Luis Centurión nació en el año más convulso de las letras universales, sino de la historia, al menos del siglo XX. En aquel glorioso 1922 se publicaron: el Ulyses de James Joyce, Tierra Baldía, de T.S. Elliot, y Trilce (1), de César Vallejo, tres obras que auspiciaron el ocaso de la narración y la poesía tradicionales. Con esa carga pesada nació Centurión en una pequeña ciudad de la República Argentina, Concepción del Uruguay, sin llegar a cumplir los nueve meses de gestación.
De primera infancia desmotivada, un día Luisito (así le decían) comenzó a pintar movido por fuerzas desconocidas. Pintaba sobre todo figuras fantasmales, como si el niño se hubiera limitado a reproducir las heridas de otros.
Sus padres, sorprendidos por las aparentes dotes artísticas del hijo, se entusiasmaron y le brindaron un apoyo incondicional, a pesar de que el sueño paterno era la ingeniería. El ingeniero Centurión habría sido el primer universitario de la familia.
A medida que el tiempo pasa Luis se compromete cada vez más con su quehacer, sin advertir que se estaba convirtiendo en artista. Aprendía solo, mirando a su alrededor, manteniendo el oído atento; detestaba la pedagogía y las instituciones de enseñanza, aunque entre 1956 y 1957 fue profesor de dibujo en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. A los 18 años pinta como poseído, como si cada trazo lo salvara de algo.
Luis Centurión
En 1947 hace su debut en Buenos Aires, con una buena recepción del público y de la crítica. “Tiene pasta”, le dicen; “tiene futuro”, le auguran; sólo le falta un punch de confianza. Esa confianza la adquirirá a fuerza de trabajo, hasta convertirse en un artista con pulso propio, con un estilo singular, ajeno a las grandes discusiones del medio, indiferente al debate entre abstractos y figurativos. A Centurión le importa únicamente la pintura.
Dos años antes había conocido a Witold Gombrowicz. Formó parte del comité de traducción de Ferdydurke, junto a Virgilio Piñera, Humberto Rodríguez Tomeu y Adolfo de Obieta (hijo del gran Macedonio Fernández). El escritor polaco designa a Centurión en el prólogo a la mítica edición de Argos (1947) como “poeta y artista”. Ninguno de los integrantes del comité, ni los demás colaboradores, sabían polaco, y sin embargo logran componer una traducción inolvidable (“Por supuesto sabemos que no se trata de una verdadera traducción, sino más exactamente de una reescritura pluralizada”, dice Rafael Cippolini en el ensayo “Ferdydurke forrado de niño. Biografía de una versión”). Son maestros ignorantes avant la letre.
Centurión lee para aprender a pintar, y pinta para leer mejor. Sus ideas son difíciles de asimilar para algunos colegas. No busca la gloria, sino vivir en el interior del cuadro. Pinta naturalezas muertas, retratos, paisajes, desnudos. En general, las obras son de una simpleza sofisticada, casi conmovedora. Su elocuencia reside en la falta de elocuencia, como si el artista supiera que el silencio suena más fuerte que el ruido.
Interior con maceta.
Centurión avanza a paso firme, lo invitan a la Bienal de San Pablo, después a la de México. La madre se hincha de orgullo y comenta oronda que el padre se habría conmovido de verlo cosechar semejante éxito. Ella morirá dichosa, mientras su hijo progresa en París, donde vivirá desde 1960 hasta 1966.
En el año de su partida al Viejo Continente el Museo de Arte Moderno le organiza una exposición en la galería Rubbers, cuyo título llama la atención, dado el bajo perfil del artista: Luis Centurión. El museo adquiere (2) Desnudo, lo que despertará el interés de coleccionistas ávidos de poseer obras tan sencillas y enigmáticas. En París atiza su estilo –si es que hay (3) un estilo Centurión– y recoge cierto reconocimiento de sus pares. Conoce a Picasso, a Dalí y a otros pintores del montón. Él queda fascinado por lo menor. Hombre de pocos amigos, pero buenos.
Sus últimos días en París transcurren como un lento crepúsculo de verano. Disfruta de la compañía de algunas mujeres soberbias, pero extraña el terruño. Seis años le son suficientes para comprender que el tiempo se había agotado. Regresa a la Argentina. Sigue pintando, escribe ensayos, dibuja a cuatro manos.
