Museo Soumaya (México): volver al futuro del pasado

Comparado con el Guggenheim de Bilbao, su fachada curvilínea y asimétrica se ha vuelto un ícono de arquitectura posmoderna, dentro de ese tipo de museos que son obras por derecho propio más allá de la funcionalidad.
Por Fernando García

 

Rodin es el que llega desde el siglo XIX para acomodarse entre las formas humanas del siglo XXI y no al revés. Tal efecto temporal y espacial, el viaje en el tiempo, sueño húmedo de la ciencia ficción, es posible en las salas blancas e ingrávidas del Museo Soumaya en Plaza Carso, Nuevo Polanco, Distrito Federal de México. 

Así, en la imagen de una de las salas pareciera ser uno de los pensadores de bronce del old master el que contempla y reflexiona ante una familia completa (desde los abuelos al bebé) que ha detenido su marcha en la espiralada planta del edificio diseñado por el arquitecto Fernando Romero (México, 1971). 

 

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Una casa neo vanguardista a pedido del magnate Carlos Slim para albergar la mayor colección de esculturas de Rodin fuera de Francia en un acervo impactante que reúne piezas que van del gótico al neoclasicismo y las primeras vanguardias europeas, el arte colonial mexicano y el archivo más profuso del autor libanés Khalil Gibrán. Setenta mil obras en total.   

Comparado con el Guggenheim de Bilbao, el museo Soumaya (el nombre recuerda a la compañera de Slim fallecida en 1999) es desde 2011 un ícono de la arquitectura cultural posmoderna tal como la Opera de Sydney (Australia) o la Casa da Música de Oporto (Portugal) también diseñada por Romero. No es un dato menor que el joven arquitecto haya formado parte del estudio OMA (Office for Metropolitan Architecture) dirigido por Rem Koolhaas, el urbanista más influyente de los últimos treinta años. 

El Soumaya con su fachada curvilínea y asimétrica en contrapunto con los pliegues de Rodin entra en esa constelación de museos que son obras por derecho propio más allá de la funcionalidad que se le requiere a la arquitectura. El impacto estético de su frente de 46 metros cuadrados cubierto por 16 mil placas de aluminio hexagonales no compite con los objetos que cuentan una historia de Occidente y su viaje hacia la modernidad sino que los resignifica. 

 

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El recorrido descendente desde el sexto piso del Soumaya confunde, desacomoda, al observador que se siente un tripulante del tiempo. La arquitectura interviene sobre el guión curatorial y, de manera imperceptible, reemplaza al retrato burgués presente en tantas de las pinturas de la colección. Este templo abstracto es la forma que Slim (la decimotercera fortuna del mundo) eligió para inmortalizarse en vida. 

De ahí también que las salas de aspecto flotante den esa ilusión de eternidad en la que un pensador de Rodin, forma que se reveló contemporánea en el gesto desesperado de George Floyd, vuelva del futuro del pasado para contemplar el presente. Una familia mexicana asomada al bronce, al esplendor de la anatomía como diseño, que, por un rato, puede ser parte de una fortuna que no sería capaz de reunir ni en diez generaciones.  

 

 

 

 

 

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