El taller de Nicola Costantino siempre está en transformación. Cada obra es una nueva técnica que se obsesiona en dominar hasta la perfección. El último día antes de que comenzara la cuarentena agarró el auto y se fue a comprar materiales para un nuevo proyecto: cerámica. Con una técnica japonesa creó en estos meses más de 150 piezas de vajilla, pensada para enriquecer su gran banquete, con colores que recuerdan a sus postres. Nicola sigue ocupada en el trabajo de amasar, hornear, pulir y esmaltar cuencos y platillos (y bowls que hace con matrices que modela en 3D y luego imprime). El taller está lleno de máquinas que creó para esta producción. Enciende la salamandra donde quema todo lo que sobra. Espera que pronto lleguen sus nuevas mascotas: una familia de gusanos de seda. Se siente como en una residencia para artistas pero en su propia casa.
–¿Cómo estás con el encierro?
–Creo que cuando se empiece a normalizar la cosa y vuelva a haber movimiento me muero. Me acostumbré mucho a esto. Mi cerebro se relajó, me desintoxique de muchas cosas, sobre todo del stress, me di cuenta de que vivimos corriendo y no sirve para nada. Con este parate se pudo ver la crisis de este sistema del arte que no funciona. Y espero que no vuelva, nadie quiere volver a esa histeria de las ferias, de esas movidas elitistas, locas, exclusivas… Yo ya venía pensando en otros términos porque mis trabajos de los últimos años apuntaban a hacer de la obra algo que se pueda disfrutar de otra forma que no sea la exposición. Si no, te quedas esperando la invitación que no llega nunca, y un artista tiene que producir obra, que por algún lado salga. Un artista tiene que enriquecer todos los universos. Agradezco que la necesidad me haya mostrado eso. Tiene que trabajar para empresas, para marcas, para sus propios eventos. Yo siento que me liberé del yugo de la venta en galerías.
–Me acuerdo de tus banquetes y tus postres. Cierro los ojos y vuelvo a sentir la textura y el sabor.
–Me gusta diseñar comidas nuevas. Mezclar. Me acuerdo que el día que anunciaron la cuarentena, me fui corriendo a los proveedores y me compré kilos de todo: pigmentos, cerámica blanca, negra, y me encerré a experimentar. Pensé: voy a profundizar lo que ya tengo, los banquetes que empecé hace dos años. Todo el tiempo estoy haciendo algo para los banquetes. Con las vajillas hice de todo: vidrio, metal. Están los contenedores de vidrio soplado, que siempre están llenos de sorbetes y sopas frías, y la gente tiene que tomarlos de ahí como si estuviera libando el néctar de las flores. Me faltaba la cerámica, que era algo que pensé que jamás iba a hacer en mi vida, porque la cerámica tiene el estigma de ser conservadora. Pero tenía esta técnica en la cabeza desde hacía mucho tiempo. Es una técnica que se llama neriage o nerikomi, la usan los japoneses: amasás el pigmento dentro de la pasta y hacés un dibujo, pero en volumen. Yo estoy en contra de la obra única y en ese sentido esto es perfecto. Porque hacés un dibujo en una especie de cilindro, que después podés cortar en láminas y obtener 30 piezas. Y el dibujo lo planifico, pero la última palabra la tiene esa fuerza de la naturaleza, que es la temperatura del líquido, la forma, cómo se abre, la presión. Todo eso yo no lo manejo, es como que no sale de mí, pero a la vez hay un orden meticuloso (cuestiones químicas y físicas) que dan ese resultado. Estoy sorprendida y fascinada, encontré una gran coincidencia entre los efectos de esta técnica y los fractales de la naturaleza. En esa geometría está Dios.
–¡Qué belleza!
–Estoy volviendo al grado cero del arte: cerámica, bordado, telar, naturaleza muerta. Empecé por el lado de la seda natural, que era mi sueño. Lo que me interesaba era esa materia tan maravillosa, que en su época fue como el oro, y que no pudo superarse todavía. La seda natural sigue teniendo el mismo principio básico desde hace cinco mil años. No hay sintético que la supere en belleza, en calidad, en textura. Y en septiembre voy a tener mi criadero de gusanitos de seda. Tardan cuarenta y cinco días hasta que rompen el capullo, salen y viven veinticuatro horas. Cualquiera podría tener su criadero de gusanitos en su casa. Ya estoy haciendo cosas forradas en seda pura, pero que compro en madeja a unos productores en Catamarca. Ahora dejé un poco, pero si tuviera un próximo proyecto sería con la seda, los telares y la cerámica, todas técnicas milenarias. Estoy fascinada. Siempre estoy enamorada de mi obra y de los problemas que me presenta.
–¿Cuántas artistas sos, Nicola?
–Yo soy una artista renacentista. Viste que ellos eran todo (ingenieros, arquitectos). Las máquinas para la cerámica las hice yo, los dispositivos para cortar. Meto ahí un tubo de arcilla y me salen esa especie de churros de color, sale de todo: estrellas, hojas... Yo lo voy montando y van apareciendo los dibujos. Eso es lo que más me gusta hacer: diseñar mis dispositivos. Me gusta exigir la técnica hasta hacerla reventar. Agarrar un oficio (lo hice con la cocina) y llevarlo a un límite que nadie lo lleva, porque es totalmente anti comercial. Nadie hace esto, y es lógico porque es una locura… yo tengo que hacer algo que no haga nadie más.
Adelanto del libro Artistas de entrecasa. Diario de cuarentena en la voz de 90 artistas.
Entrevista completa en YouTube (Buenos Aires, 7 de agosto de 2020).