La obra de Marcia Schvartz está en las mejores colecciones del país y el exterior. Sin concesiones, lleva décadas de libertad creativa y alta productividad, en pintura, dibujo, instalaciones, performance, intervención de espacios públicos y piezas audiovisuales. En 2023, se presentará en el Museo de Arte de Tigre, con obras referidas a la zona y otras de la colección de la artista, más préstamos del Museo Nacional de Bellas Artes y del Museo Sívori. En esta entrevista para El Ojo del Arte, repasamos algunas de las piezas de las colecciones más importantes que integra y algunas en exposición.
–En todos los museos importantes hay obra tuya: del Reina Sofía a la Tate de Londres. ¿Fuiste a ver tu obra colgada en esos museos?
–No, por la pandemia. Pero en el Reina Sofía mi obra estuvo expuesta todo el año. Me da fiaca viajar, no me gustan mucho los aviones. A Doña Concha la compraron hace tres años. Es una instalación que hice en los años 80 y la guardé amorosamente. La expuse varias veces. Me encanta porque es una señora de Barcelona que está colgando la ropa: se llama Tendiendo. Canta un bolero y es una especie de Vía Crucis. Hay un video que me hizo Humberto Rivas, muy amigo mío, por cariño, sin saber dónde lo íbamos a mostrar: sube Doña Concha por las escaleras de mi casa en el barrio Gótico y retuerce la ropa. La instalación es las cuerdas de su ropa, sus bombachas gigantes, y ella que canta: el pañuelo que dejaste aquella noche fue testigo de momentos de cariño. Soy yo la que canta encima de la canción. Es tragicómico.
–Otra de tus grandes instalaciones es la del hincha, que se vio varias veces y en el verano 2023 está en exhibición en la Casa del Bicentenario, dentro de la muestra Figuritas. ¿Instalaciones, dioramas, teatros? ¿Cómo les decís?
–Boquita es instalación porque está inmóvil. La de Doña Concha es performance también, porque ella canta y camina, aparte de la escultura que es inmóvil y al lado está el video de Humberto. Boquita es un señor sentado en la cama, asqueroso. Un gordo con micropene.
–Remite a aquella película La Fiaca. El subtítulo de tu obra es El origen del mal.
–Con un palo de escoba trata de arreglar el televisor desde el que se escucha un partido de fútbol. La expuse por primera vez en La Boca, antes de una de las primeras elecciones que ganó Mauricio Macri. Es un hincha, un tranza, de ese momento. Ahora ya no son así, viven en Nordelta. Si bien siempre fue un negocio enorme, ahora el fútbol tiene otra escala. Este hincha tiene cosas de murga, la pizza de Banchero, remedios en la mesita de luz, y muchas revistas de la época, muy menemista. Un crucifijo, un plato de la SIDE... tiene muchos detalles. Ayer llevé un cartel que encontré por la calle y lo arranqué: Boca es grande, dice. La obra se actualiza. Queda genial, porque él está ahí con su mini pene.
–¿Qué obra compró la Tate?
–Cuatro dibujos de los años setenta que hice en Barcelona. Y unas tres tangueras, de una serie de dibujos de gran tamaño que hice en arpillera.
–Otro museo muy diferente tiene obra tuya: el Museo Urbano. ¿Qué es eso?
–Es una idea del escultor Omar Estela, muy amigo mío, por el que se sacan obras a la calle. Llevaron una fuente de bronce con una cabeza invertida que emerge de una hoja. Le sale agua por la boca. Es una obra de los 90. Fui con él a Costanera Sur, y la gente se paraba y decía cosas. Con las más interesantes, él va armando videos y los sube a las redes. Los nenes se mojaban las manitos. Una cosa divina. Otra vez fuimos a Plaza Miserere: el arte es popular, es para todos, y la gente ve lo que el artista quiso decir. Hice exposiciones en hospitales también. Participé en una en el Hospital Argerich: fascinante. La gente estaba en la sala de espera y venía y me hablaba.
–El contacto con el público...
–A mí me encanta, me alimento de eso. En el Hospital Muñiz hice un mural cerámico en la parte de pediatría y también: las enfermeras, los niños... todos participaban. Faltaba una escalera y me la trajo un pediatra. Son cosas que le dan sentido a lo que hago. La gente se emociona. ¡Los camilleros me contaban sus visitas a los museos!
–Esa es la gente que vos pintás después.
–También... Soy una artista del campo popular.
–Una artista del pueblo.
–Ojalá. Me encantaría. La gente entiende el arte, se emociona, lo interpreta, sin el discurso previo.
–¿Cómo funcionó tu obra en el Museo Terry de Tilcara, Jujuy?
–A mi obra la pusieron en el mercado. Un lugar fascinante. Es el centro del pueblo. Estaban las obras colgadas. Una serie que se llama Barroco Digital, plotters con marcos divinos, peruanos, dorados, barrocos. Imágenes del Norte, con las que se sentían muy identificados.
–Ennoblecidos por ese marco... eso es lo que tiene el arte para devolver a la gente: verse representado.
–Trabajamos con el fotógrafo Marcelo Abud. Hicimos una muestra que se llamó Enti Enti, escenas del corazón habitado, junto con la familia Ortega, que tienen una verdulería. El padre es arquitecto espontáneo, dice él, el hijo Francis es escultor y la hija Gisela es pintora. Expusimos los cuatro. Estuvimos años para lograrlo. Flor Califano, la curadora, consiguió hacerlo en ese museo.
–Mientras tanto, tus cerámicas se exponen en una galería de Nueva York, en el otro circuito del arte.
–El año pasado hice una retrospectiva, y este año hice una muestra de cerámicas en Kauffman Repetto. El nombre se lo puso la curadora, Amanda Schmitt.
–Se llama Cáscaras, porque son unas figuras vegetales, pero también femeninas, cascadas, abiertas.
– Toda mi obra tiene esa energía.
–Justo hoy recordaba tu obra del Museo Nacional de Bellas Artes, Acerca del descubrimiento (1991).
–Una indiecita niña que está en el agua y descubre que de su cuerpo sale sangre. Es muy tierna. Organizamos una muestra en el Centro Cultural Recoleta con Liliana Maresca y Elba Bairon, y cuarenta artistas más, contra el descubrimiento de América, por los 500 años. Yo tenía una sala que hablaba del mestizaje y ahí estaba esa obra.
–¿En qué estás trabajando ahora?
–Me dio pena desprenderme de mis cerámicas, y me puse a hacer más. El nombre de la muestra sale de una flor que me trajeron de Jujuy, que crece en la raíz del algarrobo: es de madera. Primitiva total. La pinté, hice cuatro obras enormes. No podía parar de hacerlo. Una era como un pimpollo, se abrió y llenó el taller de polen. También tengo una terraza divina. De golpe sale una flor y ahí voy corriendo con mis acuarelas.