En el vasto y diverso terreno del arte contemporáneo, siempre en perpetuo cambio y transmutación, existe una poderosa constante, la inmutable estrategia de llevar más allá del límite de lo posible las barreras disciplinares. Los artistas más innovadores de la actualidad nos dejan frente un abismo: el de no saber cómo categorizar, ni en qué contexto artístico circunscribir sus prácticas. Es muy habitual que como espectadores nos quedemos atónitos frente a propuestas que nos maravillan y desconciertan por igual, pero, sobre todo, que nos interrogan acerca de cómo podemos clasificar y comprender (al menos, bajo los parámetros que conocemos) aquello que estamos experimentando. Quien lleva adelante su práctica de este modo desde hace más de siete décadas, es Sheila Hicks, una de las artistas más destacadas de nuestro tiempo.
A sus 89 años, Hicks (Hastings, Nebraska, 1934) es considerada la artista textil viva más importante de nuestra era. Sin embargo, cuando recorremos la totalidad de su extensa trayectoria, notamos rápidamente cómo las categorías en las que está enmarcada su práctica van más allá de estas primeras clasificaciones disciplinares. Su labor se centra ante todo en un profundo interés por comprender y expandir las cualidades conceptuales y estéticas de los materiales con los que trabaja. Su profuso cuerpo de obra se extiende en un amplio y complejo arco que va desde pequeñas piezas textiles, bordadas y tejidas a mano (minimes, como ella misma las llama); tapices, bajorrelieves y murales de gran formato; pasando por esculturas, objetos intervenidos y utilitarios; hasta instalaciones de diversa naturaleza; e imponentes intervenciones arquitectónicas; así como emplazamientos en espacios públicos.
Si bien su manera de expresarse es a través de hilos, lanas, telas y diversos materiales blandos, su trabajo constantemente reflexiona acerca de temas fundantes del arte, como el color, el espacio y el tiempo, en el que siempre está presente la necesidad de tensar al máximo las convenciones del arte occidental y su historia. Hace arte desde que recuerda, para ella no es una disciplina, ni siquiera una profesión, es una forma de vida. Estudió pintura, escultura, fotografía y dibujo, pero rápidamente se sintió atraída por el infinito universo de los tejidos. De su formación académica rescata lo pictórico, dado su manifiesto interés por el estudio del color, por su capacidad de transmitir sensaciones, y estimular la percepción. Sheila Hicks estudió en Yale School of Art, donde tuvo importantes tutores como Josef Albers, quien, a su vez, le presentó a su esposa, Anni Albers. Ambos provocaron un gran impacto en la joven artista, de quienes aprendió a admirar las culturas precolombinas. Puntualmente, la legendaria tejedora de la Bauhaus es quien la introduce en el fascinante mundo del tejido, y en las ancestrales técnicas textiles que las antiguas civilizaciones americanas desarrollaban en este ámbito.
Hacia finales de la década del 50 Sheila fue enviada a Chile por Josef Albers para que colaborara en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, donde el maestro había impartido clases con anterioridad. Paralelamente, también por su recomendación, estudió historia del arte precolombino con George Kubler, quien la introdujo en el arte y la arqueología andina y mesoamericana. En los 60, vivió nuevamente en Chile, donde realizó importantes proyectos comunitarios, con tejedores y tejedoras locales; y en México donde tomó contacto con comunidades originarias. También visitó con frecuencia otros países de América del sur como Perú y Colombia. Le gusta decir que sus maestros más importantes fueron artistas y artesanos herederos de estas antiguas prácticas. De ellos aprendió la importancia de la geometría, el color, la textura y la abstracción como sistemas de significación y comunicación, elementos que han surcado la mayor parte de su producción. Otro aspecto fundamental que a Hicks le interesa de los textiles precolombinos es su dimensión simbólica y su capacidad para transmitir la cosmogonía de la civilización que los ha creado.
Un buen ejemplo de ello es la obra Los hermanos (2017), perteneciente al Museo Amparo de México. En esta instalación de muro, la artista retoma las posibilidades del textil como forma de lenguaje y evocación. Dentro de cada uno de los atados que la conforman, Hicks ocultó un objeto secreto. Confeccionados a partir de lino, seda, algodón y bambú, con estos “nudos”, la artista retoma la idea de que los objetos son un depósito intangible de la memoria. La información oculta, además de invitar a develar el misterio, dispara la imaginación y activa una cadena casi infinita de narrativas y significaciones posibles.
Con esta obra la artista realiza una apropiación estética de las formas de comunicación y registro de información de las culturas andinas, los quipus, palabra que en quechua significa “nudo”. Tradicionalmente en los quipus las ataduras se ubicaban en diferentes alturas de una cuerda según el contenido que se quería comunicar, y la información solo podía ser descifrada por el quipu camayoc (guardián del quipu y administrador del Imperio Inca). De este modo, Hicks construye su propio lenguaje artístico y estético. En palabras de la propia artista: “El arte estimula la imaginación. Algunas de mis creaciones, que llamo Tesoros Secretos, evocan eventos, personas, tiempos vividos, lugares visitados. Envolturas. Momias. Regalos. Puede ser una posesión o la prenda de una persona especial. La falda que vestí en una ocasión inolvidable. Lo que queda de los objetos preciosos que se han dispersado a mi favor. A medida que envuelvo una pieza pequeña, esta toma vida por sí misma”.
En la misma línea, otro ejemplo para destacar es Quipu blanco (1966), una obra mural de gran escala, realizada a partir de “mechones” de hilos blancos a los que se le van hilando fibras de diversos colores a distintas alturas. Con formato similar, pero con distinto emplazamiento y configuración, en Peluca verde (1961), y Peluca berenjena (1985), también pueden apreciarse con claridad procedimientos similares al ancestral sistema comunicacional andino.
"Donde voy, veo la cultura local y siempre lo más fuerte es la cultura del material: cómo la gente usa el hilo para vestirse, para vivir y para todos sus rituales", sostiene la artista. Más allá de las implicancias materiales de lo textil, la razón por la que Hicks abandonó la pintura en pos de un trabajo a partir de lo escultórico y lo arquitectónico tenía que ver con su interés por intervenir e interactuar con el espacio real. Como sostiene la curadora chilena y especialista en la obra de la artista, Carolina Arévalo, “Liberó a los hilos del telar, de la retícula ortogonal del tejido. […] Hicks encontró en las fibras su medio, en el color su alfabeto estético, y junto con la textura ha construido su propio vocabulario. Ella magnifica las fibras y sus características formales, especialmente la luz y la textura, en donde convergen lo táctil y lo visual. El color se convierte en forma y funciona como sensación fenomenológica. En el trabajo de Sheila Hicks hay muchas pistas, conceptuales, pero también formales, elementales, que están en constante conversación. Emerge una poesía en esa articulación”.