El Maraya Concert Hall es una de las obras arquitectónicas más impresionantes para contemplar que existen. Eso es, si es posible encontrarla. Y es que los paneles espejados que recubren la superficie exterior de esta enorme estructura cúbica de 9740 metros cuadrados, ubicada en las proximidades de la ciudad de Al-Ula, en Arabia Saudita, reflejan el desierto en toda su fachada, logrando que el edificio se camufle casi por completo si se lo mira desde lejos. Este efecto logra una integración natural con el paisaje, en una combinación exquisita entre arquitectura y land art, una corriente del arte contemporáneo que considera que la obra y el ambiente que la rodea están profundamente entrelazados y que, por lo tanto, utiliza a la naturaleza como un material más.
El Maraya, que quiere decir espejo o reflejo en árabe, ostenta el récord Guinness al edificio espejado más grande del mundo. Pero, además de su disruptivo diseño y su inusual marca, es una pieza central en la cultura de la ciudad de Al-Ula. No solo por el valor arquitectónico e histórico de la zona que lo rodea, ubicada en el trayecto de la ya extinta ruta del incienso, una vía comercial que conectó durante cinco siglos a la Arabia meridional con el Mar Mediterráneo, sino porque además cuenta en su interior con un monumental hall de entrada para albergar exposiciones y un teatro con capacidad para más de 500 personas donde se llevan adelante óperas, ballets, conciertos y toda clase de espectáculos. A su oferta cultural se suma la culinaria, con un restaurante de primer nivel en su azotea, el Maraya Social, propiedad de Jason Atherton, un chef británico reconocido mundialmente y ganador de múltiples premios de cocina.
Finalizado en 2019 en apenas dos meses y medio, el Maraya Concert Hall fue diseñado por el estudio arquitectónico italiano Giò Forma, en colaboración con Guardian Glass, una de las empresas fabricantes de vidrio más grande del mundo. El clima extremo de la región requirió del uso de 3000 paneles templados de UltraMirror, uno de los mejores productos de la fábrica de vidrio norteamericana, capaces de soportar los intensos vientos, las tormentas de arena y los cambios bruscos de temperatura característicos del desierto.
La construcción del impresionante edificio fue un encargo de la Comisión Real de Al-Ula (RCU, por sus siglas en inglés), un ente gubernamental con el objetivo de convertir a la región ubicada al noroeste de Arabia Saudita en un destino turístico excepcional. El Estado saudí llegó a un acuerdo de conservación con Francia hace cuatro años, con el objetivo de aprovechar los recursos naturales e históricos del lugar para explotar el turismo y reducir la dependencia de la economía de la producción de petróleo. Y tienen con qué. La zona está repleta de construcciones antiguas y restos arqueológicos pertenecientes a civilizaciones milenarias, como la ciudad de Madain Saleh, el primer lugar del país arábigo en ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y construido por los nabateos hace más de 2000 años.
Según explican desde la página oficial de la RCU, se están embarcando en “un plan a largo plazo para desarrollar y llevar a cabo una transformación sensible y sostenible de la región, reafirmándola como uno de los destinos arqueológicos y culturales más importantes del país y preparándose para recibir a visitantes de todo el mundo. La labor de desarrollo de la RCU en Al-Ula abarca una amplia gama de iniciativas en los ámbitos de la arqueología, el turismo, la cultura, la educación y las artes, que reflejan el ambicioso compromiso de cultivar el turismo y el ocio en Arabia Saudí, esbozado en la Visión 2030”. El proyecto consiste en una inversión de quince mil millones de dólares para convertir el área de cerca de 2200 hectáreas en un centro cultural global, con la construcción de museos y la infraestructura necesaria para albergar hasta dos millones de visitantes por año.
