Nacida en Rufino, residente en Rosario, Mariana Tellería es una artista de pocas palabras, pero cuando empieza a hablar desgrana un pensamiento lúcido, inteligente, apasionado y reflexivo... aún a poco de ser madre por primera vez. Su obra está nuevamente en los arsenales de la Bienal de Venecia, donde fue invitada por el curador a participar en la muestra principal con una obra emblemática, Dios es inmigrante, que en Buenos Aires está instalada de forma permanente en el ingreso a Muntref, sede Hotel de Inmigrantes: una serie de mástiles invitan a imaginar un navío bajo tierra. La obra acaba de ser adquirida por el coleccionista Jorge Pérez, fundador del PAMM (Pérez Art Museum Miami).
Ya había estado en 2018, cuando fue la primera artista seleccionada por concurso para representar a la Argentina en la madre de todas las bienales, con El nombre de un país, realizada con objetos encontrados o intervenidos, "era como si una civilización estuviera haciendo uso de nuestras cosas".
–¿En qué etapa de tu carrera te encontrás? Pienso en la maternidad y también en los grandes hitos de tu carrera, como la segunda participación en la Bienal de Venecia.
–Me gusta pensar que ser artista es un estado; estoy siempre haciendo. Haciendo, siempre gerundio. Es difícil pensar en etapas quizás porque eso supone que hay un punto de llegada, un lugar adonde uno se proyecta en una trayectoria. Además ningún proyecto me cambió el futuro de manera radical a nivel carrera. No di un salto, no llegué a ningún lugar después de, no tuve éxitos... creo que cada vez aprendo más de eso. Hago sin expectativas para el futuro, sin esperar promesas de proyectos para mañana. Y ese hacer me ubica en un lugar bastante relajado. Casi que me animo a decir la palabra libertad, porque está bastante liberado de espera, de la ansiedad con la que el sistema o el mercado esperan. Y eso está bueno que queda fuera, ¿no? Que quede ajeno al trabajo que uno hace. Lo importante es seguir encontrando lugares para hacer con muchísima ambición… tener el foco siempre en eso. Una actitud de optimismo quizás, de sentir ánimo por estos momentos de la historia cuando pensar el futuro o en supuestos lugares de llegada nos queda siempre tan lejos. Hacer como un acto de fe, pero sin esperanzas de futuro.
–No entiendo eso de "no llegué a ningún lado". La creencia general indica que una vez que pisás Venecia te hacés "rica y famosa", y te cambia la vida.
–¿Vos decís? ¡Ja! Lo de "rica y famosa" seguramente debe pasar. A mí no fue lo que me pasó. Y no existen, al menos para mí, los lugares de llegada ni de partida. Quizás muchos esperan, después de Venecia, un nuevo futuro. Hay mucha imaginación y pensamiento puesto sobre eso, pero yo no funciono así. Yo llegué a Venecia por lo que venía haciendo. Fue mi pasado ahí pasando. Cero expectativas de futuro, cero perspectivas. Por eso ese "llegar" lo digo entre comillas porque me da terror. Todo lo que me pasa me va pasando con un tiempo lento, para nada vertiginoso. No me pasó nunca finalizar un proyecto con un caudal de propuestas por delante y la cuenta de banco repleta. Mi experiencia con Venecia no podría alimentar esa ilusión.
–Me quedo pensando si esto tiene que ver con la naturaleza de tu obra, tu condición de mujer, tu ciudad de residencia, el mercado del arte argentino o una circunstancia inexplicable. ¿Lo importante es que sí estás donde querés y producís con tus tiempos propios, sin ajustarte a lo que de afuera te demanden?
–Si le preguntás a mi yo adolescente de 16 años, que cuando conoció los talleres del Teatro Colón en pleno funcionamiento en un viaje de estudio pensó “yo no sé qué están haciendo, pero quiero estar así", debería decirte que estoy exactamente donde quería estar. Igualmente, estoy lejos de leer mi historia con tono melancólico por lo que supuestamente no pasó y entender eso como un aspecto negativo de mi recorrido. No me hago muchas preguntas en mi vida. Quizá un punto clave es la idea de éxito que cada uno piensa y adapta para su vida, reconociendo las expectativas propias y separándolas de lo que los demás esperan que suceda, ya que esa ansiedad ajena es dañina. Ser “rica y famosa después de Venecia”, como decís, no es lo más habitual que suceda, no alimentemos ese monstruo ingenuo, sería irresponsable. A nivel personal, no es una idea que tenga que ver con mi manera de estar en el mundo y mucho menos con mis expectativas al momento de hacer. Eso no significa que no ambicione de manera desmedida. Tengo el éxito que me permite seguir pensando y haciendo cosas.
