Como bien explica el sitio oficial de la 60 Bienal de Venecia, a la artista sudafricana Esther Mahlangu le ha tocado, por su longevidad, ser testigo de dos hechos históricos en la modernidad africana. La declaración de Sudáfrica como república independiente en 1961 y el fin de la odiosa política del apartheid, que regía desde 1948, en 1992. Nacida en 1935, Mahlangu tiene 88 años y, en este sentido, se podría decir que lo ha visto todo. Hasta que la firma alemana BMW le comisionara el diseño del primer art african car (1991) siguiendo una línea que la automotriz había instalado con artistas como Andy Warhol, Frank Stella y David Hockney. Ese dato acaso resulte incómodo o banal en el perfil que la académica británica Ruth Ramsden-Karelse, especializada en estudios queer africanos, traza de Mahlangu. Al fin de cuentas, ese tipo de encargos no dejan de perpetuar el arquetipo del artista cortesano cambiando monarcas y burgueses por corporaciones. Para colmo de males una automotriz alemana que durante la II Guerra Mundial reclutó la mitad de sus 56000 trabajadores en el campo de concentración de Dachau para fabricar motores de aviones.
Pero acaso para Mahlangu no sea lo mismo que para Warhol o Hockney porque lo que termina estampado en el primer art african car es una tradición de la cultura Ndebele, esclavizada y explotada desde la misma mentalidad racista que impulsó el exterminio en la Europa nazi-fascista. Lo que desde el ojo del arte consideraríamos una forma de arte geométrico y abstracto es para la cultura Ndebele nada más y nada menos que pintar casas. Las mujeres Ndebele fueron, son, responsables por siglos de pintar los interiores y exteriores de sus muy humildes casas. Mahlangu aprendió a hacerlo cuando tenía diez y Sudáfrica estaba bajo dominio británico, pero con un gobierno de abierta simpatía con la segregación racial que, soterrada en Europa, tuvo su rebrote en el apartheid. Mientras, con plumas de pollo como pinceles y barro con estiércol de vaca como pigmentos, nacía una futura estrella del arte contemporáneo. Otra que la clásica boutade neo dadá “Merda d’artista” de Piero Manzoni.
Mahlangu supo llevar esa práctica ancestral de la cultura visual africana de las paredes a los formatos que la jerarquía inmanente de arte en Occidente pide. La misma bandera de Sudáfrica diseñada por Frederick Brownell en ocasión de la asunción de Nelson Mandela parece inspirada en las simetrías y las variables cromáticas Ndebele. Invirtiendo la recepción occidental de los motivos surafricanos podría decirse que, al fin, los colores de una nación sometida por siglos rinden reverencia al arte abstracto que los nazis creían “degenerado”. Justicia poética antes que responsabilidad social empresarial, el art african car está lleno de eso que la pre adolescente Mahlangu supo juntar para crear sus colores. Excremento de vaca o una máquina perfecta, hermosa, veloz, luminosa, sí, pero con una merda d’storia por detrás.