En la obra de Rafael Gómez Barros, la dualidad no es un concepto: es una forma de mirar el mundo. Nacido en el Caribe colombiano y marcado por una historia de mezclas, violencias y migraciones, el artista convierte lo simbólico en un territorio donde las tensiones internas —personales y colectivas— toman cuerpo. En sus creaciones, desde Hasta la tierra es mestiza, pasando por Casa tomada hasta sus series más recientes, piensa la memoria, el tránsito y la libertad como una resistencia silenciosa.
—En tus obras se filtra la idea de la dualidad. ¿Por qué?
—Es un eje que no puedo evitar. Crecí viéndola en todas partes: en la violencia y la belleza del Caribe, en la combinación de culturas, en el choque permanente entre lo que somos y lo que se espera que seamos. En mis proyectos no aparece simplemente como un concepto teórico: siempre hay dos fuerzas operando al mismo tiempo. Me llama ese punto intermedio donde uno puede ser víctima y victimario a la vez —como sucede con mis hormigas en Casa tomada—, según desde dónde mire.
—Esa dualidad también aparece como algo ancestral. ¿Cómo pensás esa herencia?
—Mucho de lo que hago tiene que ver con lo que heredamos sin elegir: dolores, historias, creencias. En Colombia, y en general en América Latina, esa carga es muy fuerte. Somos una mezcla de mundos, y ese cruce nos forma. Me intriga cómo eso se queda en el cuerpo, en la mente, en la manera en que uno vive o migra.
—En ese sentido, trabajas con el tema de la migración. ¿Qué te atrae de ese fenómeno?
—Es algo que he visto toda mi vida. Colombia es un país de desplazamientos internos y externos; de gente que se mueve por necesidad, por conflicto, por sueño o por miedo. Me interesa cómo alguien llega a otro lugar cargando una historia que no se ve. Pensé mucho en eso al crear Casa Tomada.
—¿Cómo se vislumbra esta idea entonces en la concepción de una identidad latinoamericana?
—Como región, compartimos una historia violenta y fragmentada, pero no marcada por guerras entre países. El latinoamericano se adapta, migra, se reinventa, pero guarda memoria. Cuando uno sale de su lugar, ese legado se vuelve más claro. La distancia ilumina lo que uno es. A mí me pasó: entender que las raíces viajan con uno, y que la obra también las carga. El arte materializa esas batallas internas.
—¿Qué batallas?
—Las espirituales, pero no en un sentido religioso. Me refiero a cosas más profundas que uno no ve, pero que están todo el tiempo. Son batallas mentales, emocionales, energéticas: heridas, miedos, tensiones. Eso se cuela en mis proyectos. A veces en la forma del objeto, en la composición y/o en el uso del símbolo. Pasa, por ejemplo, en Urnas, donde la cabeza aparece como ese espacio ritual y frágil que condensa lo que no se dice. Muchas cosas vienen de ese espacio interno donde uno está enfrentando algo.
—¿Latinoamérica puede pensarse como un territorio de resistencia estética?
—Sí. Los artistas latinoamericanos tenemos una capacidad enorme de transformar: convertir la escasez en lenguaje, la herida en símbolo. No es un slogan; es una forma de sobrevivir. En mi caso, trabajar con materiales simples, orgánicos, procesos manuales, también es político. A veces la gente piensa que es porque me gusta lo artesanal, pero no es solo eso: es porque en América Latina la artesanía sigue siendo una forma de pensamiento, no un oficio menor.
—¿Creés que el artista contemporáneo tiene una función política?
—Siempre, aunque no quiera. Yo no tomo bandos porque siento que perdería mi voz. Simplemente trato de ser justo al votar. Todo está muy polarizado y cada vez será más confuso. Ya no sabemos qué es real y qué no con las redes, con la IA. Estamos entrando en otro tipo de tiempo. Eso ya es político.
—Tu lectura del mundo parece profundamente política, pero no desde el panfleto, sino desde lo simbólico. ¿Cómo entendés que surge en tu obra?
—Desde lo simbólico porque es ahí donde realmente operan las estructuras del poder. Lo simbólico define imaginarios: quién importa, qué se oculta, qué se celebra. No intento ilustrar una agenda, sino abrir preguntas. La política que me convoca es la que aparece cuando el espectador se reconoce en una tensión, cuando algo se mueve adentro. Para mí esa es la verdadera potencia del arte.
—¿Qué lugar ocupa el mercado del arte en la producción?
—El panorama está cambiando: galerías que abren, otras que cierran. Las más fuertes se sostienen por la estructura que construyeron, pero la tecnología va a hacer que dependamos cada vez menos de ellas.
—¿Y qué lugar le queda al arte?
—Crear nuevos lenguajes. Pero lo siento estancado, veo mucha superficialidad. Hay una obsesión por el impacto que a veces vacía el sentido. La independencia económica importa: cuanto más autónomos seamos, más verdaderas serán nuestras propuestas. Porque el arte también es una forma de resistencia: en un mundo obsesionado con la productividad, conectarse con lo invisible es un acto subversivo.
—¿Hay espacio para todas las propuestas?
—Totalmente. Las tecnologías permiten que artistas sin grandes recursos creen y difundan de manera autónoma. Lo importante es usarlas con seriedad. No todo puede medirse por el valor de una pieza. Hay que seguir el propio propósito y confiar en que alguien lo verá.
—El arte circula cada vez más en redes. ¿Cómo cambia su lectura?
—Las redes aceleran la visibilidad pero facilitan el plagio. Y es grave: hay artistas que copian y se escudan en frases como las de Picasso. No lo comparto. Aun así, los nuevos medios abren oportunidades. La historia lo demuestra: la fotografía no mató a la pintura. Me entusiasma lo que viene. Creo que la tecnología y los nuevos materiales expanden la creatividad.
—Trabajás por series. ¿Qué rol juega en el proceso creativo?
—La serie es un sistema, no es una estrategia comercial ni algo repetitivo. Es un proceso mental. Me gusta crear a partir de un tema. Los materiales, los lenguajes, las piezas que van surgiendo, la forma de comunicarlo, todo gira en torno a él. La serie me permite entrar desde distintos ángulos y ver cómo una idea se transforma: cómo un material se modifica y una forma deriva en varias versiones.
—¿Cómo se sostiene una práctica relevante en medio del ruido contemporáneo?
—Voy a contestar como si fuese un empresario pero, lo primero es tener las necesidades básicas cubiertas; eso permite que la creatividad no esté atada a nada. Desde ahí, el compromiso diario puede ser con un trabajo sano, sin ataduras a tendencias ni mercado.
—¿Qué significa crear artísticamente?
—Libertad espiritual, emocional y física. Ser artista es ejercer esa libertad para crecer y afirmarse como ser humano.










