Mónica Millán: "Estamos persiguiendo algo, y apenas lo logramos ya estamos buscando otra cosa"

Su estrecho vínculo con la cultura del Paraguay le permitió elaborar un trabajo de recreación de tejidos tradicionales. Sus obras son un híbrido entre creación artística, artesanía popular y lenguaje plástico con diferentes experiencias que coinciden en lo textil.
Por María Paula Zacharías
Mónica Millán: "Estamos persiguiendo algo, y apenas lo logramos ya estamos buscando otra cosa" Foto: Federico Gross

 

La artista Mónica Millán es dueña de una obra rica, delicada, inspirada en la naturaleza y en los pueblos ancestrales, siempre sensible a las luchas de las mujeres, de la tierra y la vida en comunidad. La caracteriza un trazo orgánico, vegetal, leve, que despliega en dibujo, pintura, bordado, tejido, teñido de telas o instalaciones, donde recolecta materiales ajenos o entra en relaciones con otros. Nunca está sola en su obra, más que cuando borda. Por eso su última muestra individual en galería Piedras se llamó Cositas. El olvido de mí. Con aguja e hilos, sí, prescinde del universo, por un rato. 

En 2022, como parte de la muestra  Simbiología en el CCK, presentó junto a Adriana Bustos Plantío Rafael Barret, 2015-2021, dibujos, grafito y carbonilla sobre papel, telas de algodón y vegetación local salvaje, en colaboración con las organizaciones campesinas Conamuri Paraguay el Movimiento Nacional Campesino Indígena de la Argentina. Refleja su labor entre 2015 y 2017 en Florencio Varela donde junto a 300 personas sembraron la tierra, como una acción simbólica para manifestar el problema del acceso a la tierra.

Integra también en Malba la exposición  Aó. Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay, con dieciséis trabajos que recuperan prácticas textiles en la obra de diez artistas estrechamente vinculados con el Paraguay: Marcos Benítez, Félix Cardozo, Claudia Casarino, Feliciano Centurión, Arnaldo Cristaldo, Ricardo Migliorisi, Mónica Millán, Osvaldo Salerno, Joaquín Sánchez y Karina Yaluk. Entre todo tipo de piezas textiles, desde vestidos de novia a imprimaciones de troncos de árboles, Millán aporta obras hechas con la delicadeza de los bordados tradicionales paraguayos.

Acaba de volver de San Pablo y está próxima a partir a una de sus habituales estadías en su Misiones natal. Suele decir que es una "artista de los caminos". 

Charlamos con ella en una parada por Buenos Aires, donde tiene su base hace diecisiete años.

 

–¿La obra que presentás en Malba es de tus viajes por Paraguay tras merecer una beca de la Fundación Rockefeller?

–Son obras de 2002, de cuando fui a trabajar al pueblo Yataity del Guairá, que está rodeado por la Serranía Ybyturuzú. Más allá de que iba a hacer un trabajo con las tejedoras de ao po'i y encaje yu (encaje aguja significa en guaraní), era para mí muy importante el paisaje porque siento que dibuja a las personas y a la vez las personas inciden en él. Yo les decía que estaban encajadas en su paisaje. Hice varios formatos de trabajo con ellas: las entrevisté, las dibujé, las fotografié. Y después trabajé en textiles en colaboración con ellas, como los que hice con Petrona, que es la gran encajera del pueblo, a partir de los dibujos que le llevaba. Cuando iba me hospedaba en diferentes lugares que me prestaban en el pueblo, fuera del pueblo, y también recorría distancias en carro de bueyes, en moto o caminaba doce kilómetros para llegar desde donde estaba: toda esa experiencia física, todo ese esfuerzo, tenía mucho que ver con lo que me sucedía en esas entrevistas. Ellas ni sabían qué hacía yo ahí. Me encantó que nunca me preguntaron. Pero me contaban de todo. Yo ya formaba parte de ahí. Me decían "ahí viene la Mónica" y me pedían que les sacara fotos. Ellas querían charlar. 

 

–¿Así surgieron estas esculturas textiles?

–A Petrona le pedí que hiciera unas formitas. Era algo que no sabíamos qué iba a suceder. El tejedor trabaja siempre en bidimensión en cortinas o manteles, pero no en tres dimensiones. Le llevé los dibujitos míos que eran estas montañitas pero no sabíamos cómo iba a resultar. Le armé unos núcleos de alambre tejido y sobre eso iba colocando el encaje yu. Después los almidonó y así quedaron estas formitas. Este trabajo es en coautoría con ella porque hay muchas cosas que no dependieron de mí. No es una obra que yo pensé y llevé hasta el final, sino que hay cosas que quedaron libradas. 

 

–¿Termina siendo un arte relacional?

