Karina Peisajovich: "El arte no es una ciencia evolutiva”

Artista de la luz en el espacio y en el tiempo, sus investigaciones sobre el color abordan la fragilidad de las imágenes y la temporalidad del acto perceptivo. Con formación en el teatro y la pintura, en su obra, evanescente y lumínica, confluyen ambos mundos. 
Por María Paula Zacharías
Karina Peisajovich: "El arte no es una ciencia evolutiva” Foto: Bruno Dubner

 

Tras una trayectoria que inicia en los años noventa y que incluye una Beca Fulbright otorgada por el FNA (2002), Premio a las Artes Visuales Fundación Andreani (2009) y Premio Konex a las Artes Visuales (2012), Karina Peisajovich prepara hoy en día un libro sobre una serie de sesenta dibujos a lápiz de color titulada Teoría del color. La publicación incluye un ensayo de su autoría y cuenta con la colaboración editorial de Mariano Mayer, y el diseño de Cecilia Szalkowicz y Gastón Pérsico. También está preparando su primera muestra individual en la galería Herlitzka+Faria para 2023.

 

–¿Cómo fue tu despertar a la idea de convertirte en artista?

–Recuerdo con nitidez la fascinación que me producía ir a la casa de Pichona, mi profesora de piano. En ese momento tenía ocho años. Iba a las clases de piano directamente desde el colegio y como llegaba media hora antes de que terminara la clase anterior, ella me preparaba la merienda mientras yo la esperaba en el comedor. Desde allí imaginaba lo que sucedía en el living donde estaba el piano de cola. Escuchaba sonar las teclas con melodías incompletas, como cuando una trata de tocar algo que no le sale bien y vuelve una y otra vez a empezar. El instrumento sonaba en un estado puro, sin ornamentos (hoy lo veo como un sonido experimental). Tengo el recuerdo de esa espera como una imagen pregnante que tocó algunas fibras. 

 

–Te formaste en pintura y en teatro. ¿Cuándo pasaste a la luz como medio de expresión? 

–Tuve una formación clásica y a la vez desarticulada. Estudié pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes, luego en el taller de Ahuva Szlimowicz. Paralelamente hacía danza y un poco de teatro. Tuve la suerte de conocer a Ana Itelman y hacer su programa de teatro danza. Mis maestrxs fueron importantes pero también lo fueron los lugares por donde circulé y los escondrijos en los que me metí. Son todos circuitos conductores, caminos que surgen del mismo movimiento. La formación, para mí, es ese andar intuitivo y confiado, las personas con las que una se cruza, lxs pares. Esta formación paralela complementaria es la que yo recibí, la que creo que fue impregnando toda mi imaginación. 

 

–¿Cuándo apareció la luz?

–En 1997, pintando los autorretratos, investigué mucho el color y creé un taller que se llamó Solocolor. La luz apareció en las primeras líneas de las lecturas. Todo lo que hacía en esa época me iba llevando hacia la luz como material. Al tiempo, empezó a ser necesario remover el lienzo de la pintura y llevar todos los elementos constitutivos del propio medio al espacio. Como una pintura por fuera de sí, más performática. No se trataba de un cambio formal sino de materialidad y proceso. La luz misma, paradójicamente, me fue llevando hacia los lugares más esenciales y fundantes de la pintura. En las primeras obras proyectaba sobre la pared diapositivas de mis pinturas y las explotaba con la proyección de otras luces (luz sobre la luz del proyector de diapositivas). Luego aparecieron las proyecciones de sombras que complementaba con zonas pintadas con pintura látex para pared. De utilizar una pared, comencé a utilizar dos, luego agregué el piso, el techo y el tiempo.

 

–¿Pintás con luz?

–Aunque la pintura es la sustancia que siempre me orienta nunca consideré mi trabajo en luz como pintar con luz. Técnica e intelectualmente es otra cosa. En veinticinco años de trabajar con este material fui entendiendo su especificidad. Pintar es otro oficio, requiere otros tiempos y procedimientos.  

 

–¿Qué persiste en tu obra de estas dos disciplinas, la pintura y el teatro?

–Un ánimo clásico y experimental.

 

–¿Qué parte de la historia del arte te nutre?

–Todo. Las ideas van moviendo al arte como una flecha que no va ni para atrás ni para adelante. No es una ciencia evolutiva.

 

–¿Cómo es tu obra en Oceana, el nuevo complejo de Puerto Madero?

–Las cuatro obras instaladas en Oceana son luces enmarcadas. Surgen de enmarcar algo que naturalmente no se puede contener. Al ser una radiación electromagnética que se propaga de manera expansiva, la luz no tiene una forma determinada sino que adopta la forma del espacio que la encuadra. Estas obras contienen a la luz al mismo tiempo que a su penumbra, una zona gris desenfocada que induce al espectador a asumir un rol de productor de la imagen. Con estas obras, mira lo que está mirando y a la vez, sus ojos reconocen su propio proceso de percepción, son conscientes de sí mismos, de su mecanismo de tensión, ajuste y fantasía.

 

–¿Cómo es compartir la vida con otro artista, Bruno Dubner? ¿Comparten taller? ¿Quién diseñó las luces de la casa y cómo son? ¿Quién cambia las lamparitas?

–Es divertido e intenso. Compartimos muchas cosas y pasamos mucho tiempo juntxs. Los dos amamos nuestro trabajo y hablamos mucho sobre esto. El cine nos cala hondo a lxs dos. Yo tengo taller, Bruno es fotógrafo, su taller es la ciudad. En casa yo ubico las luces o pienso en cómo filtrarlas. Las cosas de la casa las hacemos entre lxs dos.

 

–¿Cuál es tu meta en este camino del arte?

–Ni idea. Las aventuras me lo irán contando.

 

 

 

 

 

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