En foco: El violín de Ingres, de Man Ray

Fue uno de los principales referentes de las vanguardias de principios de siglo. Pionero del dadaísmo, pasó a la historia del arte por sus experimentaciones y rupturas creativas en la fotografía, el cine y la moda.  
Por Valeria Muzzio

 

La búsqueda de la libertad y el placer; eso ocupa todo mi arte”, fueron las palabras que utilizó Man Ray para resumir el espíritu de su obra. Una modesta confesión que da sentido a su filosofía de vida y nos sumerge en la particular visión del mundo de uno de los grandes innovadores del siglo XX. 

Pintor, escultor, director de cine y gráfico, Man Ray revolucionó sobre todo la fotografía a través del desarrollo de nuevas técnicas y formas de representación. Cambió el carácter documental de la imagen, para darle paso a la metáfora visual. Artista versátil, conceptual, dadaísta y surrealista, alguna vez le dijeron que estaba adelantado a su época, y él respondió: “No, yo estoy en mi época, Uds se han quedado rezagados”. 

Emmanuel Radnitzky, nació el 27 de agosto de 1890 en Filadelfia, Pensilvania Estados Unidos, en el seno de una familia de inmigrantes judíos de Ucrania y Bielorusia, quienes al poco tiempo de mudarse a New York en 1897, cambiaron su apellido por la discriminación antisemita de la época. Como todo niño criado en pleno crecimiento del negocio familiar de los primeros años del siglo XX, aprendió el oficio de sastre alentado por su padre. Evocaciones que traería en un futuro como artista, en objetos como maniquíes, máquinas de coser, agujas, hilos y otros objetos relacionados con la costura.

Una vez instalado en Brooklyn, se interesó por la música y la danza, llegando a ser bailarín. Su amor por las artes escénicas lo favorecieron para obtener una beca para estudiar arquitectura. Sin embargo, al igual que con el oficio paterno de sastre, la rechazó. Quería ser artista. Por las noches estudiaba diseño en la National Academy of Design, y durante el día trabajaba en una agencia publicitaria como grabador e ilustrador para ganarse la vida.  

En 1908, en desacuerdo con las ideas conservadoras de la Academia, abandonó los estudios para trabajar de forma independiente. Así conoció al pintor y retratista Robert Henri, uno de los ocho artistas fundadores de la Escuela Aschan, una corriente artística que tenía como propósito capturar de forma realista las escenas de la vida diaria de los barrios más pobres de Nueva York. Henri, tendría una influencia decisiva en su carrera artística posterior, incluido su interés hacia el dadaísmo. 

Es el mismo tiempo de las visitas a La Galería de Arte 291 de Alfred Stieglitz, punto emblemático de la vanguardia neoyorquina, y las tertulias del coleccionista de arte, crítico y poeta estadounidense Walter Conrad Arensberg y su mujer Mary Louise Stevens. 

En 1914  se casó con Adon Lacroix, más conocida como Donna Lecoeur, una poetisa belga, y deciden mudarse a una colonia de artistas en Nueva Jersey. Su primera exposición individual como pintor abstracto la realizó en la Daniel Gallery de Nueva York en 1915. Cuenta la historia que no conforme con las fotos del catálogo de la exposición decide comprarse una cámara y hacerlas él mismo. 

Dos años después, en 1917, fundó junto a Marcel Duchamp (a quien a partir de entonces le unió una estrecha amistad) y Francis Picabia, el movimiento Dadá neoyorquino caracterizado por la rebelión contra las convenciones establecidas, en coincidencia con una cultura que parecía agotada y en respuesta al horror de la Primera Guerra Mundial. El dadaísmo proclamaba la libertad creativa absoluta, el caos sobre el orden y la ruptura total con los cánones estéticos y artísticos tradicionales. Era el escenario perfecto para Man Ray.

En 1920, con Katherine Dreier y Marcel Duchamp fundó la Société Anonyme, una compañía que se encargaría de la gestión de actividades vanguardistas en Nueva York, como conferencias, películas, exposiciones y publicaciones, que puede considerarse hoy como el primer museo de arte moderno en los Estados Unidos. 

Un año después, Man Ray concluyó su experiencia americana convencido de que “Dada no puede vivir en Nueva York”. Separado de Donna Lecoeur, está listo para establecerse en París siguiendo a Duchamp, que regresa a Europa después de la Gran Guerra. En julio de 1921 se instaló en el centro de la escena parisina, y ante la imposibilidad de vender su obra, retomó la fotografía haciendo retratos por encargo a los artistas más influyentes de la cultura. 

Man Ray vulnera todos los convencionalismos y las reglamentos técnicos para alcanzar sus objetivos, en sus palabras: “Por fin me he liberado del pringoso medio de la pintura y ahora estoy trabajando directamente con la propia luz”. Para Ray, la fotografía era un estado mental, una condición del espíritu que lograba llevarlo a esa libertad y a esa búsqueda de placer. 

Cuando tomaba fotos, cuando estaba en el cuarto oscuro, me saltaba todas las reglas, mezclaba los productos más dispares, utilizaba filmes caducados, atentaba contra la química y la fotografía”.

 

manrayyy.jpgAutorretratos de Man Ray mediante experimentos fotográficos

 

Los rayogramas

La Guerra había abusado de la fotografía documental como recurso periodístico y Man Ray supo evadirse de lo estrictamente real para adquirir un nuevo lenguaje, introduciendo la imaginación y lo lúdico, a través de la experimentación con diferentes técnicas. Detrás de cada imagen había una idea, una búsqueda. 

