Edificios imponentes, geometría bien definida y hormigón armado. Con esa tríada se puede resumir fácilmente la idea del brutalismo, el movimiento arquitectónico que tuvo su auge entre las décadas del cincuenta y del setenta, y del que todavía queda registro en diferentes puntos del mapa. Todo comenzó de la mano de los arquitectos urbanistas británicos Alison y Peter Smithson, y se popularizó gracias al historiador de la arquitectura Reyner Banham. El cerebro, como no podía ser de otra manera, fue el famoso arquitecto suizo Le Corbusier. También se puede encontrar brutalismo en Buenos Aires, sobre todo en la obra de Clorinda Testa, por ejemplo, en la Biblioteca Nacional y en el ex Banco de Londres y América del Sur (actualmente, la casa matriz del Banco Hipotecario), en pleno microcentro porteño.
La majestuosidad de esos bloques erguidos de ornamentación concreta, quedó inmediatamente asociada a la estética clásica de los edificios gubernamentales soviéticos. Un buen ejemplo es la embajada de Rusia en La Habana, una imponente torre diseñada por el arquitecto soviético Aleksandr Rochegov que se puede ver desde cualquier punto de la ciudad.
Envuelta en un halo de nostalgia, la arquitectura soviética gozó en los últimos años de una suerte de rescate emotivo. El libro CCCP, Cosmic Communist Constructions Photographed, del fotógrafo Frédéric Chaubin, y cuentas populares de Instagram como @sovietvisuals, @chernobyl_1986, @_ba_cu, @socialmodernism y @socmonumentalart, son un claro ejemplo de cómo el óxido y el abandono se pueden volver una nueva tendencia pop.
En la actual Federación de Rusia se pueden encontrar grandes exponentes de este género, que luego de atravesar una época de abandono a raíz de la caída del bloque, hoy vuelven a ser revalorizados por su aporte al urbanismo y su trabajo de la geometría; verdaderos hallazgos arquitectónicos en medio de paisajes que parecen fotogramas de una serie retrofuturista.
También siguen en pie varios edificios brutalistas en países que fueron parte de la Unión Soviética, como el majestuoso Palacio de Bodas en Tbilisi (Georgia), la Universidad Nacional Técnica de Bielorrusia, o el hotel resort Druzhba Holiday Center Hall, en Yalta (Ucrania).
Sin embargo también hay presente en esta historia. La Rusia brutalista en su esplendor se puede seguir viendo en el Centro Científico Estatal Ruso de Robótica y Cibernética Técnica, en San Petersburgo. Una torre blanca de ciento cuatro metros de altura construida en la década del setenta, obra de los arquitectos Boris Artyusin y Stanislav Savin, que originalmente se usó como laboratorio de pruebas para tecnologías espaciales. Por eso tiene esa forma tan particular. Los locales lo llaman “Tulipán blanco”. Hoy es uno de los institutos de investigación más importantes de Rusia, especializado en software y desarrollo de hardware en robótica y cibernética técnica.
Otro edificio brutalista que se ganó un apodo amistoso es el “Ciempiés”, la Casa de los Aviadores que diseñó el arquitecto ruso Andrey Meyerson en el noroeste de Moscú. Este complejo de bloques residenciales se pensó originalmente como hotel para los Juegos Olímpicos de 1980, pero terminó siendo el barrio perfecto para alojar a los trabajadores de una fábrica de aviones cercana. Es un verdadero homenaje a la Unité d’Habitation de Marsella de Le Corbusier, y un gran ejemplo del urbanismo y la arquitectura brutalista, con pilares monolíticos, grandes alturas y figuras geométricas.
Como lo es también la Casa de los Soviets en Kaliningrado, o como muy bien lo llaman los lugareños, el “Robot Enterrado”. Este edificio está ubicado en la plaza central de la ciudad, en la intersección de las avenidas Shevchenko y Lenin, y es obra del arquitecto Yulian L. Shvartsbreim. Por su forma rectangular y sus molduras, parece la cabeza de un robot enterrado hasta los hombros. La idea era construirlo para que funcione como administración central del Óblast de Kaliningrado. Comenzaron la obra en 1970 pero el suelo pantanoso del lugar complicó las cosas, por lo que el edificio nunca fue terminado y siempre están a punto de demolerlo. Todavía sigue ahí, enterrado.
En la ciudad de Cheliábinsk continúa imponiendo su majestuosa presencia el Chelyabinsk State Academic Drama Theater, un enorme edificio de mármol y molduras de hierro fundido ubicado en pleno centro. Y en la ciudad de Nóvgorod se puede apreciar una fina pieza de brutalismo diseñada en 1983 por el arquitecto Vladimir Somov, el actual Fyodor Dostoevsky Theater of Dramatic Art, un teatro pensado originalmente para acercar la cultura soviética a la clase obrera.
La tríada fundacional: edificios imponentes, geometría bien definida y hormigón armado. Un concepto que influyó a arquitectos en todo el mundo, que tuvo su esplendor y caída a la par de la Unión Soviética; y que hoy, bajo los escombros, encuentra su propia resignificación histórica y nostálgica.