–Fue mucho más que eso. El mantel que yo llamo Rosa Guillermina fue la última obra que hice con Petrona. Al final de mi estadía en el pueblo, llego a una casa y me dan una foto de Sara López, integrante de una familia de diez hermanas tejedoras. En el pueblo hay tejedores hombres y mujeres. Traje esa imagen y la escaneé porque a mí me gustaba el modelo de este mantel que nunca había visto. Yo soy una acopiadora y quedé enloquecida con este diseño. Lo digitalicé y los simplifiqué en blanco y negro, y se lo llevé a Petrona para que hiciera el retrato de sus compañeras tejedoras. Este fue el primero que hizo. Es Sara López mostrando a Rosa Guillermina. Ella hizo una simplificación del cuerpo de Sara, su silla cable y su mesita. Fue lo último que hice en el pueblo en 2010. Ahora quisiera volver porque quisiera que Petrona siga con estos retratos. 

 

–¿Por dónde está yendo tu obra en estos días?

–Tengo muchas líneas. Por un lado, tengo un bordado que hago con lo que voy comprando con la avidez que tengo en muchas ferias de usados. Ahí recopilo manteles viejos (no antiguos, no me interesan los de valor), retacitos de tela que una señora pego, unió y bordó encima. Voy juntando esas cosas y luego armo algo que no tengo la menor idea qué es, y sobre eso yo bordo y dibujo. Después empecé a trabajar frazadas y mantas: un trabajo más rápido. El bordado es muy lento. Esto lleva frazada y lana, y ya es otro registro. Y, también, el año pasado presenté en la galería Piedras unas esculturas de tela, muy leves, que se sostienen en el aire con frunces y pincitas. Pequeñas abstracciones en textil. Todo coincide en la experiencia con el textil.

 

–¿De dónde te llega ese amor por el trabajo con la tela?

–Nací en San Ignacio Miní, y como bien señalaba Lía Colombino, actual directora del Museo de Arte Indígena del Museo del Barro y curadora de la exposición, para nosotros no existe la frontera entre Argentina y Paraguay: era toda una misma zona. En el periodo jesuita existían dos San Ignacio: el Miní del lado argentino y el Guazú del paraguayo. Fui criada por mis dos abuelas maestras y directoras de escuela, y fui la preferida porque me sentaban y yo vivía ahí cosiendo y bordando. Aprendí muchísimo con ellas. Me olvidé y entré a la Academia, hice dibujo y pintura, y me volví pintora... y un día, en los años 90, no sé cómo, empecé a bordar de vuelta. Después en los 2000, entro al Paraguay y empiezo a retratar tejedoras en foto y dibujo. A los diez años vuelvo al textil y hasta ahora sigo. El dibujo empieza a desaparecer de mis bordados y ya son pleno textil, desplegado en todas sus formas.

 

–¿Qué cercanía tenés con los artistas de esta muestra?

–Yo me siento muy ligada. A Ricardo Migliorisi (1948-2019), que es el autor de El Gran Manto, la obra principal de la sala, lo conocí muchísimo. Empecé a ir a Paraguay en 1989, y en 1990 expuse allá por primera vez en la galería de arte Artesano, que tenía Ticio Escobar. Entonces lo conocí a Ricardo. Me invitaba a los almuerzos semanales que hacía en su casa. Era de esas personas que festejan a los demás y era muy divertido. Eso se ve también en su obra. También está Feliciano Centurión: con él íbamos a bailar cuando no había terminado la dictadura en Paraguay. Había toque de queda, pero ya no era tan rígido. Se habían instalado unos almacenes, a los que entrabas, pasabas por atrás del mostrador y al fondo era la fiesta en un gran galpón donde se bailaba, se comía y se tomaba, hasta que terminaba el toque de queda al amanecer. Con Karina Yaluk tenemos la misma edad y hemos compartido mucho. Yo me hospedaba en su casa y hemos trabajado juntas. En ese momento yo vivía en una chacra en San Ignacio que era de mis bisabuelos alemanes y Karina también venía. Hemos compartido historias fuertes, haceres, diversión, risas. Entre los artistas sucede eso: una unión fuerte al compartir también las angustias de lo que nos pasa, de lo que no logramos conseguir. A veces estamos persiguiendo algo, y apenas lo logramos ya estamos buscando otra cosa.  

 

–¿Son países más que vecinos?

–Para mí no hay fronteras. En el lugar donde yo nací, tenemos el mismo paisaje, la misma lengua, la misma comida. Yo me siento muy cercana. Incluso geográficamente: son trescientos kilómetros contra mil que hay hasta Buenos Aires. Era mi casa y así me lo hicieron sentir. 

 

–¿Volvés siempre a Misiones?

–Estoy yendo seguido a cuidar a mi mamá una vez por mes, diez días. En la pandemia hice al revés. Me instalé allá y venía a Buenos Aires cuando era necesario. Fue muy hermoso, porque la pandemia allá se vivió de manera distinta, más relajada. Allá podía ver el cielo, el sol, irme caminando hasta el río. Mi mamá es ceramista, e instalé mi taller en su taller. Todo mi trabajo para galería Piedras lo hice ahí.  

 

 

 

 

 

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