Eduardo Basualdo: “En mi obra hay una dramaturgia del espacio"

Sus instalaciones despliegan una tensión entre el lenguaje, el cuerpo y la razón, como constructores de realidad. Un inestable equilibrio donde la oscuridad y la curiosidad se debaten en una contradicción para configurar experiencias en un sentido físico y filosófico.
Por Marina Oybin
Foto: Josefina Tomassi Foto: Josefina Tomassi

 

La luz y el verde de los árboles se cuelan por los ventanales del recoleto taller en el barrio de Chacarita de Eduardo Basualdo, uno de los más importantes artistas argentinos de la actualidad. El silencio sin fisuras de este sitio lo atrajo. 

Lo primero que una ve al entrar es una prensa con grabados que el artista está haciendo en un proyecto con Malevo Estampa y, además, dibujos de esa pupila alucinada que no puede más que mirar su propio interior: un mecanismo que el artista define como “el espacio mental donde estamos confinados”. Son dibujos que no se incluyeron en Pupila, su magnífica exhibición en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que incluye la intervención del diseño museístico con paredes oblicuas y muros que parecen cosidos hasta llegar a una instalación monumental de 150 metros cuadrados. Es una muestra inmersiva que traslada a un momento de mucha introspección, al tiempo que desata un universo imaginativo potente: queda grabada en la retina, en el cuerpo.

Por estos días Basualdo trabaja contrarreloj en una majestuosa escenografía para una obra de danza y teatro con dirección de Diana Szeinblum que se estrenará el 1 de septiembre en el Teatro Cervantes.

 

–Nos dejaste sin palabras con Pupila, ¿cómo estás viviendo este momento? 

–¿Por qué sin palabras? Me gusta ese término.

 

–A mí me ocurrió eso: te quedás anonadado, inmóvil ante lo que ves. Conmueve muy fuertemente. 

–Muchas gracias. Me gusta lo que decís porque creo que es una muestra que no necesita palabras. Muchas veces en el arte las obras necesitan ser contextualizadas, se relacionan con otras ideas. Necesitan alguien, como los curadores o las instituciones, que te acerquen a la obra como público. En cambio, creo que este trabajo es muy directo: acorta las distancias entre la obra y el público: no tenés que saber nada de antemano para entender la obra o para poder disfrutarla. 

Esta muestra específicamente la podés absorber, no sólo disfrutar. Podés entenderla, digerirla. Alcanzó esa sensación de ser directa y a su vez no explicarlo todo: tiene zonas opacas, pero un espectador, que de repente se ve sorprendido en el museo y no conoce ni mi trabajo ni demasiado de arte, puede tener una experiencia muy directa. 

Me interesa también eso que decís acerca de que uno se queda anonadado. El teatro como el cine te atrapan, en cambio en las artes visuales nosotros competimos con la realidad: vos estás libre, estás en un museo caminando, tenés hambre, te duelen los pies, alguien te habla. El código del arte contemporáneo hoy implica que conviva con el resto de los estímulos: entrás comiendo, tenés el teléfono, podés atender, mandar mensajes. Todo eso no sucede en el cine o en el teatro. Creo que en ese sentido, la obra es bastante cinematográfica o teatral. Te propone un viaje inmersivo y tiene eso que vos decís: logra cortar esa distancia entre vos y la obra, que vos realmente estés dialogando con la obra y no te preocupes por conversar con tu amigo o leer el texto o responder mensajes. Te atrapa desde ese lugar que para mí es difícil. 

Mientras que en el teatro está prohibido mirar el teléfono o irse, se apagan las luces y la mitad del lugar son butacas para que te puedas sentar, en las artes visuales no tenemos esos recursos, esas convenciones, pero siempre busco eso: en este caso hay una dramaturgia del espacio muy trabajada. 

 

–El espacio que creaste en El Silencio de las sirenas fue increíble (obra comisionada para la Bienal de Lyon en 2011). ¿Cuánto tiempo te podías quedar sobre las rocas, en medio del agua?

–El tiempo que quisieras. El ciclo de la subida y la bajada del agua era de ocho minutos: dos minutos vacío, dos minutos lleno y dos minutos vaciándose, como una especie de respiración. Podías ingresar y permanecer en esa zona para ver el agujero donde salía el agua: se armaba un remolino, que es una forma pura del universo. Como la forma de la vía láctea, el vórtice descendente o ascendente: una forma cósmica que la podés ver ahí. También tenía un aspecto gástrico: era un gran estómago que vomitaba agua. 

 

–En tus obras siempre están lo corpóreo y la razón.    

–Sí, a esta altura igual son como energías o conceptos. La obra se podría transitar sin conocerlos. Son maneras que me sirven a mí para entender lo que hago, pero también se puede asociar a lo evidente y lo oscuro; lo que se sabe y lo que no. Lo asocio con eso porque la cabeza y el ojo, sobre todo, son los que te permiten asociar, revelar. 

 

–Hace tiempo atrás te preguntabas “¿qué hay en mi cabeza?”. ¿Qué cambió en ese campo de pensamiento —una abstracción, claro— hasta hoy?

–Ahora estoy buscando el contenido. Antes eran sensaciones; en cambio ahora creo que estoy siendo más agudo. Por lo menos creo que me estoy animando a ponerle imágenes a eso. Antes, cuando hablaba de la cabeza, simplemente señalaba ese espacio. Ahora, emergieron figuras y se armó una constelación. Además, logré que esa cabeza esté en una sala y no tengas que entrar como en La isla a una casita. Logré que se abra y seguir teniendo esa sensación.

 

–¿Qué pensás que puede aportar el arte a la sociedad, a la condición humana? Si es que te parece que puede aportar algo, claro. 

–La cultura hoy es un espacio un poco por fuera de la máquina de consumir y producir. Te podés quedar anonadado, como decíamos, o pensando: son demoras en una dinámica que llevamos que no las permite. La demora es muy importante porque vos podrías ver arte de una manera muy turística, muy mecánica. Me interesa el arte que logra detenernos para sentir algo distinto. 

Además, el arte cristaliza expresiones que están sucediendo y que uno no siempre tiene la capacidad de atrapar: logra mostrarte de otro modo algo que es tuyo, que ya sucede. En el arte tenemos atributos de la religión: como ir a un lugar a pensar o hacer otra cosa por fuera de la máquina productiva, pero a su vez para mí el desafío es que no esté tan regulado como la religión. El arte tiene que ser consciente de cuándo está repitiendo lo que se supone que es arte y cuando está cumpliendo la función de descomprimir. Porque si no es simplemente un anillo más.  

 

–Tenés razón, la demora: es muy contra sistema. 

–Sí, sí lo logra. El arte que consumís acá (señala el celular), por el teléfono, no logra eso. Por eso a mí me gusta la instalación: te agarra y te dice: “Tranquila, estás acá, ahora”.

 

 

 

 

 

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