Si de pronto se nos ocurriera escribir crítica de arte alejados del dogma biográfico (1) –infancia, influencias, viajes, premios– sería bueno comenzar con un artista cuya vida desconozcamos soberanamente. Es el caso de Joaquín Torres García. Por obvias razones deberíamos abstenernos de incluir en el trayecto la fecha o el lugar de nacimiento (sencillos de obtener en Google), porque cualquier información, por ínfima (o íntima) que sea, corrompería el objetivo. Lectores maximalistas declararían incluso la inconveniencia de mentar el nombre del sujeto, ya que el nombre es el mayor dato biográfico conocido. Es lo más propio y, paradójicamente, ha venido de afuera. Nos determina de manera letal y lateral; imaginen alguien llamado Máximo, o Esperanza, o Franco. Respecto de nuestro artista, Joaquín significa en hebreo “Dios construirá”, atribución profética para quién inventó el universalismo constructivo. Como podrán apreciar, a medida que se avanza sobre las acciones del protagonista se torna inevitable ir añadiendo, aunque sea a cuentagotas, información biográfica, hasta que en algún momento las cosas se desbordan y el anecdotario termina por sepultar el último atisbo de espíritu crítico.
Joaquín Torres García (1943).
Nos proponemos entonces interrumpir la lógica enciclopedista (en el peor sentido) para lanzarnos a la percepción directa de la obra (2), sobre todo porque la moral Wikipedia permite abarrotar páginas y páginas con insustancialidades, si bien al precio de no dejar ninguna marca en el lector (ni en la crítica). Párrafo aparte para la inteligencia artificial, herramienta indispensable a la hora de componer textos tan perfectos que no valen nada.
El hombre está compuesta por una amplia gama de tonos marrones, desde sectores claros hasta zonas donde la superficie se vuelve más oscura o anaranjada. Son pequeñas derivas tonales, variaciones de Torres García sobre un mismo tema: el color. En cuanto a la representación predominan los círculos, los semicírculos, los triángulos, y demás formas, algunas de las cuales, al combinarse, arman figuras humanas. Sin embargo, Torres García no apuntaba tanto a presentar figuras determinadas (hombre, mujer) sino más bien a poner el foco sobre los aspectos constructivos de la pintura (aunque sin perder la referencialidad: el objetivo era simplificarla).
El hombre, de Joaquín Torres García (1932). Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
La estética de Torres García mezcla arcaísmo, primitivismo, con ciertos aires africanos, si existe algo para ser nombrado así. Es una pintura atemporal, que señala hacia el pasado, cuando aún la pintura tenía carácter sacro, pero también podría señalar hacia el futuro, cuando ya no queden humanos para soñar con el arte rupestre. Esa es la ventaja de la pintura de Torres García, al no postularse como un reflejo del presente (en todo caso, como una modulación) logra resistir los avatares del tiempo, lo que no sucede con la mayor parte de las obras que se autoperciben contemporáneas por el mero hecho de ejecutarse en la actualidad. Torres García nos sigue cautivando porque habla y, en la misma pincelada, no habla de nosotros (aunque la obra se llame El hombre).
Nos enfocamos en el hombre y su obra, no en la vida (3) del hombre ni en las circunstancias que la hicieron posible. Nos tiene sin cuidado el anecdotario, los padecimientos, las alegrías, si el padre catalán de Torres García fue un padre ausente, la madre lo maltrataba o la biblioteca del tío fue el acontecimiento capital de su formación.
América Invertida, de Joaquín Torres García (1943).
La gran obra de Torres García, que le ha otorgado fama mundial, a pesar de haber nacido en un pequeño país latinoamericano (4) (y esto determina las condiciones de presentación de la obra) es el universalismo constructivo, que desarrolla en el libro titulado de la misma manera, son más de mil páginas, donde se militan ciertos aspectos estéticos y metafísicos del arte.
Universalismo constructivo, de Joaquín Torres García (1944).
El universalismo constructivo, como cualquier movimiento artístico, es tanto un modo de ver como un modo de hacer, porque ver es hacer, entre otras cosas. El libro incluye escritos y dibujos a partir de los cuales el lector puede ir detectando las búsquedas de Torres García: fundamentalmente, la comunión entre el hombre y el orden cósmico; una comunión que el avance tecnológico oculta o distorsiona, promoviendo la idea de compartimentos estancos entre los seres humanos y el cosmos, espacios sin conexión, más allá de la literatura de autoayuda que revisa estas concepciones, pero únicamente con fines ideológicos o ánimo de lucro.
