Ugo Rondinone: entre lo natural y lo artificial

Es una de las grandes voces del circuito artístico internacional de la actualidad. Sus trabajos parten de reflexiones universales sobre el mundo y la vida cotidiana, para dar forma a imágenes directas, puras y concretas. 
Por Mariana Gioiosa

 

La psicodelia y la incandescencia están presentes en gran parte de los trabajos de Ugo Rondinone. Su obra es atemporal y suele borrar los límites entre lo real y lo artificial. Para expresarse, se vale de múltiples disciplinas como la fotografía, la escultura, la pintura, la poesía y producciones audiovisuales; con las que elabora imágenes simples y contundentes, que eluden el análisis complejo.

Fue asistente de Hermann Nitsch, uno de los máximos exponentes del accionismo vienés, movimiento artístico que manifestó en sus obras el descontento con la situación de la Europa de la posguerra, a través de polémicas performances que aludían a prácticas de antiguos rituales. 

En los últimos años, algunos de los hitos más importantes de su carrera han sido: la instalación al aire libre Seven Magic Mountains, enormes pilas de cantos rodados, de 10 metros de altura aproximadamente, intervenidas con colores fluorescentes, ubicadas en las afueras de Las Vegas, en el desierto de Nevada, que señalan un encuentro entre lo natural y lo artificial.  

 

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Otro momento consagratorio en la carrera del artista fue la exposición Vocabulary of solitude que presentó en el Museo Tamayo de México, con esculturas hiperrealistas de payasos en posturas cotidianas de reposo, iluminados por colores intensos de arcoíris que se proyectaban en la sala a partir de filtros adaptados a las ventanas del museo. 

 

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También creó una importante obra de arte público en la plaza del Rockefeller de Nueva York que tuvo trascendencia internacional. Se trata de Human Nature, nueve colosales esculturas de piedra. Simples e imponentes, las piezas llamaron la atención del público por sus formas arcaicas recordando que desde las primeras civilizaciones los seres humanos han tenido el impulso de crear figuras a su imagen y semejanza.

 

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Su más reciente exhibición en el Petit Palais de París está constituida por dos grupos de obras y una videoinstalación que fusionan el cuerpo humano con los cuatro elementos de la naturaleza. La tierra, el aire, el agua y el fuego están asociados a seres reflexivos o en movimiento que se esparcen dentro del museo y que interactúan y dialogan con la arquitectura y la colección permanente del Museo de Bellas Artes de París expuesta en el recinto.

En el ingreso del edificio se encuentran figuras humanas de escala real suspendidas en el aire, camufladas como si fueran cielos con nubes, iluminadas principalmente por la luz natural que ingresa por la cúpula transparente y los grandes ventanales del edificio. Los cuerpos parecen flotar dentro del vestíbulo principal, rodeado por el ornamento característico de las construcciones francesas del siglo XIX. 

 

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Foto: Stefan Altenburger / Cortesía Petit Palais, Museo de Bellas Artes de París.

 

El segundo conjunto, consiste en piezas realizadas en cera mezclada con tierra proveniente de todas las latitudes del planeta, y que representan a bailarines que se encuentran descansando entre las clásicas y exuberantes esculturas de la colección. 

 

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 Foto: Stefan Altenburger / Cortesía Petit Palais, Museo de Bellas Artes de París.

 

El tercer trabajo consiste en una propuesta audiovisual, un cortometraje dirigido por el artista cuya presentación es una primicia mundial . Su título Burn to shine, es una referencia al renacer a través del calor, la luz y la energía.  La película está proyectada en seis pantallas dentro de un enorme cilindro de madera carbonizada con una antigua técnica japonesa de conservación. En el film se puede ver una danza ritual del Magreb que se funde con expresiones corporales contemporáneas coordinado por el coreógrafo Fouad Boussouf, un baile que a medida que pasa el tiempo se vuelve más tosco y frenético. 

 

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Para realizar esta producción reunieron a doce músicos y dieciocho bailarines que bailaron y tocaron sus instrumentos alrededor de una gran fogata en el desierto. Está inspirado en un poema de John Giorno,  pareja de Rondinone que falleció en el 2019,  cuya frase “Debes arder para brillar” fue tomada por Giorno de un proverbio budista sobre la coexistencia de la vida y la muerte, y el mito del Ave Fénix que resurge de sus propias cenizas. La videoinstalación está emplazada  junto a esculturas antropomorfas del museo y cuatro pinturas brumosas del artista simbolista Eugène Carrière.

La exposición se completa con sus icónicos tótems de piedras policromadas en colores fluorescentes que dialogan con el pórtico monumental que da ingreso al museo provocando un fuerte contraste entre lo clásico y lo contemporáneo. 

 

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Rondinone es un artista que propone reflexiones sobre la naturaleza y la condición humana con un lenguaje sencillo y abordable, valiéndose de múltiples materialidades. Sus trabajos se adaptan tanto al espacio público, como a exhibiciones dentro de un museo desarrollando un concepto propio o en diálogo con otras colecciones. 

 

 

 

 

 

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