"Los artistas deberíamos ser el oxígeno de la sociedad. La función del artista en una sociedad perturbada es hacerla tomar conciencia del universo, formular las preguntas correctas, abrir los canales de concientización y elevar las mentes”. M. A.
Marina Abramović es una artista contemporánea que nació en Serbia, antiguamente Yugoslavia, en 1946. Su trabajo gira en torno a la vinculación entre el arte, el público y la exploración de los límites de la mente. Comenzó su carrera a comienzos de los años setenta. Su obra se compone de performances y fotografías en las que explora ideas que provocan e incomodan, surgidas de sus intereses más existenciales y profundos.
En 2010, el Museo de Arte Moderno de Nueva York organizó una exhibición retrospectiva de su obra: La artista está presente. La propuesta incluía un encuentro con la artista, estrategia que le permitió popularizar el efecto de su obra performática y la hizo llegar al público masivo. Alrededor de 700000 personas pasaron por la muestra, motivadas por la curiosidad y la publicidad masiva. En la que fue una de sus performances más intensas, la artista pasó 736 horas y treinta minutos inmóvil en el atrio del museo. Entre sus condiciones, pautó algunas restricciones para interactuar con las demás personas: se mantendría atenta en silencio mientras observaba, y no tendría ningún tipo de contacto físico consentido con sus acompañantes. En las imágenes de registro, se la puede ver sentada en una silla de madera con una mesa delante y una silla vacía que completa la escenografía minimalista. A la espera de que un espectador se siente frente a ella a intercambiar miradas y se transforme en el participante que activa la obra. El compromiso de Marina con la experiencia presente, la confianza en su proceso de trabajo metódico y la construcción del ritual al que invita a someterse a los testigos, para invitarlos a sentir, mediante el uso de su propio cuerpo como medio artístico, son características a destacar en su obra.
El provocativo gesto de la artista, de dedicarle minutos de su vida a cada uno de los visitantes que la observaban en la complicidad del silencio, surgió, según relata, de sus contradicciones al momento de tratar con el ego, y de la necesidad de compartir la presencia. La inauguración tuvo su punto álgido cuando Ulay (Uwe Laysiepen), artista alemán con el que Abramović trabajó de manera colaborativa, fotógrafo y ex pareja, apareció en escena y se sentó frente a ella.
La última vez que se los había visto juntos fue en la Muralla China, cuando en 1988 decidieron hacer un viaje que puso fin a su relación. Como resultado de la búsqueda de un final apropiado para su historia, decidieron despedirse en un lugar mítico. Cada uno comenzó su recorrido a la muralla por uno de los extremos opuestos y se encontraron en el centro, para finalizar su vínculo.
La acción fue tan emotiva para todos los presentes, que se volvió un registro viral. Conmocionó a muchas personas en redes sociales, que incluso no conocían que formaba parte de esta exhibición. La sorpresa, y el recuerdo del pasado en común inundaban la escena, el intercambio de sonrisas entre Marina y Ulay, junto a la imposibilidad de mediar palabra, aumentaba la tensión entre ellos. La experiencia se fundió en aplausos y unas cuantas lágrimas, cuando al finalizar el tiempo de contacto, la artista estrechó las manos con su compañero, rompiendo una de sus propias reglas avanzando hacia la mesa y proponiendo el contacto.
La obra de Abramović deja en claro que no hay manera de poner límite entre el arte y la vida cotidiana. El análisis de la experiencia artística se construye de la observación del mundo, la perspectiva única y la vivencia personal es una de las herramientas contemporáneas para crear y extender la visión propia. Lo mundano se transforma en obra de arte, y la obra de arte se funde en la cotidianidad.