–¿En qué estás trabajando ahora?
–Estoy trabajando en tres proyectos que me tienen muy enganchada. Además estoy acomodando mi espacio de trabajo. Estoy reordenando radicalmente todo mi taller como si existiese la posibilidad de volver a foja cero. Eso me hace reencontrar con mi pasado, tengo tantas cosas que me movilizan ahí dentro ¡y me hacen pensar cosas nuevas! Es una práctica habitual, me lo propongo como un ejercicio y espero mucho de la actividad. Abrir paquetes viejos puede activar cosas increíbles.
–¿Qué me podés decir de estos proyectos en curso?
– Estoy pensando algo para el espacio público y llevo dos años trabajando en otro proyecto. La expectativa es enorme. Proyectar lo que quiero ver y tener ganas de verlo construido en otro plano es un estímulo muy primario de lo que hacemos. Estoy esperando que suceda. Esa sensación, ese esperar que suceda lo que proyectaste, es algo que espero nunca perder.
–El trabajo para el espacio público nace de la intimidad de tus ideas, un lápiz y un papel, y crece muchísimo.
–El espacio público tiene una fuerza impresionante. Es donde el arte, cuando sucede, pasa bajo una de las circunstancias que a mí me interesa que pase, que es que el espectador no lo elija; que se lo encuentre. Porque creo que lo inesperado siempre proporciona otra información. Y, para mí, esto que hacemos tiene mucho de esa sensación de encontrarse con lo desconocido. Lo que uno espera que pase todo el tiempo no nos dice nada: es lo normal, es la realidad, es el mundo del cual podemos hablar y nombrar. Las intervenciones en el espacio público, en cambio, aparecen y nos exigen a reaccionar frente a eso que estamos viendo, nos abandonan a nuestra propia reflexión estética, nos dejan solos frente a la pregunta: ¿esto qué es? Apuntando a esa confusión creo que hago cosas. Ser esa suerte de glitch en el orden en el que se va dando todo en la realidad. Me gusta mucho meterme, arruinar y complejizar ese momento que separa lo que vemos de esa necesidad inevitable de cargarlo de sentido. En el espacio público esa posibilidad se amplifica exponencialmente porque lo que menos esperamos desgraciadamente es que el arte ande por ahí sucediendo, de que el arte sea la respuesta a algo inesperado que se nos impone en la calle. Por ejemplo, a Las noches de los días, ese museo pintado de negro, le costó mucho ser leído como una experiencia para ser vivida estéticamente. Es que el solo hecho de que esté ahí, frente a nuestros ojos, no hace que el arte sea asimilado rápidamente. Y yo adoro justamente la posibilidad de interceptar esa fuerza que mira inquieta.
–En tu orden de taller, ¿algún encuentro inesperado?
– El taller es como el historial de búsqueda de Google, donde se esconden todas mis curiosidades, búsquedas e intereses. Mi universo material y poético está ahí dentro. Es fuerte verlo desplegado y siempre me encuentro con la sensación de que uno está constantemente haciendo sobre lo hecho, un continuo comenzar en lo comenzado. Y el taller es un motor que opera como la ascendencia de mis trabajos, ese conjunto de restos que los componen, la genealogía de la mayoría de mis piezas. Una cadena invisible e incontrolable de cosas fueron pasando para que todos esos elementos terminen en mi taller, de manera hereje, anárquica, desorganizada. Pero no deja de haber continuidad y coherencia cuando ves cómo se van repitiendo o manteniendo ciertas cosas. Reivindicaciones. Es el efecto de encontrar lo que ya hice junto con el adelanto de lo que voy a seguir haciendo. Requete spoiler mi taller, ¡ja!