A la orilla de un estanque, el gigante de piedra domina con su mano izquierda a una bestia acuática que trata de escapársele. Mientras se aferra al suelo con la mano libre, apoyado sobre un montículo de rocas que se funde con sus piernas, la barba larga se mezcla con el abundante cabello y caen, juntos, en forma de una cascada rígida. El Coloso de los Apeninos es el nombre de la monumental escultura de diez metros y medio que se encorva sentado hacia adelante, al borde de un espejo de agua ubicado en la Villa Demidoff, a doce kilómetros al norte de Florencia, Italia. La prominente figura, que parece un titán sacado de un poema épico, fue creada en 1580 por el escultor francés Jean Boulogne, conocido coloquialmente como Giambologna.
Esculpida a partir de un enorme montículo de roca que se encontraba al costado del estanque, la estructura fue complementada con ladrillos y recubierta de cemento. Los detalles de las estalactitas que cuelgan de sus hombros y el cabello y la barba son incrustaciones de lava, que le otorgan la sensación de movimiento, y la enorme cabeza, hueca como el resto del cuerpo, está compuesta de ladrillos montados sobre soportes de hierro. Además de la belleza de la obra, es impresionante la naturalidad con la que se erige en su entorno la estatua, en un notable ejemplo de arte integrado al paisaje. Pero además de su detallado exterior, su interior ahuecado contiene tres plantas decoradas, ventanas en las zonas de las axilas y la barba, una fuente que vierte agua en el estanque artificial a través de la boca del pez y una chimenea en la cabeza que, cuando todavía se encendía, largaba humo por la nariz y tornaba incandescentes los ojos del gigante de piedra.
La escultura que honra a los montes Apeninos, la cadena montañosa que atraviesa de norte a sur a Italia, surgió a partir de un pedido de Francisco I de Médici, el II Gran Duque de Toscana y parte de la familia Médici de Florencia, una de las dinastías más importantes de Italia y todo Europa durante el Renacimiento. Además de su enorme poderío económico y político, los Médici se destacaron por patrocinar a lo largo de cientos de años a algunos de los artistas más destacados de la historia entre los siglos XIV y XVI, como Donatello, Leonardo da Vinci y Miguel Ángel.
Bajo la figura del mecenazgo, creada por el clan Médici para solventar el trabajo de artistas y arquitectos destacados, Giambologna fue el elegido para llevar adelante la construcción del Coloso de los Apeninos. Nacido en 1529 como Jean Boulogne en Douai, en el condado de Flandes (actual noreste de Francia), se mudó en 1550 a Roma, donde continuó sus estudios en arte. Pero fue a partir de establecerse en Florencia como escultor de la corte de los Médici que Giovanni da Bologna, como se lo conocía en el país itálico, alcanzaría la fama. A partir de ahí se afianzó como una de las figuras más destacadas del arte basado en la mitología en general y del manierismo en particular, un período y estilo artístico que se consolidó durante el ocaso del Renacimiento.
Ya siendo un escultor pago de la corte, Francisco I le encargó la construcción del Coloso para decorar los jardines de la Villa de Pratolino, uno de los tantos complejos arquitectónicos rurales que eran propiedad de los Médici, conocidos como villas mediceas. La Villa de Pratolino en particular, como se llamaba originalmente antes de ser comprada en 1872 por el príncipe Paolo Demidoff, fue adquirida por el Gran Duque de Toscana en 1568 y diseñada por el arquitecto de la corte, Bernardo Buontalenti, entre 1569 y 1581. El objetivo era complacer a la amante veneciana de Francisco I, Bianca Cappello, quien eventualmente se convertiría en la Gran Duquesa de Toscana luego de que contrajeran matrimonio en 1579.
La pareja moriría algunos años después, en 1587, de una supuesta malaria, aunque siempre hubo fuertes sospechas de que ambos fueron envenenados. La Villa de Pratolino quedó abandonada y varias de las esculturas que decoraban la finca fueron trasladadas a los Jardines de Bóboli, en Florencia, también propiedad de la familia Médici; otras tantas estatuas de bronce fueron robadas. Pero el Coloso de los Apeninos quedó inamovible como una montaña, custodiando a lo largo de los siglos los campos por donde alguna vez paseara la enamorada pareja.