Mariana Marchesi se graduó en la carrera de Cine en la ENERC y posteriormente amplió su formación académica al obtener un título en Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Desde 1997 hasta 2011 formó parte del Área de Investigación y Curaduría del MNBA, y entre 2014 y 2016, fue curadora del Museo de Arte Tigre. Es también investigadora en el Instituto de Teoría e Historia del Arte “Julio E. Payró” de la UBA. Su labor académica se complementa como profesora de Historia del Arte en el Instituto de Arte “Mauricio Kagel” de la UNSAM. Además, es miembro de la Comisión Directiva del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA) y de la Asociación Argentina de Críticos de Arte (AACA). Su compromiso con la difusión del arte se refleja en la coedición de las revistas académicas Caiana y Blanco sobre Blanco. Miradas y lecturas sobre artes visuales.
-¿Cómo comenzó tu relación con el arte?, ¿hay algún recuerdo que sienta como iniciático?
-No identifico un momento iniciático. Recuerdo tener interés por las imágenes desde la infancia. Mi relación sostenida dentro del mundo del arte comenzó con un curso de fotografía que realicé durante el secundario, que luego se continuó formalmente en la Escuela de Cine del INCAA, el CERC, hoy ENERC. Por ese entonces, una amiga me acercó el programa de la carrera de Artes en la Universidad de Buenos Aires, y me apasionó. Durante la cursada, en 1997, tuve la oportunidad de hacer una pasantía en el Museo Nacional de Bellas Artes para la exposición de Antonio Berni. Fue mi primer acercamiento a un museo, a este museo, donde hoy soy directora artística.
-¿Qué representa el arte hoy en su vida?
-El arte atraviesa todo. Como a toda persona que hace algo que le gusta, el trabajo y la vida personal casi no están separados.
-¿Quiénes son sus artistas favoritos (pueden ser actuales o para atrás) y por qué?
-Lo interesante de los artistas favoritos es que no se puede explicar el por qué. Me interesan particularmente aquellos artistas que exploran. Si pienso en artistas de todos los tiempos, mencionaría a Caravaggio, Van Gogh, la vanguardia rusa en general, que me apasiona.
En cuanto a artistas argentinos, desde el museo dimos mucho impulso a Noemí Gerstein, que es una escultora que creo debe ser más reconocida. Admiro su actitud experimental. En los años 50 del siglo pasado, la sociedad no esperaba mucho de una mujer de cincuenta años. En ese momento ella dio un giro radical en su producción: se volcó a la abstracción y comenzó a investigar la materialidad y sus posibilidades. En 2018 el museo adquirió un dibujo suyo de esa época en ArteBA, no hay muchos en el mercado, y por eso nos pareció importante su ingreso a la colección; luego, en 2022, con el programa de adquisiciones de la Asociación Amigos se compró la escultura Marejada. Estas obras se sumaron a las tres esculturas que ya tenía el museo.
Jorge De la Vega es otro favorito. Su obra es increíble, llena de aristas. Murió en un momento bisagra de su carrera. Siempre me intrigó qué rumbo hubiese tomado su producción de no haber fallecido en la mitad de su vida. Lea Lublin es otra artista exploradora, experimental hasta la médula.
-¿Cuál cree que deben ser las claves para llevar adelante un espacio de arte hoy? ¿Cuál es el rol?
-En cuanto a un museo, es importante entender las expectativas (de muy diversa índole) que cada momento deposita sobre la institución, y luego, articular proyectos en torno a esas necesidades. Allí reside una de las claves para que un museo tenga una función social efectiva. Algo que no siempre ocurre ya que es un gran desafío. Como sucede con todos los desafíos, hay que pasar por varios intentos hasta llegar a algún acierto.
-¿Cómo inciden cuestiones de agenda, como ambientales o de género, en la manera de encarar un guión curatorial?
