Otagi Nenbutsuji (Japón): el templo de los mil budas

En las afueras de Kioto, inmerso en la montaña, se encuentra este particular templo protegido por una multitud de pequeñas figuras tradicionales realizadas en piedra volcánica.
Por Candelaria Penido

 

Un templo budista que por miles de años sufrió destrucciones y fue azotado por inundaciones, una guerra y un tifón, logró afianzarse en la montaña de Arashiyama y gracias a la iniciativa de un original artista hoy aloja 1200 peculiares estatuas de los discípulos de Buda. 

Su construcción fue pensada a conciencia, teniendo a la naturaleza como protagonista. No solo el musgo tiene rienda suelta para crecer entre los rakan, cubriéndolas y dándoles un aspecto aún más misterioso y antiguo; sino que el establecimiento fue construido empotrado en la topografía de la montaña, de forma tal que se integra al paisaje armónicamente. El conjunto está compuesto por cinco pabellones dedicados a distintos dioses como Senju Kannon la diosa protectora contra la mala suerte; Fureai Kannon deidad que ayuda a las parejas y las relaciones; Jizo Bosatsu dios que protege contra el fuego y obviamente un gran Buda de piedra. 

Como si fuera parte de una película de animación japonesa, apenas el visitante de Otagi Nenbutsuji cruza su puerta principal se verá enfrentado a múltiples esculturas en piedra de medio metro. Entre lo llamativo, la intriga y el respeto, los rakan, representan a los discípulos de Buda. Estos adorables personajes surgieron de un proyecto que combinaba una necesidad económica como social: recaudar fondos para la construcción del templo, a la vez que servía como lazo para afianzar a la comunidad de la zona.

En 1955, Kocho Nishimura, un escultor y monje budista, asumió la dirección del santuario y comenzó su transformación artística, que duró treinta años. En 1981 Nishimura le presentó a la sociedad de Kioto un desafío: invitaba al que estuviera interesado a participar de sus talleres de escultura, y manteniendo la atmósfera propia de un espacio sagrado, los escultores anónimos y amateurs podían crear sus propias obras de arte con bloques de piedra volcánica. 

Esta apuesta resultó en la creación de los rakan que protegen y acompañan el templo. Cada una tiene su propia expresión, pose y personalidad. El recorrer las pagodas es encontrarse con seres risueños que rezan y otros que brindan con sake; con caras que sacan la lengua y otras que se esconden detrás de máscaras; diferentes formas de expresiones que transmiten una gran conexión con la vida. 

Actualmente la familia Nishimura continúa estando al frente del templo. Los descendientes de su primer director mantienen el interés en cultivar la visión artística de su comunidad y consideran parte de su misión la constante exploración de nuevas formas de transmitir el mensaje del budismo a través de la música, la fotografía, la escultura y muchas otras disciplinas artísticas. 

En Otagi Nenbutsuji la tradición se combina con la diversión de la forma más singular. Los rakan han servido como fuente de inspiración en la realización de diversas películas del famoso estudio de animación japonés, Studio Ghibli (El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro y El castillo ambulante, por nombrar algunas). A su vez, un imprescindible para todo visitante es intentar descubrir la escultura que más se parece a su propio rostro. 

Este rincón de tranquilidad y espiritualidad no solo está abierto de 8 a 16:30 horas para que lo visiten tanto turistas como devotos de su religión, sino que aloja diversos eventos: fogatas sagradas, rituales ancestrales y ceremonias que celebran el cambio de estación. Se puede acceder por colectivo, auto, taxi y caminando una hora desde la ciudad más cercana. Para llegar se debe atravesar un bosque de bambú y un barrio compuesto por machiyas, casas tradicionales con techo de paja. Otagi Nenbutsuji combina la risa con la sorpresa, el juego con lo espiritual, la devoción con la magia y la tradición budista con la creatividad popular. 

 

 

 

 

 

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