En la biografía de Centurión existen puntos ciegos, sobre los cuales preferimos no insistir, y la bibliografía está lejos de ser abundante, salvo el libro Luis Centurión, un poco de realidad directamente (2024), con texto de Juan Laxagueborde, editado por galería Calvaresi.
En el libro observamos una referencia pictórica a la familia adulta del artista, Visita al taller, que ganó el segundo premio en LXI Salón Nacional de Artes Plásticas, donde aparecen el pintor, al lado de su hija mayor, su esposa y dos hijos menores. En lugar de ser una familia obrera es una familia artística, pero desconocemos los datos filiatorios y la relación verdadera entre los cónyuges.
Visita al taller.
Debido a la ausencia de información fidedigna abandonamos la biografía y nos abocamos a Desnudo, que el lector podrá disfrutar en las salas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, si recorre la exposición Moderno y Metamoderno, curada por Victoria Noorthoorn, directora del museo, y Francisco Lemus.
Desnudo (1959). Colección Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
A primera vista, Desnudo representa un cuerpo femenino desnudo, acostado, de espaldas. Es un cuerpo espeso, oscuro, parecido a un muñeco de madera. La mujer carece de facciones y sus extremidades izquierdas están contorneadas por una línea gruesa negra que coincide con uno de los contornos de la superficie sobre la cual se acuesta. Yo no puedo dejar de ver en esta pintura (con cenagosas diferencias) un aire de familia con dos obras bien distintas que se exhiben en el Museo Nacional de Bellas Artes, Reposo, de Eduardo Schiaffino (1889), y Mujer acostada, de Pablo Picasso (1931).
Reposo, de Eduardo Schiaffino (1889). Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
La conexión con la pintura de Schiaffino es exclusivamente del orden de la representación, del referente, en ese sentido cabría nombrar decenas de pinturas similares (incluidas las del mismo Centurión); con Picasso, en cambio, lo une la pulsión anti representativa, un aspecto formal, sobre todo el de la línea, como si en la pintura de Centurión hubiese no una protagonista, sino dos: la mujer y la línea, en una síntesis pictórica que incluye todos los elementos a su disposición, saltando así la grieta estética.
Mujer acostada, de Pablo Picasso (1931). Colección Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires
El dibujo del cuerpo femenino corta el plano en dos mitades, produciendo una especie de simetría fallida. Si uno quisiera detenerse a contemplar el cuerpo, centro de la representación, advertiría que éste, poco a poco, va perdiendo relevancia en favor del predominio cromático de las formas. No es casualidad, entonces, que en el libro recién mencionado se reproduzcan más de sesenta pinturas de Centurión (una más linda que la otra) y que las más parecidas a Desnudo no sean los desnudos sino dos paisajes que ocupan las páginas 51 y 52 respectivamente.
Todo es muy simple (4), diría Centurión. Basta con ponerse a pintar.
1. Resulta significativa, a todas luces, la respuesta de la inteligencia artificial ante la pregunta por las publicaciones distinguidas de 1922, pues omite la mención del poemario de Vallejo, en una clara demostración de cómo la IA, a pesar del halo de objetividad que la envuelve, es profundamente ideológica, en cuanto deja afuera de la cultura universal a la obra peruana.
2. En la página oficial del museo figura como patrimonio otra de las obras esenciales de Centurión, Los acróbatas. No podemos dejar pasar el equívoco respecto de la nacionalidad del artista. Seguramente por haber nacido en Concepción del Uruguay, la ficha online de Centurión indica Uruguay como país de nacimiento.
3. Y de hay es el título del libro que en 1981 publica Luis Centurión y del cual se vale Santiago Villanueva para titular la exposición emplazada en Calvaresi entre el 11 de marzo y el 16 de mayo, aunque el curador agrega al título original, un sencillismo en la vanguardia. En el catálogo de la muestra, Villanueva cita un pasaje del libro de Centurión que, si bien no se relaciona con la pintura de la que hablaremos, tampoco es del todo ajeno: “El predominio de la pampa hace a la forma, perdida en inmensa extensión. Por lo tanto esa forma tiene que luchar por ser”.
4. Dice Santiago Villanueva: “Lo más vanguardista dentro del siniestrismo es hacer/decir las cosas de modo simple, en el enroscado momento donde lo simple solo puede ser intelectual. Hacerse de tiempo es para el siniestrismo no volver hacia atrás pero sin dejar de preguntarnos dónde estamos”. Nota a la nota: Centurión junto a Líbero Badíi inventaron el siniestrismo, concebido como “lo que escapa a las posibilidades humanas”.