas, árboles o lianas, se van transformando en hombres, mujeres o animales.

 

-Tuve la oportunidad de ver un autorretrato tuyo fusionado con la imagen del jaguar. ¿Por qué decidiste representarte de esa forma?

-Porque de parte de mi abuela nosotros somos Uitoto, del Clan de la Garza Blanca, y de parte de mi abuelo somos del pueblo Cocama, del Clan del Jaguar. Como suele suceder, las cultura más fuertes absorben a las otras, y en este caso las costumbres y tradiciones del pueblo Cocama fueron absorbidas por los Uitotos. Fue así que recordando la ascendencia del pueblo de mi abuelo pinté esta obra transformándome en jaguar. A mi lado se encuentra Gitoma, el dios sol, uno de mis preferidos y de los más poderosos de nuestra mitología.

 

-Teniendo en cuenta que hace más de veinte años que te dedicas al arte. ¿Cómo fue cambiando tu estilo artístico a lo largo del tiempo?

-Mis primeras obras eran con temáticas tradicionalistas y costumbristas pero me di cuenta que mis pinturas estaban cayendo en una cuestión demasiado antropológica, etnográfica. Eran vistas como un artefacto de estudio y no como una obra de arte. En el último tiempo trabajé con los personajes de los mitos desde una narrativa más personal. 

 

-Y sobre la Maloca, esa estructura que representa una casa comunitaria característica de la Amazonía, que pudimos ver en el Museo Marco de La Boca, ¿es la primera instalación que realizaste? ¿Cómo surgió?

-Sí, es la primera. Cómo era una muestra antológica, luego de discutir y reflexionar con la curadora de la muestra Sandra Juárez sobre el guión curatorial y desde dónde debería partir este trabajo, surgió la idea de la Maloca, que allí es donde pasa todo: se toman decisiones políticas, culturales y educativas. En ese lugar conviven un líder religioso, que es el curandero, y un líder político, que es el curaca y se la representa como centro del universo en la tierra. ¿Qué otro lugar podría ser mejor como punto de partida? 

 

-Pero en la sala no aparece la característica Maloca que podemos encontrar dentro de una comunidad.

-No, en este caso realicé una reinterpretación a partir de un proceso artístico. Tomamos esta decisión porque muchas veces se han utilizado símbolos de las culturas indígenas como objetos decorativos del arte contemporáneo, un mal uso de estos íconos culturales indígenas y no queríamos caer en ese lugar. En el trabajo que hicimos en la Bienal de Venecia junto a Adriano Pedrosa hubo mucho cuidado y respeto con la dinámica de trabajo, no hubo una imposición de conceptos, ni de ideas, tampoco nos limitó a mí o a mi padre a que habláramos de alguna cuestión.

 

-En los últimos años has tenido muestras internacionales que te alejan de tu casa y tu lugar de producción en la Amazonía, ¿cómo es el vínculo con tu lugar de origen? 

-Estar en contacto con mi comunidad es importantísimo para mí, es el lugar donde alimento mi producción. Yo creo que está muy bien ir afuera pero no tan lejos que nos olvidemos de dónde venimos. 

 

 

 

 

 

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