Fernanda Laguna pasó de no tener en dónde exhibir a fundar un espacio de arte propio; luego a exponer en múltiples espacios alternativos e independientes hasta llegar a hacerlo en museos de particular peso simbólico como el Guggenheim o el MoMA de Nueva York -que adquirió 25 dibujos de una de sus series a comienzos de este año-, el Centro de Arte Museo Reina Sofía, el CA2M de Madrid, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y el MALBA entre otros, además de colecciones privadas de todo el mundo.
Acaba de publicar el libro Mareadas en la marea, editado por Siglo XXI, que recopila las experiencias que vivió junto a Cecilia Palmeiro durante la marea feminista; y de inaugurar Necesitada de magia, una muestra en el Museo de Arte López Claro de Azul. Artista visual, escritora, editora, curadora y gestora cultural argentina, se podría decir que Laguna experimentó con todas las formas y que continuará haciéndolo hasta quizás, inventar nuevas. Publicó novelas bajo el seudónimo de Dalia Rosetti, habilitando a otra de sus personalidades que, según cuenta, “dice barbaridades, es políticamente incorrecta y llora menos que Fernanda”.
A finales de los 90 fundó junto a Cecilia Pavón la galería y tienda de arte Belleza y felicidad. Años más tarde, puso una sucursal del espacio en Villa Fiorito, que funciona como galería y escuela de arte, muy concurrida por personas de los barrios aledaños al Riachuelo; en una iniciativa que involucra a la comunidad de Fiorito y artistas. Actualmente, gestiona un nuevo espacio, la galería Para vos... Norma mía! en la frontera de Villa Crespo con Chacarita. El arte es, para ella, un estilo de vida, una experiencia en sí misma, una herramienta de transformación social.
–Este año el MoMA de Nueva York adquirió veinticinco de tus dibujos. ¿En qué fue inspirada esa serie? ¿Alguna vez imaginaste que estos, hechos en lápiz, con total simpleza, podrían interesarle a una institución tan destacada?
–La serie es como una especie de diario íntimo. Son temas muy simples, lo que se diría infantil, pero hay escenas de muerte en algunos dibujitos, o la corazoncita protagonista que vomita por una resaca. Me sorprendió mucho la noticia de que el MoMA los comprara. Es una serie que vengo haciendo desde hace muchísimos años. Las vieron en la muestra que yo estaba haciendo en el Drawing Center de Nueva York. Uno piensa que todas las obras deben ser “importantes”, que deben hablar de grandes temas para estar en ese tipo de instituciones, pero también hay una micropolítica que se da en el día a día de las personas, que tiene incidencia. Me sorprendió porque el sentimiento de la serie es de ternura, no el “¡Wow!”. Hay actitudes y emociones que están infantilizadas, han dicho que mi obra es infantil durante siglos. Yo nunca la vi así. Pareciera ser una cuestión de niños, pero la ternura también tiene que ver con la adultez. Sin embargo si le decis a alguien “que tierno que sos”, es como si fuera poco, pero para mi lo poco es mucho. Trabajé bastante intensamente por lograr hacer cosas que fueran pequeñas. Me gustó siempre esa cosa rota arriba de la mesa, que te causa… bueno, ternura. Vi en un documental que la ternura es como una capacidad que tienen los cachorros para evitar ser comidos por los leones. Me gusta lo que pende de un hilo, cuando alguien decide tirar un objeto pero después lo mira, es tierno y no puede, entonces lo guarda. Me gustan las cosas feas, insignificantes, pero que tienen esa cuota de ternura que hacen que quieras que sobrevivan.
–Algo de eso está muy plasmado en Belleza y Felicidad. Lo que hacían y mostraban en el espacio reflejaba un poco esto de lo pequeño, de lo que te encontrás casualmente en algún lado…
–Sí. El nombre fue inspirado en esos hoteles media estrella que se llaman tipo París. Era una farmacia que convertimos en tienda artística que vendía cosas rotas bajo ese nombre pretencioso. Tomando de referencia a estos lugares que tienen todo caído y van para adelante igual con el nombre, la energía, las ganas. Siempre tuve la meta de ir más allá del éxito para estar bien. Siempre tuve mis espacios independientes y soy muy feliz ahí. No tengo que estar en grandes reuniones. ByF lo hicimos con dos pesos, demostramos que con poca plata y la colaboración de muchos, se podía hacer un montón.
