Allá por el XIX, el retratista francés Paul Delaroche lanzó aquello de que "la pintura está muerta" tras conocer el daguerrotipo y, de alguna manera, esa frase convertida en máxima, junto a la explosión en el XX del arte conceptual, parece haber calado hondo en el imaginario social.
Es verdad, hay que decirlo, que crear una obra pictórica original después de tantos siglos, con grandes maestros y vanguardias, no es tarea sencilla. La voz, el lenguaje, a fin de cuentas, es lo que diferencia a un gran artista de otro y en este coro polifónico infinito, quizá encontrar un tono original, con una potencia para conmover, para abstraer, se torna algo cada vez más difícil de conseguir. Pero, las voces siguen surgiendo, como es el caso de Jenny Saville, miembro del Young British Artists, ese grupo de artistas que patrocinados por Charles Saatchi, hicieron del culto a la personalidad, un fenómeno más asociado antes a otros espacios de las artes, en un fenómeno de consumo, en un objeto de la cultura pop. Aunque no todos hicieron de esto el eje de sus carreras.
Saville (Cambridge, 1970) tomó una vieja tradición, la de la representación femenina, para subvertirla, para correrla del eje de la belleza canónica y proponer cuerpos que relatan su devenir a través de los trazos, de las texturas, de una necrosis que se convierte en belleza aún siendo perturbadora. Sus obras de mujeres obesas, como de aquellas a punto de pasar por una cirugía plástica, presentadas muchas desde contrapicada le otorgaron notoriedad y la convirtieron en la artista viva más cara del mundo, como sucedió con Propped tras una subasta de 1998. Hay en estas piezas un juego con la desproporción, una ruptura de la armonía que busca complicidades con la pincelada pastosa de la madurez de Rembrandt y que Lucian Freud llevó más allá.
Existe una lectura oficial sobre estas obras, una suerte de crítica hacia el mandato de la delgadez, aunque ella en varias entrevistas aseguró que esa mirada no era la que la motivaba, sino los cambios en el cuerpo. Hay, en esa línea, una sensibilidad por una violencia latente, la de la mujer desencajada, hecha de retazos que se funden en el todo, del dripping que se desprende como un síntoma más de esas marcas de la existencia. En series posteriores, sus retratos abandonan una paleta cercana a la de Apeles para sumar más texturas y así un vigor más dramático.
En su interesante devenir artístico pasa a dibujos en carbonilla y pastel que refundan su estilo, haciéndolo más ligero, pero a la vez más caótico, donde los cuerpos se entrelazan, se funden, en la tradición de superposición de la obra post-vanguardista de Francis Picabia y sus series de “pinturas transparentes”.
En el recorrido de Saville se puede perseguir una búsqueda, con marcas de un lenguaje propio que muta pero sigue siendo reconocible y que indaga en referentes de la historia del arte para realizar una apropiación muy íntima. Ese es el lenguaje de Saville.
Así, se convierte en una artista que presenta múltiples realidades, nos expresa el pasado como una continuidad, a fin de cuentas tuvo una sólida formación desde la infancia a la academia, pero que en su quehacer estilístico, desde sus primeras pinturas, trabaja el rastro en los cuerpos, el peso del tiempo, y una humanidad voluble, cambiante, imperfecta. Las líneas se mueven de los ejes, los atraviesan, vibran y danzan como una experiencia que el cuerpo exuda, rechaza, pero que a la vez lo conforma. A estas líneas se las podría pensar como “arrepentimientos”; lo sean o no puede ser anecdótico porque sus intenciones radican en mantener esa memoria del cuerpo, otra vez la cuestión de la continuidad del ser, la herencia de las propias acciones.
Saville trabajó con su propio cuerpo, con sus pliegues, fotografiándose sobre superficies para que la carne pierda estatismo y armonía, como también con modelos en vivo a los que captura en instantáneas. Realizó obras de género fluido, metamorfoseando con cuerpos femeninos y masculinos, construyendo identidades nuevas. En ese sentido, fue una artista de avanzada sobre discusiones que sucederían, que suceden, décadas después de haber realizado las obras, lo que le otorga a su trabajo una profunda actualidad.