Cuando la Muerte piensa

El triunfo de la Muerte es una de las obras más famosas de Pieter Bruegel, máximo exponente de la Escuela flamenca del siglo XVI. Este enfoque se concentra en uno de los esqueletos de la pintura, que a diferencia del resto, reposa en posición reflexiva. 
Por Manuel Quaranta

 

En el campo del arte poner el ojo significa prestar atención, estar atento, dejarse atravesar por la obra. Digámosle predisposición. Porque no alcanza con ver, mirar, observar, ni siquiera alcanza con contemplar. Es necesario detenerse en la obra, reposar, pero incluso el detenimiento no garantiza la solidez del vínculo. A menudo, la acción más rotunda responde menos a una búsqueda consciente que a una contingencia. Quien busca no encuentra, escribe Kafka en su cuaderno, pero quien no busca es encontrado. Quizás, para forzar la contingencia debamos apelar a la repetición, sin que esto suponga contrariar la lógica. Nos enfrentamos por primera vez a determinada pieza: place, displace, gusta, disgusta, estimula, decepciona, conmueve; se origina un caudal de sensaciones, profundas o superficiales, pregnantes o pasajeras, si bien en la segunda vez (la tercera, la cuarta, la quinta) ocurre lo imprevisible, detectamos un detalle, una marca, un elemento ignorado. Nace con la segunda vez, paradójicamente, la primera, como si antes no hubiese observado nada, como si antes la obra hubiese sido otra. Era otra, nosotros también.

Con El triunfo de la Muerte (1562-63) me sucedió la quinta vez (simple variante de la segunda). Caminaba por las salas del Prado y de golpe capté lo inesperado, o lo inesperado me captó a mí, sin escapatoria. Era un detalle de la célebre pintura. Profecía inaudita del porvenir. La Muerte victoriosa. Trabajo cruel y crudo de Pieter Bruegel, llamado el viejo. El viejo Bruegel se puso a pintar y pintó mundos infernales e infiernos imaginarios. 

 

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El triunfo de la Muerte, de Pieter Bruegel (1562 - 1563). Óleo sobre tabla, 117 x 162 cm. Museo del Prado, Madrid.

 

Como dato estrictamente biográfico baste datar el nacimiento del pintor entre 1526 y 1530 en Bruselas y su deceso en 1569. Europa en aquella época, y por un siglo largo, padecerá auténticas carnicerías (la Guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618, es un fiel ejemplo de la calamidad). Discordias religiosas, inquisiciones, asesinatos, torturas regaban de sangre el continente europeo, en simultáneo, comenzaban lentamente a encenderse las luces de la Modernidad.

Sería sencillo repetir interpretaciones sobre la pintura de Bruegel: el viaje por Italia, la pincelada rápida, la preeminencia temática, el campesinado y la colectividad. Son años los nuestros de letargo hermenéutico y pereza intelectual. Por eso, prefiero eludir la trampa del todo y referirme a un fragmento de El triunfo de la Muerte, una escena específica que tiene lugar cerca de la mitad del cuadro, hacia la izquierda: la Muerte pensando.

El primer impulso fue rastrear intervenciones sobre la escena en papers, ponencias, artículos o reseñas, seguro de que alguien ya la habría estudiado. Encontré una sola mención. Breve, concisa, fugaz. Le pertenece a Arturo Pérez-Reverte, escritor español best-seller y campeón literario en seguidores de twitter. Es un comentario al pasar, emitido en el auditorio del Museo del Prado en 2008, a raíz de su intervención pública sobre El triunfo de la Muerte. Pérez-Reverte postula que el verdadero horror del cuadro aparece en la mitad superior, y propone como demarcación entre la mitad inferior y la superior la línea que va “del esqueleto que bate los timbales” en la parte derecha, al que está sentado en un peldaño y “parece reflexionar con la frente descarnada apoyada en la mano huesuda”. Der müde tod, “la Muerte cansada”, título de una película de Fritz Lang de 1921. 

 

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Detalle del cuadro El triunfo de la Muerte

 

Entre pompas fúnebres, frases de ocasión, tres o cuatro autocitas y una serie de ampulosidades, Pérez Reverte se ocupa de resaltar la posición del esqueleto (la Muerte), sin decidirse: ¿cansada o pensativa? ¿Se puede pensar cansado? ¿Reflexiona la Muerte sobre su cansancio? ¿Cansada de qué estará la Muerte? ¿De matar? ¿Puede cansarse de producir la acción de la que depende su naturaleza? ¿Y si la Muerte reflexiona sobre el futuro de Europa? Este interrogante nace bajo los efectos residuales de las últimas líneas del libro La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, escrito por el filósofo alemán Edmund Husserl entre 1934 y 1936: 

La crisis de la existencia europea sólo tiene dos salidas: la decadencia de Europa en la alienación respecto de su propio sentido racional de la vida, la caída en el odio espiritual y en la barbarie, o el renacimiento de Europa desde el espíritu de la filosofía mediante un heroísmo de la razón que supere definitivamente el naturalismo. El mayor peligro de Europa es el cansancio. Luchemos contra este peligro de los peligros como ‘buenos europeos’ con esa valentía que ni siquiera se arredra ante una lucha infinita; resurgirá entonces de la brasa destructora de la incredulidad, del fuego lento de la desesperación sobre la misión de Occidente respecto de la humanidad, de las cenizas del gran cansancio, el Fénix de una nueva vida interior y de una espiritualización nueva, garantía primera de un futuro grande y remoto para la humanidad: porque sólo el espíritu es inmortal”. 

