“Mezclada con la oscura multitud de los hombres, un grupo de mujeres esperaba a los que llegaban delante de uno de los tres mostradores donde reinaban, pintadas y marchitas, tres vendedoras de bebidas y de amor”.
Guy de Maupassant (Bel Ami, 1885)
Un pintor incomprendido
Édouard Manet (1832-1883) nació en París en una familia de la burguesía francesa muy posicionada económica y políticamente. Al no coincidir con el deseo de su padre de convertirse en abogado, simpatizó pronto con varios pensadores de izquierda y con una fuerte pasión hacia el mundo del arte. Si bien Manet tuvo importantes influencias para el inicio del impresionismo, es difícil catalogarlo en un movimiento artístico específico, ya que fluctuó entre varias ideas pero nunca se encasilló en ninguna, y pintó siempre libremente a su manera. Comenzó a estudiar en el taller de Thomas Couture y pasó a nutrirse de las obras que se encontraban en el Museo Louvre. En este sentido entrenó su pincelada copiando a maestros como Goya, Delacroix, Tiziano y Rembrandt, entre varios. Hacia 1850 el movimiento realista tenía mucha popularidad en París y se acercó a este estilo. Viajó por varias partes de Europa en donde conoció la pintura barroca de Velázquez, que fue una gran influencia para su trabajo. En 1863 dejó de participar en los salones de arte tradicionales luego de presentar dos cuadros que tuvieron muchas críticas y generaron polémica: Almuerzo sobre la hierba y Olympia.
Almuerzo sobre la hierba. 208 x 264 cm. Óleo sobre tela. Musée D´Orsay, Paris.
Con estas obras Manet anunció la llegada del arte moderno y escandalizó a la sociedad. Por un lado sorprendió con la elección de los escenarios cotidianos de la vida que estaba pasando delante de sus ojos y decidió representarla con cuerpos femeninos que no se encontraban idealizados, ni pertenecían a narraciones mitológicas cuidadas para justificar sus desnudos. Entre varias de las razones por las que Olympia fue chocante, no solo por que es una parodia de una obra famosa del Renacimiento (La Venus de Urbino realizada por Tiziano en 1534), sino que utiliza como modelo a una prostituta parisina conocida de la época y que provocadoramente mira hacia el espectador. Manet tuvo grandes figuras apoyándolo como su amigo Émile Zola que en 1867 publicó un artículo en el diario Le Figaro en el cual mostraba que casi todos los artistas importantes debían comenzar por ofender la sensibilidad del espectador y provocar un impacto.
Olympia 1863. 130,5 x 190 cm. Óleo sobre tela. Musée D´Orsay, Paris.
Édouard también formó parte de la federación de artistas de la Comuna de París y se hizo gran amigo de Claude Monet. Fue destacada su pincelada con manchas y su abandono del modelado, lo que generó interesantes aportes al movimiento impresionista. A pesar de incorporar e innovar en algunas técnicas impresionistas, nunca participó de las exposiciones colectivas. Falleció a los cincuenta y un años por una enfermedad en 1883, sin embargo gozó del reconocimiento por su talento con una medalla otorgada por el Salón y lo nombraron Caballero de la Legión de Honor.
La modernidad parisina
Manet vivió en los años de importantes cambios en Francia. París se fue transformando en el símbolo del progreso y en la cuna del arte y la cultura. Esto fue el reflejo del final de la guerra franco-prusiana que dejó mayor poder político a la burguesía industrial. Los lugares de ocio que más coexistían con el artista fueron los café-conciertos. Uno de los más famosos fue el Cabaret Folies-Bergère situado en Montmartre y considerado un bar de “placer moderno”. Se trataba de un lugar glamoroso en donde asistían artistas como Charles Chaplin. Este lugar tan icónico fue el elegido por Manet para ser tema de su última obra de arte. Una de las preferencias del pintor era retratar ambientes de lujo y de goces refinados de esta nueva vida moderna.
Vista del interior del Folies-Bergère a finales del siglo XIX (Rue des Archives/Tallandier).
La realidad y su reflejo
En Le Bar aux Folies-Bergère realizada en 1882, que fue su última obra antes de morir, Édouard Manet representa todo lo que estuvo buscando a lo largo de su producción artística. Se puede ver que el pintor reúne en escenarios cotidianos la temática de la vida parisina con toda su modernidad, que le sirve de excusa para exponer sus lujos y trivialidades. Aparecen los bodegones, que tanto quiso destacar durante su carrera, y una inevitable provocación con el retrato de una mujer común que mira distante hacia el espectador, pero que a la vez lo acerca a esta atmósfera de placeres mundanos.