-Como dije, sin duda existen temas que marcan cada tiempo y que tenemos el deber de mirar por el interés social que implican, sobre todo cuando hablamos de un museo nacional. El desafío es ver cómo la colección y la institución pueden integrar esos problemas. Por ejemplo, que la perspectiva de género se refleje en un patrimonio. La visibilización no solo se logra con exposiciones que, por supuesto, deben suceder, sino también con políticas que generen mayor inclusión a largo plazo. La equidad en la visibilidad también es sostener el cuidado de las tareas de restauración y la administración de la información. Esas mismas prácticas deben sostenerse en el ámbito laboral. Propiciar espacios de inclusión es crucial para reducir desigualdades. Lo mismo sucede cuando hablamos de la agenda sustentable o ambiental, como decís. El Bellas Artes también está muy comprometido con este tema, así como con la accesibilidad, tanto en el espacio del museo, durante la visita, como con el acceso público a la información de la colección.
-¿Cuáles han sido los cambios más significativos que ha visto en el mundo del arte argentino a lo largo de su experiencia?
-En los últimos treinta años, es decir desde que era estudiante hasta hoy, hubo un proceso de profesionalización de las distintas ramas del campo que, sin duda, hace que el panorama sea muy distinto. Sin embargo, me parece que hace falta mayor conexión entre las partes, articular un sistema del arte argentino. Para eso es central que las políticas culturales se sostengan en el tiempo. Esto es fundamental para fortalecer la cultura y comprender su importancia a nivel social, la función que cumple en la comunidad.
-¿Cuáles son los criterios para llevar adelante la selección de las muestras de un calendario?
-En primer lugar, las muestras deben acompañar la misión del museo: difundir y hacer accesible la colección, detectar temas de interés en relación con la lectura del patrimonio o las inquietudes de la sociedad. Hay proyectos que surgen de manera más coyuntural; otras muestras siguen los lineamientos de las políticas institucionales, y por supuesto, debemos atender las necesidades materiales y simbólicas de nuestra colección, que van cambiando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la donación de un significativo corpus de Líbero Badii que recibimos por parte de la Fundación BBVA sentó la necesidad de investigar al artista y su obra de un modo en que no se había podido hacer hasta ahora. En el mediano plazo, esto se plasmará en una exposición y una publicación.
Las exposiciones que reflejan investigaciones sobre el patrimonio del museo son fundamentales. Como la de la colección de dibujos antiguos curada por Ángel Navarro, o la exposición El canon accidental, curada por Georgina Gluzman, que permitió revisar la presencia de artistas mujeres en el museo. Siempre buscamos que el patrimonio se integre de alguna manera a los proyectos de exhibición.
Cuando digo coyuntural me refiero, por ejemplo, a los proyectos que pueden surgir de alianzas estratégicas institucionales. Así sucedió con Escenas contemporáneas, una exposición que se realizó en colaboración con el CCK, que permitió un recorrido muy extenso por la colección de arte argentino desde los años 60 que de otra manera no hubiésemos podido realizar porque ocupó 2000 metros cuadrados del centro cultural. O la muestra Cayc Argentina /Chile, que se organizó en colaboración con el Bellas Artes chileno, una institución con la que tenemos un vínculo muy estrecho. El hallazgo patrimonial de un conjunto de obras en las reservas del museo en Santiago permitió vincular algunos temas comunes entre ambos países en las últimas décadas del siglo XX.
La dirección ejecutiva del museo, a cargo de Andrés Duprat, tiene especial interés en dar reconocimiento a artistas argentinos consagrados que nunca exhibieron en la institución. León Ferrari, por ejemplo.
A veces, las fechas significativas, si se ajustan a los objetivos de la institución, generan el momento para revisitar la colección o pensar nuevas perspectivas para abordar la producción de artistas o temas. Inauguramos recientemente una muestra de obras de Joaquín Torres García, en el marco de las celebraciones por los 150 años de su nacimiento, que revisa etapas no tan conocidas del artista y permite tener una idea más integral de toda su producción y sus proyectos, fundamentales para el arte latinoamericano.