Volvamos a Pérez-Reverte. La escena, sin duda, lo interpela. Son notorias las intenciones de Bruegel de que el espectador la identifique: ubica a la Muerte sobre un costado, apartada de la muchedumbre y los sacrificios. No hay que ser un águila para darse cuenta; sin embargo, ha pasado (creo) desapercibida. O, como Pérez-Reverte, ha suscitado interpretaciones erróneas. ¿De verdad percibe cansancio? ¿O es su propio cansancio el percibido? A mí entender, el autor de La tabla de Flandes lee mal la pintura, en términos generales, porque conoce de antemano la tradición hermenéutica y emplea su arsenal crítico-discursivo para confirmarla. Pérez-Reverte ve en El triunfo de la Muerte el triunfo de la Muerte: la tautología plena.

La página web del museo dispone de numerosos videos en torno a la pintura: sobre la reciente restauración, las conferencias que se dictaron para hermanarla con la obra de El Bosco, y una emisión fascinante de la década del 80 donde Carmen Mari Gaite toma la palabra y se despacha con un minucioso análisis de la pintura que hace caso omiso de la escena de la cual pretendo hablar. En el mismo video, los visitantes del Prado opinan sobre la obra, siguiendo la línea de la omisión y valorando otras escenas (los amantes, el emperador, el niño). 

Me resultó difícil encontrar pinturas donde se representara a la Muerte en actitud pensativa. Lo más cercano fue Tanz der gerippe, literalmente, la danza de las costillas, de Michael Wolgemut: son cuatro esqueletos bailando, tocando instrumentos, divertidos, casi de fiesta, y un quinto espécimen parece estar levantándose de una larga y cómoda siesta bajo tierra.

 

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Tanz der Gerippe, de Michael Wolgemut (1493).

 

¿Cuántas veces nos han hecho la pregunta “en qué pensás”? El verbo pensar, por ser predominantemente transitivo, requiere un objeto directo. ¿Sobre qué reflexiona la Muerte? ¿El objeto es coyuntural o piensa en el futuro? ¿Podría la Muerte estar pensando en la muerte? ¿La Muerte se piensa así misma como la muerte de la Muerte? ¿Después de ella (después de mí), nada? No piensa en un amor perdido. No piensa, aunque podría pensarlo, en el fin del mundo. ¿Sentirá remordimientos por algún muerto? Arrepentirse de algo, ¿es un modo de pensar o de pesar? ¿Luce arrepentida? ¿Y si la Muerte se adelanta a René Descartes? Pienso, ¿luego existo o no existo? ¿Existe como muerte? ¿Cabrá la duda en esa posición? ¿Una muerte cartesiana? ¿Estará cansada la Muerte de matar? ¿Reflexiona sobre su práctica? Para la Muerte, estar cansada de matar, ¿no equivaldría a admitir que está cansada de vivir? ¿Y si piensa en el suicidio? Alberto Camus abre El mito de Sísifo con una afirmación radical: el único problema verdadero de la filosofía es si vale la pena vivir (“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”). Pensamiento y muerte. La actitud del esqueleto de Bruegel indica preocupación, pero ¿por qué motivo podría preocuparse la Muerte? ¿Qué la inquietaría? ¿No es ella la causa de todos nuestros desvelos? ¿Se le fue la mano? ¿Con qué, o con quién?

Investigando sobre El asesino de Oscar Bony, leí el título de otra obra del artista cuyo nombre había olvidado: El triunfo de la Muerte. Después de La familia obrera, con toda seguridad, la más conocida: Bony en distintas posiciones recibiendo disparos. Por fortuna para mi ensayo, di con un diálogo donde el artista comenta la referencia histórica: “Exactamente, es el título de un cuadro de Bruegel delante del cual he pasado horas y días. El triunfo de la Muerte es también el triunfo de la vida, es una de las reinterpretaciones que estoy haciendo”.

 

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Serie El triunfo de la Muerte, de Oscar Bony (1998). Fotografías y vidrios baleados. 127 x 102 cm.

 

Reinterpretar, volver sobre lo conocido para desconocerlo, para reconocerlo. Poner el ojo en lo que la Muerte piensa. ¿Cuál es la causa de su inquietud? La Muerte, en medio del desastre, está pensando en la vida, piensa en lo que fue y en lo que será, piensa en la semilla, en el árbol, en el río salvaje, en el arcoíris, piensa en la flor silvestre, en la mariposa de un día, en los catorce cielos, piensa en Adán y Eva y la manzana prohibida.

No existe en la pintura de Bruegel un lugar que no esté corrompido por la violencia y el horror, salvo la escena de la Muerte pensando (para mí, la de mayor ambigüedad). La escena graba la vida que se impone, como una obsesión, a la muerte; la Muerte obsesionada con la vida, qué gran imagen. 

Tenía razón Bony. 

 

 

 

 

 

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