Le bar aux Folies-Bergère (1882). 96 x 130 cm. Óleo sobre tela. The Courtaud Gallery, Londres.
La protagonista retratada era una camarera que trabajaba en el lugar y que posó para Manet en su estudio y no en el bar. Por esto podría sugerirse que hay varias interpretaciones ópticas que pueden estar erradas o pensadas sin el reflejo real del espejo. La mujer se llamaba Suzon, una joven rubia con flequillo que aparece con un aire indiferente, apoyada sobre el mostrador de mármol. En el espejo se puede ver el resto del salón y los clientes provenientes de diferentes clases sociales conversando, ya que independientemente de su estatus confluían todos en ese mismo espacio. El historiador británico Timothy James Clark detalló en 2004 que este tipo de lugares eran muy populares entre la clase proletaria, pero que de a poco fueron siendo elegidos por la naciente burguesía, generando que ambas clases sociales coincidieran en torno a la música popular.
En la pintura se refleja un hombre de sombrero hablando con la protagonista, que genera un juego de ilusión óptica por el cual el espectador pasa a formar parte de la situación y es invitado por la retratada que lo mira fijamente. Este hombre podría estar tratando de seducirla, sin embargo, la camarera se muestra indiferente hacia él y mucho más provocadora hacia nosotros, integrándonos a su mundo y haciéndonos parte de él, del cual se nota no está satisfecha ni muy contenta de formar parte. Tiene un collar similar al de Olympia lo que demuestra que a su vez también era prostituta y por esto se puede asociar al hombre de sombrero con uno de sus posibles clientes en pos de hacerle alguna propuesta indecente.
Muchos de los que se horrorizaron por la aparición de una prostituta en el cuadro de Manet, eran los mismos que alimentaban el trabajo de estas mujeres. El bar Folies-Bergère era uno de los principales centros de prostitución de lujo, sin embargo como la camarera no se encuentra desnuda y no es abiertamente solo prostituta, esta doble moral jugó un rol fundamental para que el cuadro se pudiera exhibir en el Salón Oficial y no sea rechazado como los otros.
La temática de la obra se centra en el ambiente de una noche parisina en un bar clásico y el tipo de personas que frecuentaban estos cabarets. Manet reúne los lujos de la modernidad y muestra la integración de la luz eléctrica, con todo el bar iluminado por grandes lámparas y una araña de cristal. Las escenas de la gente bebiendo champagne, licor de menta y cerveza, le sirvieron para lucirse pintando naturalezas muertas junto con los cítricos y las flores, además de retratar shows en vivo. En la esquina superior, enfrentada al hombre de sombrero, se aprecia que caen las piernas de un trapecista.
Detalle de la naturaleza muerta.
Hay una pincelada abierta que juega con la mancha y los detalles para ciertas cosas como el encaje de ropa que lleva Suzon. Estas idas y vueltas con el pincel recuerdan al estilo de Frans Hals. Manet también estaba fascinado con la obra de Velázquez, destacando el grado de complejidad que tiene Las Meninas con la interpretación del reflejo hacia el espectador o hacia quienes miran la obra, y esto puede haber tenido cierto peso a la hora de retratar a Suzon. Por más que algunos aspectos del reflejo no estén del todo claros, hay una armonía en la composición que proporciona una calma visual: el esquema piramidal formando un triángulo con la barra y la camarera. También hay un juego de equilibrio y simetría en la ropa de la joven y sus botones que dividen la obra en dos partes.
Detalle del reflejo del bar.
La escena está dividida en dos: la real y la reflejada, en donde prácticamente toda la imagen no es la real sino la reflejada. Para la historiadora del arte Griselda Pollock, Manet, lejos de equivocarse, crea este efecto para inquietar al espectador con un reflejo confuso que a primera vista no se entiende y que tiene a un protagonista que no parece participar de ningún ambiente, ni del real ni del reflejado, abriendo así múltiples interpretaciones posibles. Una idea que a su vez Walter Benjamin describió de manera formidable en 1929: "París es la ciudad de los espejos […] de ahí la particular belleza de las mujeres parisinas. Antes de que un hombre las mire, ellas mismas se han visto reflejadas decenas de veces. Pero el hombre mismo también se ve reflejado en espejos todo el tiempo; en los cafés, por ejemplo, los espejos son el elemento espiritual de la ciudad, su escudo de armas".