Clamor a la fraternidad, de Luis Arata

Es una de las esculturas abstractas más llamativas de la ciudad. Los paréntesis ondulantes de acero inoxidable custodian el frente de la Asociación de Amigos del Museo Nacional Bellas Artes.
Por Martín Sassone

 

Luis Arata primero fue ingeniero civil e industrial y luego se dedicó al arte. Tal vez ese dato sea la punta del ovillo para comenzar a apreciar sus obras, en las que básicamente trabajó con aluminio y chapa. En una entrevista que concedió al diario La Nación poco antes de su muerte, en 2009, explicó que “todas mis obras son realizadas en metales, concretamente en acero inoxidable o aluminio. En todas ellas trato de representar una exaltación de la luz y del movimiento. Tienen el color del metal bruñido, pero toman todo el color y las luces del medioambiente que las rodean, porque se identifican con el medio donde están emplazadas, viven el medio que las rodea, el día y la noche. Mis obras en general son de estilo abstracto y constructivo, y si bien tiene forma estática, su brillo y destellos varían durante todo el curso del día”.

Una de sus obras más emblemáticas es Clamor a la fraternidad (también conocida como escultura de la fraternidad), ubicada en la Plaza Rubén Darío, en Avenida Figueroa Alcorta al 2280, en la entrada a la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes. Fue creada en 1976, un año bisagra en la Argentina, que inauguró el período más oscuro de nuestra historia. Con sus láminas redondeadas y en fila, Arata llamaba al afecto y la confianza entre los argentinos: "La fraternidad es la obligación social más noble de cada uno de los seres humanos", expresó. Un mensaje claro y contundente, que sería desoído por la crueldad de la dictadura cívico militar.

Arata, que se llamaba igual al célebre actor que protagonizó clásicos del cine nacional como Ceniza al viento (1942), había nacido en Buenos Aires en 1925 y fue recién a comienzos de los setentas donde pegó el salto de la ingeniería al arte. Vivió en Nueva York y en España, donde expuso sus obras con regularidad.

Poco más se sabe de Arata. Por eso, después de su muerte, la licenciada en Letras Alicia de Arteaga definió al artista como el “escultor secreto”. En la necrológica que escribió para La Nación, apuntó: “Arata murió semanas atrás luego de una larga y penosa enfermedad, custodiado a la distancia por el afecto entrañable de su hermana Jeannette Arata de Erize. Fue casualmente en su elegante departamento de Recoleta donde descubrí las ‘pinturas’ de Luis Arata. Son planos de aluminio intervenidos por el buril paciente, que celosamente pule la superficie hasta lograr un inesperado movimiento. Como si una ola in crescendo se apoderara del espacio y fuera mutando, según el juego caprichoso de la luz”. 

Pese al paso del tiempo, con todos sus cortocircuitos, su escultura de la fraternidad se mantiene erguida, ondulante y vivaz, con cierto sentido de movimiento, y como una botella en el mar lleva un mensaje fraterno en busca de un destino que lo recoja. 

 

 

 

 

 

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