–De tu carrera artística los lazos afectivos fueron y son muy protagonistas.
–Re. Si la tradición es esa cosa impuesta que une a un país, yo creo que construí una propia. Jorge Gumier Maier, Agustin Inchausti, Cecilia Pavón, Gabriela Bejerman, María Moreno, Roberto Jacoby y otros, me fueron enseñando cosas fundamentales. Sin esas cosas no podría pensar lo que pienso. Siempre fuimos de una amistad muy tentacular, no era un grupo cerrado de amigos, sino súper abierto. Todos los que se acercaban, aunque no fueran del mundo del arte, se hacían parte.
–¿Qué hay de vos en estos espacios, como ByF Fiorito? ¿Cómo influye el arte en esos contextos?
–Yo quería hacer una sucursal de ByF y el barrio era un buen lugar. Como dar un paso al costado más que hacia adelante y empezar de nuevo. La participación de les vecines es fundamental en el proyecto. Así surgió una galería de Fiorito que coordinamos con Isolina Silva, su mirada era muy diferente a la mía y crecimos juntas. Nos ha pasado algo muy hermoso que es que hay madres que mandan a sus hijos a los talleres a los cuales ellas vinieron cuando eran chicas. Los niños deciden lo que quieren aprender, los docentes los siguen. Eso generó muchas acciones. Siempre hay una relación entre la escuela de arte y el barrio.
–Algo que se identifica con claridad en tu obra es el experimento del arte como necesidad del cuerpo más que tomándose en serio al mercado.
–Cuando era chica pintaba un cuadro y me iba a bailar y lo llevaba para mostrárselo a la gente que conocía. Ese era el momento de felicidad: el de hacerlo, tenerlo y compartirlo, que estaban por encima de venderlo. Yo separo el arte del trabajo, eso es otra cosa: es ponerme en plan vendedora, y soy buena con eso también. Solía ser vendedora ambulante, andaba en moto repartiéndole materiales a artistas.
–¿Cómo empezas a vincularte con el arte?
–Quería escapar del mundo en el que estaba, que era un colegio muy católico y opresivo donde todo estaba mal, solo vivías la culpa. Dije: “¿Dónde puedo conocer gente diferente, que me haga cambiar?” La respuesta fue la escuela de Bellas Artes, donde había hippies. Fui el primer día vestida de una manera y cuando salí de ahí me compré una pollera de bambula. Volví a casa transformada. El arte era algo de segunda, me gustaba mucho la gente. Incluso no me imaginaba sola pintando en mi casa. El arte cambió mi vida social.
–Solías decir que era un medio para entenderte, autodescubrirte. ¿Sigue funcionando de esa forma? En un poema consideras también que “está cuando no estás en donde queres estar”.
–Cuando lloras está el arte, ahí te pones a escribir poemas. A mi me pasa que cuando estoy contenta no escribo un poema. En un poema escribo que quiero estar con tal y cuando estás con tal no estás escribiendo poemas porque estás con esa persona. El arte es un tipo de felicidad más acuática. Si estás llorando y te pones a escribir, el sufrimiento se puede hasta volver bello. Esa belleza de lo roto, de lo tierno, de la persona a la que le acaban de sacar un yeso.
–¿Cuándo surge la Fernanda Laguna literaria y cuando la artista visual? Hay algo medio Dr. Jekyll y Mr. Hyde en tu caso, de liberar bajo el seudónimo de Dalia Rosetti todo aquello que en la vida uno tiende a filtrar.
–Sí, esa imagen me encanta. Soy Mr. Hyde cuando escribo, aunque me queda grande el Mr. Hyde. Dalia es uno de mis otros yo. No está filtrada, por ejemplo, por el mundo del arte. Despojarme de todo lo que sé, solo me lo da ella. Dalia nació por una necesidad que explotó de dejar de ser Fernanda Laguna, y floreció independientemente. En esas novelas surgen escenas de sexo fuerte, donde unas chicas violan a otras. Contrarrestan al besito y a la manito. Pero Dalia lo tiene más claro, a mi no me sale tanto hablar de eso.