Oscar Bony: el francotirador del rock

Figura clave dentro de las vanguardias del Di Tella, forjó además gran parte de la imagen contracultural del rock argentino de fines de los 60, en su menos conocida faceta como fotógrafo del sello RCA. 
Por Fernando García

 

¿Cuál era Oscar Bony cuando murió el 24 de abril de 2002? ¿Cómo había que explicarlo en el mínimo espacio que los medios le dedicaron el día después de su muerte? Había que escribir a un tiempo del artista conceptual y diletante cuyo nombre conducía al disparo de largada del arte político de acción en Experiencias 68 (Di Tella) pero también del pionero de la fotografía rock, el primero que con José Luis Perotta definió otra imagen (sí, así como Noé, Macció, Deira y De la Vega hablaban de una otra figuración) para la canción popular en su tránsito a banda de sonido de la contracultura. Pero se escribió más bien poco y el Bony que captó la esencia del soul de Plaza Francia quedó todavía más relegado. Es así. En 2002 Bony era un nombre del arte y para encontrar al onironauta (el que era capaz de penetrar con su lente el sueño lúcido de la pos-psicodelia) había que jugar a la arqueología. 

 

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 La Familia obrera (1968)

 

Era como un secreto perdido. La historia del fotógrafo a sueldo de RCA que, al mismo tiempo que imaginaba una versión de la Manifestación (1934) de Berni llevada de la arpillera a la vida misma tras los flechazos Vivo Dito de Alberto Greco en los albores de la neovanguardia argentina, construía un canon (se trata de fotografía y cámaras, al fin) iconográfico tan inoxidable como su Familia Obrera. La contratapa del LP debut de Almendra dándole la espalda a sus propios fans y contrariando al sello que buscaba cuatro-chicos-lindos; los perfiles egipcios de Los Gatos en Rock de la Mujer Perdida; el nudismo zen de Arco Iris en los afiches de sus primeros conciertos; el rock noire de Manal captado en la tapa del segundo y último álbum llamado El León.  

 

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 Los Gatos (1970). Gentileza MALBA.

 

Hasta la retrospectiva de Malba (El Mago, 2007) las fotos que se reconocían de Bony se habían visto en Agarrate! (Galerna, 1971), el primer libro sobre la escena argentina escrito por Juan Carlos Kreimer que pasaba de mano en mano. Muchas de esas imágenes que surgían de largas sesiones en las que el artista se entreveraba con el fotógrafo profesional y captaba el punctum de cada uno de los artistas ni siquiera están firmadas en los LP o sus reediciones (con suerte le ponen “Boni”). Porque nadie firmaba las fotos entonces y porque para RCA no era un plus tener los retratos del artista que le había dado forma a esa escultura viviente que era partes iguales de performance, denuncia y estrategia conceptual. 

 

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Manal (1971). Gentileza MALBA.

 

Pero Bony trabajaba con el rock del mismo modo que lo hizo en el arte. Así como su familia, armada en un casting, estaba ahí en la sala del Di Tella para comunicar que a un matricero el arte podía pagarle mejor que una fábrica su jornada, para encontrar la imagen de Billy Bond en el segundo álbum de La Pesada, Bony no armó un estudio. Se volvió invisible mientras el rocker se afeitaba y esa secuencia se ve completa en el archivo al cuidado de su hija Carola, nombre ineludible de la escena electrónica de los 90. Era lo mismo: ya no tenía sentido pintar una familia obrera ni fotografiarla en 1968; tampoco hacer posar a un frontman visceral como Bond en 1972. 

 

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 Arco Iris. Gentileza MALBA.

 

Como mucho del arte de los 60, el tiempo, el mercado, la institución que devuelve el cachetazo, los 90 y el siglo XXI corrigieron la insolencia original. La Familia Obrera volvió de la carne a la fotografía para poder ser enmarcada y museificada y está bien se la puede ver como registro pero... También, veinte años después, Proa le pidió a Bony que la rehiciera (el reenactment como forma culta del karaoke). 1998 y ya no era la Argentina de las fábricas, estábamos al borde del colapso y la familia suburbana devino tan lumpen como inadvertida. Lo que en mayo del 68 (el nuestro, el de las obras arrojadas a la calle Florida como barricadas) era de una osadía difícil de digerir se había vuelto un gesto hacia los pliegues internos del arte. Una sonrisa de opening

 

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 Culpable, inocente (1998)

 

Mientras, el español Santiago Sierra no se cansa de repetir una y otra vez aquello que Bony hizo de una vez y para siempre como toda una novedad sin reportar copyright al Río de la Plata. Bony tuvo que desenfundar y volver a disparar (antes había sido para crear la imagen sonora de la contracultura) balas de su propio revólver acaso para reclamar su autoría en el asunto. No es metáfora. Se trata de esa serie propia del más extremo accionismo vienés en la que el vidrio roto de las fotografías enmarcadas delata que el artista atentó contra sí mismo, contra su propio retrato.

 

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 Serie El triunfo de la Muerte

 

“La inseguridad llegó al arte”, había titulado Clarín queriendo llamar la atención sobre estas obras. Y no mentía. Se sabe que los vecinos de su casa taller en San Telmo llamaron varias veces a la policía alertados por los balazos. ¿Era un artista o un francotirador? Era Bony (sin Clyde).

 

 

 

 

 

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