El primer contacto con una obra de arte no miente. Y más aún si esa obra despierta el asombro como un estado involuntario del alma que nos saca de la indiferencia de la vida cotidiana. Desde la Antigua Grecia se ha dicho que la filosofía es hija del asombro. Platón lo define como el origen y principio de todo el saber. Si pensamos en sinónimos del verbo asombrar, aparecen palabras como admirar, maravillar y sorprender.
Todo eso y su sentido más filosófico es lo que provoca contemplar la obra de Alexandra Kehayoglou tan ligada a la naturaleza y a la existencia misma (y a los griegos también). Cada una de sus creaciones posee una fuerza y un magnetismo tal, capaz de transportar al espectador a esos territorios materializados en las alfombras y tapices que ella misma vive, documenta y teje. Instalada hace un año y medio en las afueras de Atenas, Kehayoglou, esta artista argentina que trabaja principalmente con materiales textiles, fue recientemente distinguida por la Fundación Konex por su labor en Diseño Industrial.
Su búsqueda es incansable y su compromiso social con el medio ambiente es central. Crea paisajes olvidados, lagos, bosques, pastizales y ríos, utilizando una amplia gama de habilidades técnicas para contar una historia o denunciar lo que la naturaleza le pide. El trabajo previo, parte de la documentación en el lugar, lo realiza a través de un diálogo con el territorio que Alexandra registra en fotos, videos y dibujos en acuarelas. “Tengo comunicación directa con la tierra” nos confiesa desde su taller en Grecia, donde conviven lanas, juguetes de sus hijos, alfombras y un telar de madera antiguo que nos muestra a través de la pantalla con orgullo, como quien encuentra un tesoro.
Las piezas de sus obras están realizadas con materiales excedentes, tejidos con la técnica del handtuft mediante una máquina que se manipula sobre bastidores verticales, insertando punto a punto. El proceso de elaboración es arduo y largo, y requiere mucho esfuerzo físico y una técnica muy precisa.
La historia de Alexandra en Argentina, comienza en 1922, cuando su abuela tejedora de alfombras se vio obligada a abandonar Grecia cuando fue destrozada por la guerra con Turquía. Habiendo llegado al país, sin más equipaje que un poco de ropa, y un telar, fundó tiempo después su propia fábrica de alfombras, llamada El Espartano en homenaje a su ciudad natal de Isparta.
“Crecí en una familia que hacía alfombras. Mi abuela trajo a la Argentina su oficio y sus habilidades heredadas por antepasados griegos y se las enseñó a sus hijos”, confiesa. Al igual que su padre, creció con la responsabilidad de continuar con la tradición familiar, en un ambiente que le permitió transformar su legado en obras de arte. Licenciada en artes visuales, emprendió su propio camino y en el 2008 creó su estudio anexo a la firma familiar. “Me di cuenta de que usar el conocimiento de las alfombras inscrito en mis genes de una manera artística, era inevitable”.
Como esos actos -que depende quien los exprese-, podrían llamarse casualidad, obra del destino o sincronicidad. Alexandra viajó a Grecia en marzo de 2021 invitada por el primer ministro para realizar una residencia de dos meses en un Monasterio en Réthymno Creta, en un gesto de abrazar a esas comunidades exiliadas de sus tierras. Justo cuando andaba en la búsqueda de esos hilos que tejieran la historia del recorrido de su abuela Elpiniki. Respuestas que murieron con su padre, meses después del viaje, producto de esa triste enfermedad llamada ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica).
Así fue, que el viaje cobró otro sentido y decidió instalarse en Grecia, junto a su familia, donde aprendió el oficio de tejer a mano como lo hacían sus antepasados. Las monjas no sólo le enseñaron a tejer las vestimentas que usaban los obispos ortodoxos, si no que compartieron con ella su máximo secreto: “Tejer es un poco como el rezo, es recitar un mantra”, a Alexandra le pasaba lo mismo. “Yo sin ser religiosa vivía ese mismo trance. Tejiendo humedales por ejemplo, pensaba en inyectarle una intención, como si fuera un hechizo”. Hoy la residencia terminó, pero ella sigue perfeccionándose con diferentes técnicas conectadas a sus raíces.
El trabajo de Alexandra contiene un claro mensaje contra la deforestación y la devastación humana. Mientras algunos ecocidios y temas como la ley de humedales descansan bajo la alfombra (como bien indica el dicho popular), ella se muda a la naturaleza, la vive, la siente y la traduce en instalaciones con piezas como alfombras, tapices y prayer rugs.
Una de sus obras, No Longer Creek, presentada en el Design Miami/Basel en Basilea en 2016, denunciaba mediante una alfombra de ocho por seis metros la destrucción del arroyo Raggio en Buenos Aires.
No Longer Creek (2016)
A finales de 2017, la Trienal de la Galería Nacional de Victoria, Melbourne, incluyó la obra Santa Cruz River, una instalación interactiva que forma parte de un extenso proyecto de investigación sobre dos represas en el río Santa Cruz en la Patagonia Argentina. Este proyecto mostró su visión crítica de un paisaje que desaparece y la premonición de un futuro ecocidio en uno de los ríos glaciares más importantes de América del Sur.
Santa Cruz River (2107)
En septiembre de 2018, presentó What if All is en el Chiostro del Bramante, Roma, en el contexto de la exposición Dream, comisariada por Danilo Eccher. Su nuevo tapiz de gran formato explora las tribus desaparecidas de la Patagonia y su relación con los paisajes cavernosos y las pinturas rupestres.
What if All is (2018)
Antes de viajar a Grecia, Alexandra y su socio en la vida y en el arte, Jose Huidobro, investigaron durante tres años la situación que se vive en el Delta del Paraná, y los cambios que sufrió esta región debido a los incendios indiscriminados para su explotación.