El desnudo femenino cubierto parcialmente de flores, en mármol y granito, simboliza a la flora argentina. Y ese es el nombre de la obra de Emilio Andina, que en un plano artístico resume el ambiente que lo rodea, el del Jardín Botánico.
La escultura tiene algo cautivante. Aparenta soledad, sosiego, pero en su espíritu, al estar rodeada de la vegetación más diversa de la ciudad de Buenos Aires, la compañía que recibe es orgánica y natural y la hace parte del ambiente. Su ausencia se notó cuando no estuvo allí, un breve período de 2009, cuando fue trasladada al Centro Cultural Recoleta para una muestra.
La obra tiene alrededor de 100 años y el paso del tiempo se nota en cada curva o pliegue, en cada mancha que la cubre. En el museo a cielo abierto del Botánico comparte cartel con otras esculturas clásicas, entre tantas variaciones de verde. El sueño de Carlos Thays se mantiene vivo a cada paso.
Emilio Andina nació en Buenos Aires en 1875 en el seno de una familia de inmigrantes italianos y, debido a sus cualidades artísticas fue enviado a estudiar a Italia. Se formó en plástica en la Academia de Brera de Milán y en el Instituto Real de Bellas Artes de Roma. En 1903 recibió el diploma de escultor estatuario y decorador. Dos años más tarde regresó al país para dedicarse a la escultura en el plano local. Fue profesor de la Escuela Industrial de la Plata, donde ejerció la cátedra de arquitectura y modelado. En CABA tuvo su estudio en la calle Estados Unidos al 3400, lugar que años más tarde ocupó Francisco María Reyes.
Su primera obra conocida, El picapedrero, fue traída desde Italia y adquirida por la Municipalidad, que la emplazó en Parque de los Patricios. Andina también realizó el monumento a Adolfo Alsina en el cementerio de Recoleta; una obra que denominó La Ñusta, ubicada en Parque Chacabuco, que representa el sufrimiento de la colonización española y a las vírgenes incaicas consagradas al dios Inti. Falleció el 16 de abril de 1935.
Ubicada a metros del Invernáculo principal del Botánico, en su basamento de piedra y tallado con letras de imprenta se lee “Flora argentina”. Desde su inauguración, el 2 de mayo de 1929, hasta hoy la escultura de Andina se fue haciendo un lugar entre el vasto patrimonio cultural, pese a no estar ubicada en un lugar de mayor visibilidad. Tiene su sitio en ese pulmón verde, entre tanto cemento y hormigón, y su destino está escrito: seguir velando por la naturaleza que la rodea y la abraza.