Heredero de una tradición y un significado milenario, el huevo es símbolo de vida y de renacimiento. El huevo más emblemático del arte argentino es sin dudas Nosotros afuera, creado por Federico Manuel Peralta Ramos en 1965. Una réplica de aquella obra mítica, gigante y blanca, fue instalada en 2014 en la plazoleta Ginastera, e interpela a quienes caminan frente a la Plaza San Martín.
La escultura ovoide es un homenaje que la Legislatura porteña le hizo a Peralta Ramos (1939-1993). El artista fue un personaje excéntrico, insignia de la vanguardia de los años sesenta, habitué de todos los lugares donde creció aquel movimiento artístico: la Galería del Este, el Florida Garden, el Di Tella. Casualmente, todos estaban en Retiro.
Performer, poeta y showman, Peralta Ramos nació en Mar del Plata el 29 de enero de 1939. Estudió arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, aunque abandonó la carrera para seguir sus inclinaciones artísticas.
Pionero del arte conceptual argentino, dandi rebelde, en 1965 presentó un huevo de grandes dimensiones -260 x 450 centímetros construido in situ- al Premio Di Tella y lo bautizó Nosotros afuera. La obra combinaba yeso y mampostería, y una cuadrilla de albañiles la terminó de construir a contrarreloj en la sala. Después, el huevo se fue resquebrajando delante del público y, en gesto de performance, fue finalmente destruido con un hacha por el artista luego de que el jurado lo declarara ganador.
A cincuenta y seis años de aquel evento singular, el huevo gigante de Peralta Ramos reapareció de manera inesperada, casi de incógnito, en la Plazoleta Ginastera de Retiro para sorprender a los porteños. No es la primera vez que se exhibe una reproducción de Nosotros afuera. En 1995, el Malba inauguró una muestra en honor a Peralta Ramos, La era metabólica, que giraba alrededor de una versión de la mítica escultura de yeso fabricada para la ocasión.
Las anécdotas estrambóticas de Peralta Ramos fueron parte y signaron su trayectoria artística. En 1968 ganó la prestigiosa beca en la categoría Pintura y decidió invertir el dinero bajo el concepto de que “la vida es una obra de arte”. En los papeles, informó a la institución que el proyecto implicaría “lanzar al mar un inflable gigante que desparramaría buena voluntad por el mundo”. Pero la forma en la que concretó aquella idea solo hizo crecer el mito: invitó a veinticinco personas a cenar al Hotel Alvear y después a bailar a la boite África. Se mandó a hacer trajes y pagó deudas. Cuando la Fundación Guggenheim le pidió que devolviera el monto, Peralta Ramos escribió una carta que hoy se exhibe en la sede de la fundación en Nueva York. “Ustedes me dieron esa plata para que yo hiciera una obra de arte, y mi obra de arte fue esa cena. Leonardo pintó La última cena, yo la organicé”, se defendió.