Marie Rosalie Bonheur, mejor conocida como Rosa Bonheur (Burdeos, 1822 - Thomery, 1899) fue una destacada artista francesa del realismo animalista, reconocida por su destreza y maestría. El reconocimiento que tuvo de parte de colegas, críticos y coleccionistas de la época la convierte en una de las artistas más influyentes y afamadas del siglo XIX. Nació en el seno de una familia interesada por el arte. Su padre –y primer maestro- Raimond Bonheur, también era pintor y dibujante, y defensor del socialismo utópico, lo que influirá en la educación progresista que inculcó en sus hijos, quienes de adultos también se dedicaron al arte. “Mi padre, este entusiasta apóstol de la humanidad, me dijo muchas veces que la misión de la mujer era elevar el género humano, que ella era el Mesías de los siglos futuros. A sus doctrinas debo la grande y orgullosa ambición que he concebido por el sexo al que me enorgullezco de pertenecer y cuya independencia apoyaré hasta mi último día”. Desde muy joven, la pintora mostró un talento excepcional para el dibujo, especialmente en la representación de animales, lo que se convertiría en el eje central de toda su producción posterior. Luego de esta primera formación artística junto a su padre, prosiguió sus estudios en el taller del prestigioso pintor neoclásico Léon Cogniet.
Retrato de Rosa Bonheur, circa 1890.
Bonheur dedicó toda su trayectoria al pormenorizado estudio de la anatomía y el comportamiento animal, convirtiéndose en una gran referente en este género pictórico. Para realizar sus trabajos visitaba constantemente granjas, zoológicos y mataderos, desafiando las convenciones sociales que limitaban la movilidad y el acceso de las mujeres a estos espacios. Para facilitar su trabajo de campo y asistir a las ferias de ganado -una de las temáticas que más disfrutaba pintar-, solicitó un permiso especial para vestir ropa masculina, más precisamente para poder usar pantalones. Finalmente le fue concedida una autorización oficial para usar “disfraz” que debía renovar cada seis meses. Este hecho, sin dudas, demuestra el gran temperamento de la artista para abrirse camino a pesar de las limitaciones que sufrían las mujeres, y su rechazo a las normas de género de la época.
Su definitiva consagración y notoriedad internacional llegó con la monumental pintura El mercado de caballos (1855), exhibida durante la Exposición Universal de París, y que fue ampliamente aclamada por su gran dinamismo y nivel de detalle.
El mercado de caballos, 1852-1855. Óleo sobre tela, 244 x 506 cm. Metropolitan Museom of Art, New York.
Otra obra que ya antes le había otorgado reconocimiento tanto en Francia como en el extranjero fue la imagen de los bueyes labrando la tierra en la famosa pintura Arando en el Nivernais (1849), comprada por el Estado francés, luego de obtener la Medalla de Oro en el Salón de París. Con estas obras Bonheur se consolidó definitivamente como una figura destacada en los círculos académicos y artísticos del siglo XIX. Y a pesar de los prejuicios de género, logró construir una carrera destacable, a la vez que obtener una independencia económica inusual para una mujer de su tiempo.
Arando en el Nivernais, 1849. Óleo sobre tela, 134 x 260 cm. Musée d'Orsay, París.
Entre los premios y distinciones que obtuvo destacan la prestigiosa Legión de Honor, el más alto reconocimiento civil en Francia, otorgada en 1865 por la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, y convirtiéndose en la primera mujer en recibirla. En 1894, unos años antes de su muerte, fue ascendida al grado de Comandante de la Legión de Honor. Sus obras fueron premiadas y adquiridas en exposiciones fuera de Francia, especialmente en Inglaterra y los Estados Unidos, donde gozó de gran popularidad. En España, recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, condecoración reservada a los grandes maestros y que significó el primer reconocimiento profesional del Estado a una artista extranjera, ya muy prestigiosa por méritos propios.
La trilla. Óleo sobre tela, 47,5 x 87,5 cm. Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
En lo personal Bonheur también desafió las normas socialmente establecidas, vivió con gran libertad por fuera de las estructuras tradicionales, compartiendo su vida con otras mujeres. Primero con Nathalie Micas y, tras el fallecimiento de ésta, con Anna Klumpke, también pintora y quien sostuvo el legado de Bonheur luego de su muerte. Si bien Bonheur tuvo fama y reconocimiento de sus contemporáneos, mantuvo cierta distancia de las asociaciones artísticas tradicionales y de los círculos bohemios, sobre todo de París, prefiriendo concentrarse en su trabajo. Esta independencia fue tanto una elección personal como una necesidad para construir una trayectoria sólida en un ambiente dominado por hombres.
