Grecia ha sido cuna cultural de la civilización occidental, un título que aún por estos días se encarga de seguir defendiendo, al menos en lo que al pensamiento moderno se refiere. Desde 1994, en la calle Vasilis Sofias de Atenas, interrumpe el paisaje urbano una escultura de doce metros de longitud formada por miles de lonjas de vidrio verde opaco; que montados sobre una estructura de hierro, devuelven la ilusión de estar mirando un corredor (Dromeas, tal su nombre en griego) en pleno movimiento.
Pese a su actual acogida, la primera percepción de los ciudadanos atenienses no fue la esperada. Creada originalmente por Costas Varotsos en 1988 (invitado a realizarla por el compositor musical y entonces vicealcalde de Atenas, Stavros Xarhakos), debió ser trasladada seis años más tarde desde la Plaza Omonia a su actual ubicación. Sus materiales, en apariencia frágiles, provocaron en la gente una gran preocupación respecto al posible riesgo que representaba su proximidad con el subte y sus vibraciones. Pero el temor excede la cuestión edilicia: durante sus primeros años de vida, Dromeas no fue bien comprendido por su público. Los compatriotas del propio Varostsos no conseguían conectar con la obra, como si estuviesen evitando tomar la responsabilidad que una posible interpretación sugiere. Es que la figura encarna a las miles de personas que toman Grecia como punto intermedio para luego migrar hacia el norte europeo buscando mejorar su calidad de vida.
Tradición y vanguardia son el binomio que el artista ha querido connotar en este trabajo. Dromeas es la materialidad del ritmo vertiginoso que supone el progreso y la lógica de la modernidad, puntualmente en Atenas, pero también en el mundo contemporáneo. Desde el lado histórico, Varotsos sugiere un guiño a la invención de uno de los deportes más antigüos del que se tenga registro (junto con la lucha libre): el atletismo. Fue esta misma ciudad la que alojó la emblemática carrera de Filípides desde la Batalla de Maratón, aquella que anunció la victoria griega sobre los persas en el 490 a. C.
La escultura se sostiene rodeada de grandes edificios. Al sureste la acompaña la Galería Nacional de Grecia, al suroeste surgen los conocidos hoteles Caravel y Athens Hilton. Desde el lado norte alcanza a divisarse los jardines del Hospital Evangélico. La noción de territorialidad es clave en este artista, quien afirma sostener una estrategia de localidad a la hora de producir: “No coloco mis obras en un lugar, sino que la obra nace del lugar. No es una colocación egoísta. Me interesa el arte aborigen, ya que siempre ha tenido esa identificación con el lugar que le da su autenticidad, algo que admiro”.
Varotsos intenta captar el movimiento ininterrumpido de la vida, una proeza en principio imposible. Con un enfoque similar creó L'approdo (El desembarco), una escultura italiana que rinde homenaje a la tragedia de Otranto de 1997, donde más de 80 refugiados albaneses murieron a bordo de un barco al chocar con una lancha. Para ello, tomó la estructura original de la embarcación, y a partir de la fusión de ese esqueleto y sus esculturas vidriadas, consiguió inmortalizar la figura de las víctimas y su deseo de libertad, en busca de un futuro diferente.
Dromeas es prisa y la impresión que deja la estela de sus creaciones. Una nube de polvo, una sombra voraz, tal la excitación de los nuevos tiempos. El imperativo del ser humano moderno a volverse un ente cada vez más efectivo sin detenerse a medir las consecuencias, sólo guiado en base a resultados. El espíritu que proyecta el corpus de sus obras deja en el aire ciertas preguntas. ¿De qué huye El corredor? ¿Corre porque no puede mantenerse quieto o es que no se permite el lujo de la quietud?