En el momento en que sus infantiles manos terminaron de darle forma a una pequeña foca de arcilla, Marcela Cabutti supo que quería ser escultora. Era 1975 y sólo tenía ocho años de edad. Dos décadas después llegaría el título en Escultura e Historia del Arte de la Universidad Nacional de La Plata, su ciudad natal. Luego vendrían las becas en el Taller Barracas con los artistas Luis Benedit y Pablo Suárez; los estudios sobre Diseño y Biónica en el Instituto Europeo de Diseño de Milán; las subvenciones de la Fundación Medici para formarse en Duende Ateliers, en Rotterdam, y en el Columbus College of Art and Design, localizado en Ohio, Estados Unidos.
Poco después del comienzo de la segunda década de este siglo, la artista plástica ya contaba con una formación notable, numerosos premios (como la Primera Bienal para un Joven Artista en 1993 y el Primer Premio Adquisición Salón Municipal “Artes del fuego” Mumart del año 2011, entre otros) y un dominio de una amplia gama de materiales: PVC, cerámica, metal, cristal, resina, ladrillo y madera.
Pero fue en el año 2009 que la obra de Cabutti tuvo un quiebre decisivo. La obtención del Premio Arnet “A cielo abierto” fue la excusa perfecta para lanzarse a un territorio inexplorado pero que la intrigaba: el espacio público. “Como consecuencia de la instalación ‘¡Mira cuantos barcos aún navegan!’ (2008), donde espacialmente he usado todo el interior de una sala de exposiciones, he descubierto que ciertos proyectos y obras pugnan por escapar de los espacios cerrados y pretenden expandirse hasta tener la posibilidad de ser construidos en espacios públicos al aire libre, no precisamente por cuestiones de tamaño”, explica la artista en su sitio web.
Fue así que dio vida a Pasionaria, una reluciente flor roja de acero que se destaca sobre el gris urbano y monótono que la rodea, ubicada en el Malecón Pierina Dealessi y Mariquita Sánchez de Thompson del Dique 4, en el barrio de Puerto Madero. La bella escultura carmesí de tres metros de largo y una tonelada y media de peso fue la ganadora entre más de cien propuestas de todo el mundo y fue donada por Arnet al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para enriquecer el patrimonio cultural de la Capital Federal.
Este proyecto le permitió combinar su amor por la naturaleza, cultivado desde pequeña por sus abuelos que sembraban y vendían dalias o sus padres bioquímicos que ponían seres vivos bajo el microscopio, y su interés por un tipo de escultura que salga de una galería y que escape al canon tradicional, es decir, el emplazamiento de estatuas en pedestales con un significado político-histórico conmemorativo.
La Pasionaria no invita a la mera contemplación, sino que irrumpe en el espacio urbano generando un vínculo particular con cada transeúnte. Desde servir como un punto de referencia para un encuentro hasta oficiar de lugar de cobijo para una persona en situación de calle, la flor americana metalizada adquiere una multiplicidad de sentidos que exceden la llana apreciación artística.
Y es que parte de la búsqueda de Cabutti se centra en lograr que la obra de arte en el espacio público redefina los sentidos de circulación “en la traza cultural y urbana que permiten generar un ‘instante’”. La escultura deja de ser un simple elemento decorativo para generar, a través de un volumen exacerbado, recuerdos e interacciones que convocan a la emoción y a tomarse un minuto de reflexión en medio de la vorágine citadina del día a día, un momento de introspección que evoque alguna memoria individual y nos permite abstraernos de nuestras obligaciones, así sea durante un breve lapso de tiempo.
La figura gigante, deslumbrante, elaborada paradójicamente con un método industrial, antinatural, se recorta sobre el vidrio y el acero del malecón para recordarnos que la naturaleza es sorprendente y siempre encuentra la manera de quebrar el asfalto para emerger en todo su esplendor.