Así apareció una nueva dimensión que llamó rayogramas. Es una técnica de obtención de imágenes sin cámara fotográfica, que descubrió en su estudio por accidente cuando dejó caer un papel fotográfico sin exponer en una bandeja de revelado en la que ya había una hoja expuesta.

 

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Me rebelé contra mi cámara fotográfica y la tiré. Tomé cuanto me caía en la mano: la llave de la habitación del hotel, un pañuelo, lápices, una brocha, un pedazo de cuerda. No estaba obligado a bañarlos en el líquido. Los depositaba sobre papel seco y los exponía a la luz durante unos segundos como si fuesen negativos. Estaba muy excitado y me divertí muchísimo”.

Los primeros rayogramas se recogieron en un álbum al que Many Ray llamó Les champs délicieux (Los campos deliciosos), con prólogo del poeta Tristan Tzara. Cuando André Breton vio las imágenes se mostró fascinado y las declaró grandes obras de arte surrealistas. 

Otro golpe de Man Ray vino después, en 1929, cuando trabajaba en su estudio junto a Lee Miller, su asistente y pareja. Al parecer, por la presencia de un ratón, Lee asustada, encendió por un instante la luz del cuarto de revelado lo que causó un efecto de solarización. La solarización es una técnica de fotografía llamada originalmente efecto Sabatier que se descubrió en 1850, pero que Man Ray redescubre y perfecciona. La solarización provoca que las zonas oscuras aparecen como zonas de luz y las zonas luminosas, como zonas oscuras. Las zonas tienen un borde bien definido, por lo cual, el contraste se acentúa. “Los bordes del objeto retratado se difuminan etéreamente, como un helado derritiéndose al sol”, dijo el mismo artista. 

Man Ray construía sus propias imágenes, demostrando que los objetos no son sólo cómo los vemos. Otro de sus grandes aportes lo hizo en el mundo de la moda, donde revolucionó la forma en que se mostraba a las mujeres. Hasta 1910 las fotografías de moda solían ser figurines dibujados por diseñadores.

Es a partir de los años veinte y treinta que la moda pasó a ser un fenómeno social. Man Ray lo supo ver y lo mostró por medio de sus composiciones: la mujer como objeto de deseo, sus encuadres, juegos de sombras y luces, junto a otros experimentos técnicos, contribuyeron a un acervo de imágenes provocadoras nunca antes vistas en el mundo editorial. 

La mayoría de los grandes diseñadores de los años veinte, querían ser tomados por su lente, desde Paul Poiret, hasta Coco Chanel. Vogue y Vanity Fair estuvieron en su portafolio, pero fue en Harper 's Bazaar, en la década del treinta, donde confirmó su estilo y, sobre todo, su nombre. 

 

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Elsa Schiaparelli en Harper’s Bazaar, 1936. 

 

El violín de Ingres

El cuerpo de la mujer fue esencial en su obra y lo exploró a través de imágenes metafóricas, con una arriesgada puesta en escena, casi teatral. Un ejemplo de ello es la icónica fotografía El violín de Ingres, la más cara de la historia (se vendió en mayo de 2022 en la casa Christie's por 12,4 millones de dólares). 

En la fotografía, fechada en 1924, la francesa Alice Prin, conocida como Kiki de Montparnasse, modelo, cantante, actriz y musa de varios artistas, aparece con tan sólo un turbante, el cuerpo desnudo y unas efes cursivas en ambos lados de su espalda. Un juego de doble lectura, un poema que elige a la fotografía para ser narrado. Un  cuerpo que no es sólo un cuerpo, también un instrumento que puede ser tocado con las manos. Una abertura de resonancia simétricamente colocada mediante el fotomontaje de un artista que tomó una decisión: transformar lo que vemos para darle otro significado. 

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Según la página de Christie´s: Man Ray usó una máscara para quemar las formas de los oídos en el papel fotográfico, en el lugar de la espalda de Kiki. Cortó agujeros en forma de F en una hoja de papel grueso, colocó esta plantilla sobre una hoja de papel fotográfico y luego la expuso a la luz, lo que hizo que los agujeros en forma de F se imprimieran. Luego, la imagen de Kiki se imprimió en la hoja con los agujeros en forma de F, por medio del negativo original y una ampliadora, y las dos exposiciones se combinaron para crear Le Violon d'Ingres. Es a partir de una copia negativa de esta fotografía resultante que se han realizado el presente lote y todas las demás copias posteriores de la imagen.

 

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Man Ray eligió el título Le Violon d 'Ingres, como un modismo francés para “pasatiempo”, en alusión al pintor Jean Auguste Dominique Ingres, y su célebre Bañista. Tanto el título como el turbante son un homenaje al maestro. Kiki no sólo fue su musa, también su amante y modelo favorita durante siete años y La Reina de Montparnasse según Ernest Hemingway. En una entrevista que dió para la televisión en 1972, un periodista le preguntó: “Mirando hacia atrás su vida, ¿qué fue lo que le ha dado mayor satisfacción?” Man Ray respondió: “Las mujeres”. 

Murió el 18 de noviembre de 1976, en París, a los 86 años. Sus restos descansan en el Cementerio de Montparnasse, y su epitafio reza: “despreocupado, pero no indiferente”. 

 

 

 

 

 

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