Algo similar sucede con el ingreso de obras a la colección. La adquisición de la obra Lo que vendrá de Diana Dowek, sumada a la donación de la artista del tríptico Argentina 78, nos dio la oportunidad de organizar la muestra Paisajes insumisos, que permitió introducir algunas lecturas sobre su producción en la coyuntura los años setenta, el período que considero más importante de la artista.
Creo que las exposiciones deben ser diversas y debe haber un equilibrio en términos de los distintos tipos de público destinatario. Algunas muestras surgen de investigaciones académicas, mientras que otras son más panorámicas y buscan mostrar algún aspecto que resulta de interés para el público general.
-¿Cuál ve que es el lugar de los museos y espacios culturales en la sociedad actual, qué se podría mejorar para atraer mayores o nuevos públicos?
-Un museo es un espacio de producción de conocimiento muy particular, diría que único, por las posibilidades que ofrece. Fomenta distintos tipos de aprendizaje, experiencias interactivas de participación que involucran al visitante en un proceso que amplía sus capacidades creativas, entendidas no sólo en relación con la actividad artística, sino también para cambiar o manejar situaciones de su propia vida. Desde esa concepción del saber, como herramienta de libertad, el museo puede actuar marcando una diferencia. Quiero aclarar que no estoy hablando de programas o enfoques sofisticados o de grandes recursos, si no de plantear preguntas que permitan abrir la mirada. Es muy importante no perder de vista que esto se logra desde un lugar sensible, son las obras en el cruce con las acciones las que lo posibilitan. Las colecciones siguen estando en el corazón de las instituciones y desde allí deben actuar.
Más allá del espacio propio del museo, hoy el contacto a través de medios digitales es esencial, aunque de ningún modo pienso que reemplace la visita al museo. Pero sí son un instrumento de interacción lleno de potencial, y su alcance federal también los convierte en una herramienta fundamental. Me genera mucha intriga cómo serán los museos en un futuro. Seguramente en un lapso de entre dos y cinco décadas, el concepto de museo haya cambiado radicalmente con respecto al modelo que conocemos hoy. Por eso es importante escuchar a quienes hoy son jóvenes y que algún día ocuparán los lugares de toma de decisión. Creo que es fundamental en una institución poder tener un equilibrio entre el corto y largo plazo. Entender las necesidades actuales, pero también poder proyectarse hacia el futuro.
-¿Qué inquietudes generales o en relación a sus investigaciones, le interesa plasmar en su trabajo como curadora?
-Llevar un trabajo de investigación a la sala es un gran desafío. No son los mismos objetivos los que guían una investigación y una muestra. Uno de los errores más frecuentes en exposiciones de este formato es pretender trasladar lo escrito a la sala sin ningún tipo de mediación.
Sí creo que algunas muestras precisan estar respaldadas desde la tarea de la investigación. En esos casos me parece que resulta necesario, y un desafío, el uso de las fuentes documentales en sala. Es importante entender la diferencia: la función y el uso del documento durante la investigación es una cosa, pero cómo las fuentes se ponen a disposición del público de una manera que sea útil y efectiva es otra cosa.
Las obras producen reacciones, sensaciones impredecibles y distintas. Hay tantas obras, o exposiciones como personas que estén dispuestas a mirarlas. Por eso, con los años aprendí a respetar y dar lugar a las otras miradas y no querer explicar absolutamente todo. Generar preguntas que abran perspectivas en el visitante ya es todo un logro.
Cuando una investigación tiene un impacto social real es gratificante, y creo que son pocos los casos en los que eso ocurre. Pero es algo que siempre debe estar en el horizonte, intentar entender cómo activar dimensiones de sentido en cada momento, lograr que confluyan los intereses sociales con las acciones institucionales. Desde ese lugar la cultura y la educación son herramientas fundamentales cuya importancia no debe ser soslayada, ni desde el Estado ni desde la sociedad.