Desiree De Ridder: “Perdimos la noción de construir con las manos”

Escultora y activista medioambiental, su práctica se desarrolla en permanente contacto con la naturaleza a través de la escultura y la bioconstrucción con materiales naturales. 
Por Mariana Gioiosa

 

De pequeña convivió con infinidad de animales en el campo de su abuelo en Vedia, provincia de Buenos Aires. Años más tarde estudió pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en la capital porteña, donde se destacó por sus pinturas de paisajes. Luego siguió un viaje a París como asistente del escultor Carlos Regazzoni, donde tomó conciencia de la tridimensionalidad y aparecieron sus característicos animales en cerámica. Tiempo después conoció a Ricardo Tamalet, quien la impulsó a trabajar con adobe y bioconstrucción. Con la intención de rescatar prácticas milenarias de la civilización etrusca, se trasladó a un campo en La Toscana para dar talleres sobre esta técnica ancestral. Actualmente, Desiree de Ridder vive en el campo de su infancia y su actividad artística adquirió coherencia con un modo de vida de respeto por el entorno y de lucha por la conservación. 

 

-Vivir en el campo durante la infancia fue fundamental en la génesis de tu obra, contanos cómo transcurrieron esos primeros años en la región agrícola de la provincia de Buenos Aires.

-En la casa de Vedia convivía con mi familia y una infinidad de animales: zorros, ñandúes, perdices, peludos, mulitas, entre otros. Salíamos a andar a caballo y nos cruzábamos con todos ellos. Con el correr de los años cambió el modelo agropecuario, se pasó al monocultivo y muchos de estos pequeños seres fueron desapareciendo. El cultivo de soja vino con el combo de agroquímicos. Muchos animales se asustaron y huyeron. En el caso de las aves, los huevos eran destruidos por las máquinas y no hubo más reproducción. Ese proceso que comenzó hace cuarenta años atrás y que viví en carne propia me inspiró para trabajar desde la cerámica sobre los animales en extinción. 

 

-Hablemos sobre tu interés por la ecología, realizaste varias acciones a lo largo de los años para concientizar sobre el cuidado del medio ambiente, ¿Cómo fue evolucionando esa militancia a lo largo del tiempo?

-Me di cuenta que más allá de ayudar a algunas organizaciones con los derechos de los animales y la conservación, tenía que involucrarme desde mi accionar y decidí hace cinco años hacerme vegetariana. Por otro lado, fui sustituyendo las energías que tenía en mi casa, el gas por la leña de los árboles caídos y lo disfruté mucho, es tan hermoso escuchar chispear la madera en la salamandra, volver a la escala humana. La próxima inversión será poner en los techos paneles solares. Hace poco armé un grupo con artistas para saltar en paracaídas y aterrizar en un sojal con mensajes en contra del modelo de cultivo con agrotóxicos. Diseñamos trajes especiales, escribimos frases y nos tiramos desde dos mil metros de altura. Cuando hicimos este acto performático hubo gente que consideró nuestra acción contradictoria porque generó contaminación. Tienen razón, pero es muy difícil volver a cero la huella de producción de carbono, la industria textil y el traslado, por dar un ejemplo, son muy contaminantes, tendríamos que andar descalzos y no podíamos usar autos. Yo creo que la causa fue importantísima.

 

-¿Cómo fue que comenzaste con las esculturas en cerámica? ¿Tuvo que ver tu viaje a París?

-En París empecé a entender la escultura de la mano de Carlos Regazzoni, un artista para el que trabajé varios años como asistente, él fue de cierta manera mi maestro en escultura. Años más tarde volví a Buenos Aires y empecé con la producción de cerámicas. Pero miles de gastos no me permitieron seguir trabajando en mi obra como quería. Fue entonces que armé una fábrica artesanal y trabajé cerca de quince años para decoradores y arquitectos. Hice lámparas, revestimientos artesanales, fuentes y artefactos para baños, entre otras cosas. Además, realicé junto al diseñador Juan Diciervo una serie de luminarias que estuvieron en el MALBA. Fue interesante el aprendizaje de la cerámica utilitaria, pero yo quería ser escultora y cuando pude volví a mi taller, a los museos y a las galerías. A lo que había querido, pero no había podido.

