Monumento a la cordialidad, de Julio Villamayor y Antonio Pena

Puerta de entrada al barrio de La Boca, fue donado por Uruguay al cumplirse 400 años de la fundación de la ciudad de Buenos Aires. Representa un navío y la unión de los pueblos rioplatenses.
Por Martín Sassone
Foto: Alberto Brescia Foto: Alberto Brescia

 

A partir del desguace de un viejo crucero y del fundido con monedas de diez centavos, donadas por estudiantes de una escuela de Montevideo, el Monumento a la cordialidad argentino-uruguaya, creado por el arquitecto Julio Villamayor y el escultor Antonio Pena, ambos uruguayos, fue una donación del país vecino a la ciudad de Buenos Aires al cumplirse 400 años de su primera fundación.

La iniciativa de regalar esta obra surgió del Rotary Club de Montevideo en septiembre de 1935. Para llevarla adelante, se constituyó un Comité Pro Monumento a la cordialidad Internacional de la ciudad de Montevideo a la ciudad de Buenos Aires que organizó una colecta popular para recaudar los fondos necesarios. Se recolectó gran parte del presupuesto para la construcción y ese monto fue entregado a la Municipalidad de Montevideo, que cubrió la diferencia faltante. Recién después se convocó a concurso para premiar a la obra ganadora, que resultó ser el trabajo presentado por el equipo que conformaban Pena y Villamayor.

El monumento fue inaugurado en 1942 en el Parque Colón, entre las calles Paseo Colón, Ingeniero Luis A. Huego y las Rábidas Norte y Sur, detrás de la Casa Rosada, y luego de un proceso de remodelaciones viales, en 1962, lo trasladaron al Parque Lezama, donde se encuentra actualmente. Allí se erige también como una especie de puerta de entrada a la República de La Boca, a través de la Avenida Almirante Brown.

Aunque entre los vecinos de Buenos Aires se lo llama comúnmente el Monumento de los Uruguayos, su nombre oficial trasciende la relación entre los dos países, ya que también se lo conoce como Monumento a la Cordialidad Internacional.
De inspiración astronómica, contiene varias referencias al cielo y las constelaciones. Representa un navío, una metáfora de la unión de los pueblos argentino y uruguayo, y cuenta en su centro con una llamativa columna de quince metros de altura. En su superficie se pueden adivinar, dibujadas, las constelaciones que brillaban en el cielo el día de la primera fundación de Buenos Aires y también figuras de conquistadores, aborígenes y los ríos Paraná y Uruguay.

En la parte delantera una figura femenina sobre la proa de la nave representa la ofrenda que en su mano izquierda sostiene el escudo de la Ciudad de Montevideo. Detrás de la columna hay un alero que techa un espejo de agua. Éste se halla ornamentado con objetos cónicos que representan gotas de agua y por gárgolas, hipocampos, pulpos, ballenas y demás iconografía acuática. El borde de este gran espejo de agua está construido con un zócalo de granito gris.
Con todo, es una de las obras más representativas de la ciudad de Buenos Aires, detrás en relevancia del Obelisco, por supuesto, pero a la altura del Monumento de los Españoles, los que recuerdan a Juana Azurduy y Cristóbal Colón, la Fuente de las Nereidas, o la más reciente Floralis Genérica.

 

 

 

 

 

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