A lo largo de la historia, han aparecido varias personas que han manifestado ser los representantes de Dios en la tierra. Fundadores de las religiones más importantes del mundo, individuos como Abraham, Moisés, Buda, Jesucristo, Mahoma y muchos otros han reclamado el título de legítimo mensajero del Todopoderoso. Eso ha llevado a brutales disputas por la imposición de una religión única y del código moral correspondiente que de cada una de ellas se desprende, un conflicto que cuenta con numerosos capítulos sangrientos a lo largo de la historia de la humanidad.
Para el bahaísmo, una religión monoteísta de origen persa que surgió a mediados del siglo XIX, hay un único Dios que se ha ido corporizando en distintos individuos a lo largo de la historia y, por lo tanto, todos los profetas son auténticos. Según esta religión, su fundador Bahá'u'lláh fue el último de ellos, un noble iraní que difundió las enseñanzas del Báb, su maestro, lo que le valió la cárcel, el exilio y la persecución durante cuarenta años. Este profeta de la era moderna logró que su credo se extendiera por el mundo, y hoy en día la fe bahaí, como también se la conoce, cuenta con más de siete millones de fieles en todo el planeta y se encuentra presente en más de doscientos países, si bien la mayoría de sus seguidores se concentran en la India.
Es precisamente en la capital de este país, Nueva Delhi, que se encuentra la Casa de Adoración Bahá’í, un espacio colectivo donde “personas de cualquier raza, religión o nacionalidad son bienvenidas a rezar y meditar”, según consigna la página oficial de esta casa de culto. El Templo del Loto, como se lo conoce popularmente, fue inaugurado en 1986 y es la octava y anteúltima construcción de los edificios de la fe bahaí, que tiene presencia en todos los continentes desde que inauguraron el último de ellos en Chile, en 2016.
Esta maravilla arquitectónica que ha ganado varios premios internacionales tiene la forma de una flor de loto a medio abrir, compuesta por tres capas de nueve pétalos cada una, un número que es una constante en todos los elementos que componen el Templo del Loto y en todas las construcciones de la fe bahaí en general, así como la forma circular de su estructura central.
Diez mil metros cuadrados de mármol de origen griego, tallados en forma de rectángulos en Italia, fue lo que se necesitó para cubrir los tres niveles de concreto que conforman la enorme flor que le da su forma distintiva al templo. Los nueve pétalos exteriores ofician de entradas y cubren, junto con la capa intermedia, el vestíbulo exterior del edificio. Los pétalos internos y de mayor tamaño, que no llegan a tocarse en sus puntas y que dan la forma de una flor que está empezando a abrirse, sostienen la estructura central y recubren la parte central del templo, donde se encuentra la sala de oración. Nueve vigas dan el soporte lateral necesario para el techo y un vidrio ubicado en el centro de la apertura de la flor evita que la lluvia entre al edificio y, a la vez, permite que la luz natural pueda pasar.
Además de los numerosos pasillos, puentes y escaleras que conectan las distintas partes del edificio, nueve piletas con agua rodean la casa de adoración. Más allá de las funciones estéticas y metafóricas que cumplen estas fuentes (la flor de loto que flota en el río), sirven para enfriar la estructura de cemento, en una ciudad en la que la temperatura puede llegar a más de cuarenta y cinco grados centígrados en el verano.
La elección de la flor de loto no es aleatoria, ya que refleja los conceptos de pureza, simplicidad, espiritualidad y frescura que son fundamentales para el bahaísmo y que Fariborz Sahba, el arquitecto que diseñó el edificio, aprendió en su viaje por la India. El número nueve, que se repite constantemente, tampoco es una elección casual, ya que está asociado a la estrella de nueve puntas de la religión bahaí, que simboliza la perfección y la unión. Esta última idea es representada en el diseño de la sala de oración, a la que se accede desde cualquiera de sus puertas y que no posee iconografía ni altares, con el fin de ofrecer un espacio de comunión y espiritualidad para todas las personas, sin importar su etnia o religión.