Como ya contamos en El Eco (La elocuencia), su autora, Lola Mora, fue la gran escultora argentina de comienzos del siglo XX, que escandalizó a la sociedad de por entonces con una mirada adelantada a su época. Oriunda de Tucumán, sus primeras inclinaciones artísticas estuvieron relacionadas con la pintura, hasta que conoció en Roma al escultor Giulio Monteverde, “el nuevo Miguel Ángel” y reorientó su carrera en esa dirección.
Por aquellos años, en Buenos Aires había una corriente que buscaba modernizar la ciudad y París era el modelo a seguir. El intendente Adolfo Jorge Bullrich, le encargó a la artista la creación de una fuente con la intención de emplazarla en donde hoy está la Pirámide de Mayo, pese a que no tenía la aprobación del Concejo Deliberante. Lola Mora comenzó a trabajar en la obra en Roma junto a un equipo de tres escultores.
El primer modelo de la obra fue en arcilla, aunque más pequeño. Luego construyó con yeso otro modelo del mismo tamaño que el actual. Una vez terminadas las pruebas se lanzó sobre la que sería la escultura final, de aproximadamente seis metros de alto y trece de ancho, construida con mármol de Carrara. La obra se basó en el relato mitológico del nacimiento de Venus, quien sale de una gran concha marina sostenida por dos Nereidas (ninfas del mar Mediterráneo), mientras cuatro caballos salvajes domados por cuatro tritones irrumpen en la escena.
Las discusiones entre los concejales fueron muy ríspidas al respecto, a tal punto que en algún momento la artista estuvo a punto a desistir en traerla y venderla a los Estados Unidos, donde le habían hecho una oferta. Con todo, y en medio de un gran debate, la obra llegó a Buenos Aires desde Italia a finales de 1902 para ser parte de la fuente. Pero los desnudos de las divinidades de la mitología romana generaron una gran polémica que obligó a reconsiderar todo el plan original. Los concejales más pacatos y conservadores, de mínima, la tildaron de extravagante y conflictiva.
La Plaza de Mayo dejó de ser una opción, pero se logró emplazar finalmente en el bajo porteño, donde hoy se cruzan Perón con la Avenida Leandro Alem. Ocurrió el 21 de mayo de 1903 y durante quince años se mantuvo erguida en ese sitio, pese a la resistencia del sector más conservador y en medio de otro debate acerca de su financiación. En 1918 se decidió reubicar en un sitio más alejado de la ciudad. Lola Mora, quien al final desistió de cobrar el dinero pactado para evitar más problemas, supervisó el traslado a la Costanera Sur donde por entonces funcionaba un balneario municipal. “Lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura”.
El tiempo logró que la monumental obra de Lola Mora volviera a brillar con todo su esplendor: la Reserva Ecológica en 1986, el posterior desarrollo de Puerto Madero y la declaración de la obra como Bien de Interés Histórico en 1997 hicieron que la Fuente de las Nereidas ahora ocupe un lugar destacado dentro de las atracciones artísticas y culturales al aire libre que propone la Ciudad de Buenos Aires.