En un mundo donde arte y vida cotidiana son ya casi inseparables, las disociaciones cultura-naturaleza y autoría-producción van perdiendo sentido. En el corazón de un paisaje rural, entre la serenidad del campo y la inmensidad del cielo, se yergue una estructura única. Una línea horizontal de un azul brillante plano que a primera vista puede pasar desapercibida y que a medida que nos acercamos va cobrando volumen. A pocos metros de distancia, se puede ver que L ́horizontale Bleue (creada en 2021) es un bloque de madera de cinco metros de largo por dos y medio de ancho. Un santuario para libros y lectorxs, en un entorno improbable, que discute las convenciones del espacio y el propósito.
¿Existe un paisaje desprovisto de cultura? ¿Dónde empieza y dónde termina una obra de arte? La presencia de esta mole despierta preguntas fundamentales sobre el significado del acceso al saber común y la importancia del intercambio intelectual en un mundo cada vez más dominado por lo digital y lo efímero.
La experiencia compromete al cuerpo completo. Del crujir de la hierba, nuestros pies pasan a experimentar la resistencia del piso de madera, trayendo otra familia de imágenes mentales a la situación. Pero más allá de su impacto estético y conceptual, esta biblioteca “en la nada” redefine la idea de espacio público. Al convertir un objeto cotidiano en una escultura monumental, la artista nos desafía a reconsiderar los límites de nuestros horizontes intelectuales con una obra que pone en suspenso las distancias entre contemplación pasiva y observación (o lectura) activa.
Reverso del zoológico o del jardín botánico, esta pieza lleva algo de lo urbano a un entorno completamente agrario. L’Horizontale Bleue es el nombre que Gloria Friedmann (nacida en Alemania en 1950, aunque vive en París desde fines de los 70s) ha dado a su proyecto de biblioteca perdida en la región del Matarraña, en el noreste de Aragón.
Para quien logre asomar a sus puertas, el espacio está abierto de forma permanente, sin necesidad de entradas o carnets de lectorxs. La biblioteca puede considerarse como una declaración de intenciones, la idea de la artista es que se pueda pasar un largo rato dentro de la obra. Por dentro, sus estanterías hospedan una colección de libros en varios idiomas, desde enciclopedias antiguas hasta folletos contemporáneos. Hay libros de literatura, historia, arte y decoración que pueden ser consultados en una generosa mesa o en las atrayentes hamacas paraguayas colgantes. También hay textos sobre la geografía local y catálogos de exposiciones, así como cuadernillos sobre varias ciudades, entre las cuales está Buenos Aires. La disposición de los libros dentro de la biblioteca invita a la exploración. Aquí parece más evidente que cada volumen contiene un universo condensado en sus páginas. Pero Friedmann enraíza su obra en la superficie que la alberga: si hubiera otra Horizontale Bleue, su exterior tendría un azul que refleje el cielo de su territorio, al igual que sus libros.
La Horizontale Bleue forma parte de una propuesta de la Galería Albarrán Bourdais, responsable también del proyecto Solo Houses, de gran audacia y experimentación arquitectónica. En los últimos años, han construido un impresionante recorrido artístico al aire libre, donde diversas obras de arte se funden con la naturaleza circundante. El ensamble incluye también una bodega y una muestra con obras de Claudia Comte, Alicja Kwade, Christian Boltanski, Iván Argote y Superflex, entre otrxs.
Es posible ubicar esta pieza en el contexto más amplio que va desde las antiguas esculturas griegas hasta las monumentales instalaciones contemporáneas entre el arte público y, sobre todo, el land art. Pero al acto de dejar una huella, siempre efímera, en un espacio “intacto”, esta obra le suma la crítica al white cube de manera más explícita, colocando un cubo azul que espeja al cielo.
La presencia de esta biblioteca invita a indagar cómo afecta el acceso al conocimiento a la percepción del mundo y a las relaciones humanas y a reflexionar sobre la capacidad de transformar nuestras percepciones del mundo. En última instancia, la obra resalta el poder transformador de la mirada y la potencia del arte como espacio de intercambio y comunicación. En última instancia, esta obra refresca nuestra conexión con la humanidad aunque, claro, no tenga wifi.