La vitalidad del mundo natural
Vivió de su arte desde los catorce años y logró hacerse de una gran fortuna por ello. Especializada en retratar animales, Rosa Bonheur es, sin duda, la pintora más famosa del siglo XIX. Su carrera internacional es deslumbrante, logró exhibir y vender sus obras, tanto en Francia como en Inglaterra, Estados Unidos y España. Debido a su éxito, se ganó el respeto de personalidades contemporáneas como Georges Bizet, la reina Victoria, Napoleón III y Víctor Hugo, entre otros ilustres personajes que quedaban cautivados tanto por su arte como por su carácter.
Realizó una profusa y abundante producción a lo largo de más de sesenta años de trayectoria, fruto de su convivencia diaria con los animales en sus sucesivos talleres y en el campo. Durante sus viajes, mostraba una gran curiosidad por conocer la diversidad de las especies y los ecosistemas de los que son parte. También le fascinaba la belleza salvaje de los grandes espacios abiertos, como el mítico oeste americano, a pesar de que nunca pudo estar allí. De todas maneras, la artista tuvo el placer de retratar a Buffalo Bill y a todos los actores del Wild West Show en 1889, cuando estaban de gira por Europa.
Retrato de Col. William F. Cody (Buffalo Bill), 1889. Óleo sobre tela, 47 x 39 cm. Whitney Gallery of Western Art Collection, Cody, Wyoming.
Interesada por transmitir su rica visión del mundo, en su obra reflejaba una excepcional y lúcida mirada de la flora y de la fauna. Rosa Bonheur llegó a reunir una formidable colección zoológica, que contaba con decenas de especies diferentes, incluyendo perros, ciervos y animales salvajes. Situando a los animales en el centro de su creación artística, valiéndose de composiciones espectaculares o aislándolos a retratos reales, Bonheur supo crear una obra expresiva, desprovista de sentimentalismo, y de un extraordinario realismo, nutrida por los descubrimientos científicos y la nueva atención que se le prestaba a las especies animales y a la zootecnia.
El rey del bosque, 1878. Óleo sobre tela, 244 × 175 cm. Colección privada, EE. UU.
La artista pintó formatos muy pequeños o, por el contrario, obras monumentales, la mayoría de ellas vistas panorámicas y dinámicas cargadas de figuras y vegetación. También retratos de animales de cuerpo entero, que cautivan por su impronta, carácter, y “psicología”, tal y como si se tratase de seres humanos. De esta forma Rosa Bonheur retrata la majestuosidad del ciervo en su obra El rey del bosque (1878), o la belleza y energía de caballos semisalvajes en El Molido de trigo en la Camarga (1864-1899). Cada obra afirma su pertenencia al mundo rural, exaltando al mismo tiempo su fuerza telúrica.
El Molido de trigo en la Camarga, 1864-1899. Óleo sobre tela, 313 x 651cm. Museo de Bellas Artes de Burdeos.
Con su producción única, sigue sorprendiendo hoy por su asombrosa modernidad. Esta mujer que luchó durante toda su vida por “elevar a la mujer” y demostrar que “el genio no tenía género”, muñida de sus pinceles y sus pantalones, recorría los bosques y las ferias ganaderas para retratar a sus modelos. Luchó junto a Claude François Denecourt para preservar el bosque de Fontainebleau, y proclamaba que los animales tenían “alma”, un pensamiento nada convencional en el siglo XIX.
Aproximación a la obra: El Cid
A través de su gran dominio técnico, Bonheur supo representar tanto la anatomía como la psicología animal. Un buen ejemplo de ello es el majestuoso retrato dedicado a El Cid (1879), que pertenece al Museo Nacional del Prado. Considerada una verdadera maestra en el género animalière, gozó en vida de una atención de la crítica de la que solo disfrutaron los más reputados pintores y escultores de su tiempo.
