No es tarea sencilla definir los elementos básicos del arte. Pensemos en el espacio: al igual que el tiempo, parece una categoría que permite explicarlo todo, o un eje a través del cual podríamos dar respuesta a cualquier clase de preguntas. Es así como Georges Perec, en su libro Especies de espacios, arriesga una descripción posible: el espacio es una dimensión, una materialidad, una realidad, una configuración, una estructura, una fragmentación y tantas cosas más. Existen espacios pictóricos, compositivos, plásticos, sonoros, literarios, imaginarios, simbólicos, performáticos, libres, internos, externos, aéreos, cerrados, planos; espacios que son equivalentes a la extensión que contiene toda la materia existente, pero también a la mínima distancia que separa los cuerpos. Mariela Yeregui –artista, historiadora del arte, docente y pionera en la escena de las artes tecnológicas en la Argentina– investiga precisamente las formas en que aquellas dos concepciones se entrelazan. Desde sus primeras piezas, rediseña continuamente el espacio en virtud de las acciones de comunidades de personas, agentes robóticos u objetos inanimados en un territorio dado, ya sea el espacio virtual, el espacio de la sala de exhibición o el espacio público.
En Epithelia (1999), por ejemplo, obra de net.art realizada durante una residencia en The Banff Centre, en Canadá, y financiada por la Beca Antorchas, Mariela ofrece un texto/espacio entramado a partir de imágenes, palabras y sonidos en la medida en que el usuario navega una arquitectura de datos siempre efímera y cambiante en Netscape 4.0 (el navegador web previo a la emergencia de Internet Explorer). El carácter descentralizado de la aún incipiente World Wide Web, con sus pop-ups en JavaScript, cuadros de diálogo y otros recursos de la época, tomaba la forma de cuerpo híbrido, dislocado, ubicuo, fragmentario y tecnológicamente mediado, donde los usuarios podían también sumergirse de manera telepresencial en la creación colectiva de textos que luego eran incorporados por la artista a la pieza.
Epithelia (1999)
Algunos años después surgió Proxemia (2005), la primera instalación robótica interactiva de esta envergadura exhibida en nuestro país, ganadora del Premio LimbØ a Proyecto Multidisciplinario Experimental en el marco del Premio MAMBA-Fundación Telefónica. Una veintena de robots integrados por esferas de acrílico se desplazan libremente por la sala de exhibición y cambian de dirección cuando detectan la presencia de agentes externos, como los límites del espacio, el público u otros robots. Una de las esferas, provista de luces LED de color blanco y un láser rojo, marca una diferencia con el resto del grupo y procura de esa manera contravenir las lógicas del conjunto de agentes, dominado por trayectorias individuales y territorios privados carentes de instancias de encuentro. Retomando la teoría proxémica del antropólogo Edward Hall acerca de los modos en que las personas perciben y hacen uso del espacio en sus procesos de interacción cotidiana, Mariela buscaba así reflexionar sobre la distancia social que rige en el mundo global contemporáneo.
Proxemia (2005)
Además del espacio online alterado por la interacción de un cuerpo de usuarios remotos y el espacio físico habitado por una comunidad mecatrónica, algunas obras más recientes focalizan en el espacio público, en particular el ámbito urbano, y en formas alternativas de explorar y cartografiar territorios con respecto a los sistemas de mapeo dominantes. En Escrituras: un proyecto de contra señalética urbana (2014-2017), realizado junto a Gabriela Golder, seis carteles de neón intervienen la ciudad al encontrarse emplazados sobre distintos edificios del Boulevard Benito Pérez Galdós (La Boca). Las frases que se leen en los letreros resultaron de ejercicios performáticos y participativos con los habitantes del barrio a partir de estrategias cartográficas open-source, todas ellas orientadas a plasmar una mirada crítica sobre la configuración del espacio citadino mediante la materialización de geo-anotaciones sobre el tejido social.
Escrituras: un proyecto de contra señalética urbana (2014-2017)
Por su parte, en Bordes (todas las utopías son deprimentes) (2019-2020), Mariela Yeregui trabajó con Marlin Velasco para producir una serie de acciones a lo largo de la General Paz, avenida parque originalmente concebida como símbolo de modernización, y luego transformada en zona liminar entre la centralidad de la urbe porteña y el carácter periférico del inmenso conurbano. Partiendo de la noción de “espacios residuales”, propuesta por el arquitecto y urbanista Francesco Careri, las artistas se apropiaron de esta locación a través de diferentes prácticas situadas; por ejemplo, realizaron una caminata por día durante tres meses a lo largo de la autopista con un mini display LCD provisto de un GPS que se encontraba incorporado a sus vestimentas para graficar en tiempo real los trayectos emprendidos (los displays fueron posteriormente exhibidos sobre un bastidor en la obra Si se falla y no se llega nunca, tampoco es seguro que no se hubiera visto el camino).
Bordes (todas las utopías son deprimentes) (2019-2020)
Todo territorio, así, emerge de una red dinámica y vital de comportamientos individuales y sociales que pulsan en esta densa trama que alberga toda la realidad fenoménica: el espacio. He aquí una de sus tantas acepciones. Las obras de Mariela Yeregui demuestran que no es posible aprehender el espacio sin inquirir también las relaciones establecidas entre los diferentes agentes que lo configuran, lo desguazan –en el doble sentido técnico y conceptual–, y vuelven a construirlo una y otra vez.