Una de las obras emblemáticas en este sentido es Monumento Cósmico, un entramado de dibujos compuestos sobre piedra (granito rosado) con la simbología del universalismo constructivo, un intento (imposible) de hacer circular mensajes simples sin dependencia de la subjetividad, de ahí que parecen hechos para ser comprendidos por humanos y extraterrestres.
Monumento Cósmico, de Joaquín Torres García (1939). Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo.
Omitimos la infancia de Torres García, sus influencias (neoplasticismo, cubismo, surrealismo, primitivismo, arte precolombino), las angustias, los viajes iniciáticos, los amores imaginarios. Sólo diremos que dedicó su vida a construir un lenguaje universal y a unificar todas las formas de expresión en una unidad mínima y simple. O declarado por él:
"La historia del arte muestra que todos los pueblos pasan de lo puramente imitativo a lo abstracto. Esa evolución no es fortuita: obedece a la tendencia de la humanidad a seguir el sentido del universo, que en todo momento se encamina hacia la unidad".
1. Remarcamos la contundente referencia del filósofo alemán Martin Heidegger en el inicio de uno de sus cursos sobre Aristóteles: “Aristóteles nació, pensó y murió: eso es todo lo que deben saber sobre su biografía, ahora pasemos a su filosofía”.
2. La idea de percepción directa de un objeto, en términos estrictos, resulta ingenua. No existe la posibilidad de percibir un objeto sin condicionamientos internos o externos. La imagen de un sujeto enfrentándose a un objeto con la intención de conocerlo es una quimera. Siempre participan más de dos agentes en el acto de percibir. Consciente del asunto, Ernst Gombrich, en La evidencia de las imágenes, cita un testimonio revelador respecto del carácter dependiente de la visión (trasladable a otros sentidos): “Lo interesante es que en el instante en que me di cuenta de que no eran olas, sino hielo, vi muy claramente cómo el movimiento se detuvo. En un instante el movimiento violento se convirtió en completa rigidez. Todavía recuerdo la sensación de shock frente a la intensidad de la impresión, la certeza de que la superficie del océano se estaba moviendo salvajemente. Desde entonces nunca he experimentado un ejemplo tan notable de cómo los conocimientos determinan la interpretación y lo que me sorprendió fue el golpe casi físico que recibí cuando mi interpretación me hizo ver algo muy diferente a lo que había visto antes. Lo interesante fue que el color también cambió. Había interpretado los tonos azulados en una superficie manifiestamente blanca como los únicos lugares en los que veía el reflejo del cielo azul en el agua y el resto como un brillo normal a contra sol. Ahora, de repente, veía un paisaje nevado de un blanco brillante con sombras irregulares”.
3. Invitado por el psicoanalista César Mazza al Curso de Estudios Lacanianos a dialogar sobre “La materia del que escribe”, surgió en el entrevero de la charla la crítica al biografísmo dictada por Lacan, en cuanto a las imposibilidades del género de cumplir con la promesa de reflejar la vida de un autor. A raíz de esto conté que, justamente, estaba escribiendo un ensayo sobre Joaquín Torres García con la premisa de no apelar a información personal y desarrollé las líneas principales de este texto. Mazza, atento a mis palabras, leyó el siguiente fragmento de Una novela que comienza, de Macedonio Fernández: “La Belarte Conciencial (del ser de la conciencia, no de episodios de ella). Arte consciente, sabido, no inspirado; sin la Vida; de trabajo a la vista; metáfora sin contextos de trama ni de efusión no de biografismo, sólo por labor perceptiva sin inspiración, sin sonoridades, compás, simetría, ni ritmo; sin emoción asociada sino sólo de percepción; no psiquismos ni extractos ni asociaciones ni símbolos fáciles inhábiles: percepción en Versión (es decir, indirecta, no mero traslado del Objeto al papel); sin la puerilidades del novelismo o biografismo, del dónde, cuándo, cómo y a quién aconteció el poema”.
4. Torres García dibujó con pluma y tinta América Invertida. El título anuncia una promesa cumplida: representar América del Sur con el sur orientado hacia el norte.