 

-¿Cómo realizas tus piezas en cerámica? ¿Tenés algún secreto con respecto a la utilización del fuego?

-La cerámica tiene mucho de amasar y conocer el fuego, el ceramista profesional formula sus propias pastas, le agrega sus propios ingredientes, por ejemplo, en mi caso le agrego a la arcilla talco y chamote cuando utilizo hornos a la leña, para que resistan al choque térmico. Hice una residencia en Oaxaca, México, para aprender estas técnicas sobre el fuego.

 

¿Qué te llevó a tomar la decisión de vivir en el campo donde habías pasado tu infancia?

-Hace quince años yo heredé una parcela de un campo familiar, me encontré huérfana a los treinta y cuatro, y fue muy difícil para mí. Mi sueño era vivir en el campo, pero no pude hacerlo hasta el 2020. En la pandemia quedé tres meses varada en Italia y luego volví a Buenos Aires a instalarme definitivamente en el campo. Fue ese año donde encontré realmente el sentido de mi trabajo, aunque me dedico al arte desde hace más de treinta años. Junto a mis tres hijos arranqué la primera obra en barro que es mi taller. Yo creo que eso nos salvó, porque veníamos muy golpeados, mis dos hijos más grandes perdieron a su papá al comienzo de ese año, y en Italia estuve aislada durante varios meses con noticias de miles de muertos todos los días y sin poder acompañar a mis hijos en un momento de duelo, entonces vinimos todos acá a sanar, con la idea maravillosa que es construir un espacio, con tus manos. El barro nos curó. Yo pienso que ahí empezó a tener fuerza mi trabajo, porque entendí que los animales que estaba haciendo con cerámica eran parte de un proyecto más grande, entonces decidí seguir construyendo con materiales naturales e invitar a otra gente a participar.

 

-¿Cómo se te ocurrió incursionar en la bioconstrucción?

-Hace unos años fui a dar una charla a Corrientes donde conocí al bioconstructor Ricardo Tamalet y le pregunté si yo podría hacer un espacio con barro y me respondió que sí, que cualquiera puede hacer su casa con sus propias manos.  Me habló sobre los beneficios de la construcción natural tanto para el medio ambiente como para las personas que ocupan esos espacios. Hace diez mil años que se construye, pero solamente hace cien años, a partir de la era industrial, que los seres humanos perdimos la noción de construir con las manos. Y fue a partir de esa charla que realicé mi primer taller en barro con mi grupo familiar y amigos de mis hijos.

 

Durante abril de 2023 te instalaste en un campo paradisíaco en Italia donde vos y un grupo de alumnos recolectaron bosta de búfala y arcilla de una acequia. ¿En qué consistió el taller que diste en la Toscana?

Hice un horno de cerámica a leña y di un taller para un grupo de personas en un campo con el fin de rescatar técnicas ancestrales de los etruscos y cocciones alternativas milenarias. Fue una experiencia emocionante debido al entorno y la importancia de recuperar estas tradiciones que en el mundo se están perdiendo poco a poco.

 

-En tus talleres de cerámica y bioconstrucción le transmitís a la gente la manera de conectarse con el entorno.

-Han venido muchas personas valiosas a estos talleres que no tienen que ver con el mundo del arte, son personas que están buscando un nuevo camino. Se convive tres días intensamente con gente que no se conoce previamente, se trabaja con materiales naturales y al final del encuentro nos emocionamos por todo lo vivido y aprendido. En el caso de los talleres de cerámica, se realiza un ritual chamánico. La arcilla se convierte en otra materialidad cuando alcanza los mil grados, hay una transformación de la materia. Son fuegos sagrados. En estos encuentros se da un clima maravilloso, cinco horas en las que se conversa mientras se observa el fuego que va adquiriendo diversas formas, se está en el presente y se puede apreciar el tiempo.

 

 

 

 

 

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