La primera imagen que aparece en el buscador al tipear Vasily Tsagolov (Osetia del Norte, 1957) es la de una pintura de alto octanaje erótico ambientada en una oficina. La textura de la imagen está entre una escena pulp del best seller Harold Robbins y cierto retorno posmoderno a la figuración (un realismo pos hiperrealista de fotografía analógica gastada). Se llama Quarter report y pertenece a la serie Office love ejecutada por el artista ucraniano durante 2003. Sobre un fondo de objetos identificables de oficina la presunta secretaria toma apuntes desnuda, montada sobre su (presunto) jefe que apoya una mano en el muslo y otra en uno de los pechos de ella. Imperturbable la chica toma notas apoyando su pubis sobre el corazón de él. Una mancha en su camisa denota sangre o algún fluido vaginal. Todo indica que ella acabó con él y que a la petit morte del orgasmo le siguió la definitiva. El presunto jefe ya no respira y acaso ella también esté tomando nota de esto.
Quarter report , 2003. Óleo sobre tela, 200 x 145 cm.
La obra aparece en la web de VLADEY, la primera casa de subastas de arte contemporáneo de Rusia fundada en 2013 por el coleccionista Vladimir Ovcharenko, un emergente de la economía pos soviética también propietario de la galería Regina. Pocos días antes de la segunda subasta, la revista Art Investment lo entrevistaba en su oficina (bastante más prolija que la de la pintura de Tsagolov) de Moscú elevando la pregunta clave: ¿Cómo es visto el arte contemporáneo ruso en el mundo de hoy? “Participamos de muchas ferias internacionales así que puedo decir que estar relacionado con el arte ruso se volvió mucho peor desde 2010. Antes querían saber qué era lo que hacían los artistas rusos…Ahora ven la ficha de la obra y piensan ‘¿es un artista ruso de una galería rusa? No nos interesa’. El hecho es que la actitud política negativa hacia el país se traslada a cualquier representación incluídos los artistas (…)”.
Pasaron diez años y entre ellos no solo creció la imagen negativa de Putin sino que Rusia invadió Ucrania buscando anexar parte de lo que había correspondido a la Unión Soviética hasta 1990.
Cuando Ovcharenko fundó la galería Regina, el dato de la ciudad de nacimiento de Tsagolov era casi anecdótico. Ningún interesado en sus pinturas lo hubiera distinguido del resto del arte contemporáneo ruso aunque se formó de pies a cabeza en Kiev. Basta repasar su timeline en Artnet donde su nombre alterna en colectivas tanto ucranianas (Future is now, Ukranian Art of 90’s, Zagreb) como rusas (Bad news from Russia, White Box, New York). El conflicto por Osetia en 2008 fue el prólogo a la actual guerra entre Rusia y Ucrania con Georgia (patria chica de Stalin) reclamando el sur de la península caucásica con apoyo militar ucraniano, ya entonces aliado a la OTAN. Tsagolov aparece ahora como un artista ucraniano pero las imágenes de sus pinturas están astilladas por la partición geopolítica de los últimos veinte años. Acaso esos interiores de oficina convertidos en escenografía de sexo explícito puedan ser reconsiderados a la luz de la diplomacia argentina de los 90 (no tan distinta de la Rusia de Yeltsin): relaciones carnales. Un Milo Manara de la burocracia en el tránsito del socialismo decadente al capitalismo hipertrofiado y disfuncional del este de Europa.