A los noventa y dos años Yayoi Kusama continúa a la vanguardia. Fascinada desde siempre con la naturaleza y con el sexo, conocida en todo el mundo por sus instalaciones de lunares de colores y espejos infinitos, pero sobretodo por las calabazas, Kusama representa en cada obra una particular mirada del mundo que con el tiempo se convirtió en una marca registrada.
Es capaz de sumergirnos en un océano de luciérnagas que flotan (Fireflies on the Water, 2002), o hacernos contemplar el infinito a través de una pequeña ventana (Infinity Mirrored Room-Love Forever, 2018). En Kusamatrix, su gran exhibición de 2004 en Japón, llenó una sala de globos a lunares, otra de espejos con luces intermitentes, y en el pasillo instaló espejos convexos y candelabros, en una experiencia verdaderamente psicodélica. Como si fuera poco, sumó pantallas con videos y reservó un espacio para cientos de imágenes de muñecas. Pero lo verdaderamente suyo, desde la infancia, son las calabazas.
Todo comenzó con una alucinación. Cuando Kusama era chica solía visitar los campos de cultivos de semillas que tenía la familia en la ciudad de Matsumoto. Le encantaba sentarse a mirar las flores y dibujarlas, pero un día esas flores que le parecían tan hermosas empezaron a hablarle y se asustó. A partir de ese momento, inician los ataques de pánico que la atormentaron durante toda la niñez. Y que volverían a aparecer de grande.
La primera vez que vio una calabaza fue de la mano de su abuelo. Era una enorme, del tamaño de una cabeza, que de repente cobró vida y se comunicó con ella. Pero Kusama no tuvo miedo. Con esa forma tan “cautivadora y atractiva” -como describió en su autobiografía, Infinity Net- esa verdura gigante solo le inspiraba confianza. Era casi como una amiga.
Kabocha, una pintura de una calabaza al estilo tradicional japonés (nihonga), fue de las primeras obras que una Yayoi de apenas diecisiete años exhibió en Japón. Cuando terminó la escuela se anotó en la Universidad de Artes de Kyoto pero no tardó en darse cuenta que lo suyo no era el nihonga. Empezó a mirar a occidente, al movimiento vanguardista de Europa y Estados Unidos.
Finalmente se mudó a Nueva York, donde más tarde se convertiría en una de las pioneras del pop art. Kusama dejó un tiempo de lado las calabazas por los happenings y las esculturas llenas de objetos fálicos. Pero tarde o temprano se reencontró con esa inspiración inicial y las calabazas empezaron a aparecer en pinturas, grabados, dibujos y más tarde en esculturas e instalaciones. “Su forma graciosa, su sentimiento cálido y su calidad humana”, son los tres factores que enumeró Kusama en 2015, cuando le preguntaron por enésima vez más qué le gustaba tanto de esta verdura en particular.
En Mirror Room (Pumpkin), una instalación de 1991 en la Fuji Television Gallery, pintó toda una habitación con pintura amarilla y lunares negros. En el medio colocó un cubo con espejos y lo llenó de calabazas de papel maché. Los visitantes tenían que mirar el cubo a través de una abertura en forma de mirilla, y dejarse maravillar por un campo infinito de verduras.
En 1994 presentó Pumpkin, una calabaza gigante de color amarillo y lunares negros que todavía sigue custodiando uno de los muelles del exclusivo complejo de arte contemporáneo Benesse Art Site, en la isla de Naoshima, Japón. En 2016, volvió a jugar con el infinito en la exhibición All the Eternal Love I Have for the Pumpkins; y lo repitió al año siguiente, llevando el concepto aún más lejos en The Spirits Of The Pumpkins Descended Into The Heavens: una habitación amarilla plagada de lunares negros que se proyectan una y otra vez en espejos, generando una suerte de cosmos que suspende a los visitantes en el aire.
En mayo de este año, la artista japonesa instaló una serie de las míticas verduras en el Jardín Botánico de Nueva York. Allí se pueden visitar algunas de sus obras más recientes, Dancing Pumpkin y I Want to Fly to the Universe, dos esculturas monumentales de 2020 que completan la intervención en el Botánico. También se pueden ver otras obras de su autoría, como el invernadero Flower Obsession que construyó entre 2017 y 2021, o Infinity Mirrored Room - Illusion Inside the Heart, una de sus propuestas más inmersivas. Las calabazas de Yayoi Kusama se multiplican año a año y ya se consiguen en todo tipo de formatos, incluso hasta se venden algunas en la mismísima tienda de regalos del MoMA de NY.