El Cid, 1879. Óleo sobre tela, 95 x 76 cm. Museo Nacional del Prado, Madrid.
En la biografía Sa Vie Son Oeuvre - Su vida Su obra, publicada en 1908, basada en su diario, en cartas, bocetos y otros escritos, Anna Klumpke detalla que Bonheur comenzó a pintar felinos durante la época de la guerra franco-prusiana. Su atención se posó sobre todo en los leones, quienes ocupan gran parte de su producción. Primeramente utilizó como modelos a los del zoológico de París, lugar que frecuentaba con asiduidad en busca de motivos pictóricos. Más tarde se inspiró en la pareja de la subespecie Atlas que tenía en su propia finca. En estos animales Bonheur reconoció esa poderosa nobleza esencial que deseó transmitir con su obra. En este sentido, este ejemplar es único, dado su tratamiento como si fuera un retrato, rozando lo humano, contribuye a subrayar esa cualidad.
La deslumbrante obra forma parte del acervo del Prado desde el año de su creación en 1879 gracias a la donación del marchand Ernest Gambart, amigo íntimo de la pintora. Teniendo en cuenta que los retratos estaban reservados solo para humanos y para representar la esencia interior del sujeto, se percibe algo más profundo que una mera apariencia animal en la pintura. Como menciona el análisis dedicado al cuadro en la web del Museo, “esta forma de presentar al león coincide en el tiempo con el texto de Charles Darwin La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), obra a la que Bonheur pareció mostrarse sensible”. Para reforzar esta idea, la monografía de Klumpke menciona esta pintura de Bonheur con el significativo título de “Un joven príncipe (cabeza de León)”.
Su lugar en el mundo
En 1859 Bonheur adquiere una antigua propiedad señorial del siglo XV rodeada de naturaleza, situada en la aldea de By –Thomery, en Seine-et-Marne, localidad cercana a Fontainebleau. Con la adquisición de este magnífico castillo, Bonheur se convierte en la primera mujer en comprar un inmueble a su nombre, gracias únicamente al fruto de su trabajo. A poco de adquirirla encargó al arquitecto Jules Saulnier la construcción de su estudio. Luego de las remodelaciones y adecuaciones correspondientes, al año siguiente se mudó y pasó allí los últimos cuarenta años de su vida junto a su pareja Anna Klumpke. Este lugar fue tanto su hogar como un santuario propicio para su conexión con los animales y la naturaleza, pilares esenciales de su obra artística.
Exterior del castillo de Rosa Bonheur, By-Thomery, Francia.
Bonheur transformó el castillo en un espacio donde convivían arte y vida rural, albergando una gran variedad de especies animales, desde caballos y vacas hasta ciervos, leones y aves exóticas. Su dedicación al bienestar animal reflejaba un profundo respeto por la vida, que se tradujo en su obra a través de un realismo vibrante y emotivo. El castillo no solo era su refugio creativo, sino también un lugar de experimentación artística, donde naturaleza, arte y ética se unían en perfecta armonía.
Dado su gran prestigio tuvo la posibilidad de vivir alejada de los circuitos parisinos tradicionales en su gran posesión campestre, rodeada de los animales en libertad que empleaba como modelos para sus pinturas y esculturas. Continuó pintando y cuidando de sus animales hasta sus últimos días en el fastuoso entorno natural que rodeaba su amado castillo, su lugar en el mundo.
Interior del castillo de Rosa Bonheur, By-Thomery, Francia.
Tras su muerte, la propiedad quedó en manos de su última pareja Anna Klumpke, que conservó la finca con inmensa devoción, abriendo el estudio de Rosa al público para mantener viva la memoria de la ilustre pintora. Al cuidado de la familia Klumpke-Dejerine-Sorrel por varias generaciones hoy la magnífica casa-museo está a cargo de Katherine Brault y sus hijas desde 2017, quienes son verdaderas apasionadas por la historia de la artista y conmovidas por la autenticidad del lugar, que nunca ha sido modificado. Al visitar hoy el castillo de Rosa Bonheur, se siente que uno ha viajado en el tiempo, en su taller todo está tal cual ella lo ha dejado el 25 de mayo de 1899. Conocer este mágico lugar brinda la posibilidad de sumergirse en la vida cotidiana de la artista, y poder conocer cómo trabajaba cada día en pleno siglo XIX.