Veinte exposiciones, cinco pisos, cuarenta galerías y trescientos cincuenta artistas. Con opciones para todos los gustos esta fiesta del arte no solo funciona como una vitrina internacional para los artistas del país, sino que ha logrado instaurarse como plataforma, ecosistema y laboratorio en donde el espacio para la investigación y las propuestas emergentes brillan.
Con una disposición particular, al ingresar a Ágora Centro de Convenciones, no nos encontramos con un pabellón dividido en sus respectivos stands por galería; sino que una gran zona abierta convoca a la reunión. Solo tres obras se han emplazado en el gran espacio vidriado. Por un lado, una instalación en negro —Cualquiera que bebiere de esta agua volverá a tener sed, de Paulo Licona—, que dispara la reflexión dicotómica entre la vida y la muerte. Por el otro, se encuentra el espacio homenaje dedicado al artista colombiano David Manzur. Se exhiben ocho cuadros en gran formato con los que se busca resaltar las posibilidades de la pintura figurativa para inspirar a las nuevas generaciones de creadores.
Siete estructuras tejidas en mimbre cuelgan del techo, es Prólogo siete campanas, de Tania Candiani de Galería Vermelho. Una serie de esculturas sonoras que exploran cómo la presencia de la naturaleza resuena en entornos urbanos y extraurbanos. La instalación invita a los visitantes a colocarse debajo de cada una de ellas para habitarlas momentáneamente y sumergirse así en un viaje de escucha atenta.
La experiencia de ir conociendo las propuestas seleccionadas se traduce en un proceso de ascensión; vamos descubriendo de a poco, al ir subiendo las escaleras, las distintas secciones que componen ARTBO. Cada una, comentaban desde su organización, diseñada para destacar aspectos diferentes del arte contemporáneo. En el primer piso, como una mini feria editorial, se lucen cincuenta y nueve stands de proyectos independientes que exploran el libro como medio artístico. Los fanzines y las grandes xilografías son las propuestas principales de esta sección que reúne a una gran parte del público juvenil.
Segundo piso: Artecámara. Priman las instalaciones, el videoarte y las escenas vivenciales. Con la palabra como protagonista, en este espacio conviven las creaciones de más de treinta artistas emergentes que se dedican a explorar múltiples formas de vida, las relaciones políticas y el ambiente. Voces Resonantes de la Calle 59B sur # 73 H-29 de Diego Casas es una pieza que juega con su formato: cartografía sonora, video acción y happening. Todo en uno. Tanto en la partitura como en su video suenan las voces de los vendedores ambulantes y habitantes del barrio La Estancia de la capital colombiana. Nace del ejercicio de escucha y transcripción de las propiedades sonoras: timbres, volúmenes, intensidades y duraciones de estos cánticos eternamente escuchados al transitar sus calles; y resulta en un registro de esa labor y denuncia de la situación de violencia que suelen atravesar estas personas en su quehacer cotidiano.
“Esta feria entiende lo importante de mostrar procesos históricos y otros ubicados más al margen. Da lugar a un contrapunteo entre voces experimentadas, experimentales, y otras que pueden convertirse en referentes”, explicó Ximena Gama, la curadora de esta sección.
El cuarto piso exhibe proyectos de artistas que cuentan con la representación de una galería y que son personalmente convocados a participar por el curador de esta sección, Juan Canela. El tema de esta edición fue: ¿Qué escriben los cuerpos? “Cuerpo, escritura, oralidad, presencia, ausencia, materialidad, pertenencia, paisaje, naturaleza y comunidad son algunos conceptos que emergen a partir de estas cuestiones, y que se encuentran aquí presentes”, detalló Canela. Cielo de leche de la chilena Patricia Belli es una pieza textil donde los ejes de su trabajo quedan a la vista. Enmarca la unión de los opuestos placer-dolor y naturaleza-civilización. “Desde los orígenes de nuestra historia, las artes textiles han estado vinculadas a la narración, desde el mítico tapiz de Aracne hasta el arte textil precolombino cargado de símbolos y secretas codificaciones de la realidad circundante”, explicaban desde Animat Galería.
El quinto piso deslumbró con una gran terraza vidriada a la que se podía acceder y disfrutar del aire fresco que dejó a su paso la lluvia, junto con la sección principal de galerías invitadas. Con gran presencia internacional, este pabellón resalta el uso de materiales y temáticas ligadas a la naturaleza.
Virando hacía lo introspectivo, las creaciones de Adriana Rosell, artista colombo-venezolana de la galería Sketch, cuestionan la comprensión del paisaje desde la psicología humana. Con su trabajo, Rosell explora la intersección entre el entorno natural y el estado emocional humano, en el cual el paisaje trasciende la mera representación visual para convertirse en una exploración de cómo lo natural influye en nuestras percepciones. Ya sea con Rampas del viento, sus piezas en madera o su litografía Atlas de nubes.
Rolf Art, la galería argentina, presentó diversos artistas. Entre las obras de Silvia Rivas se destaca Momentum. Una serie de videos y video-instalaciones en donde la artista se dedica a definir el instante previo a cualquier acontecimiento como una posible unidad de tiempo para señalar su inminente fragilidad y así estirarlo. “La imagen, doble suspendido de un cuerpo, siempre efímero, en un instante siempre pasado, es su única prueba. En vano intentamos controlar el decurso de nuestras vidas. Tal vez nuestra potencia se manifestó como vivencia sólo en el instante previo a cualquier desenlace, en la condición de vértigo, en la sensación de despertar en el aire”, afirmaban en el texto de la galería.
“El comercio y las apuestas de las galerías están en el corazón del evento, a la vez que es un encuentro que refleja el arte joven, emergente y hasta sin representación”, reflexionó María Paz Gaviria, gerente de proyectos culturales de la Cámara de Comercio de Bogotá (CCB), ente detrás de este gran evento artístico que este año cumplió veinte años.