Georgia O’Keeffe: la invención de un nuevo lenguaje

Pionera de la abstracción, es una de las máximas representantes de la pintura del siglo XX de Estados Unidos. Sus radicales representaciones de flores y rascacielos son símbolos absolutos de la modernidad norteamericana.
Por Luciana García Belbey

"Tuve que crear un equivalente de lo que sentía acerca de lo que estaba mirando, no copiarlo"

Georgia O’Keeffe

 

Visionaria, innovadora, de espíritu libre, Georgia O’Keeffe (Wisconsin, 1887 – Nuevo México 1986) es considerada una de las artistas más relevantes del siglo XX. Sus contribuciones al desarrollo del arte moderno norteamericano han sido cabales, profundas y definitivas. Fue una de las primeras en introducir la abstracción en Estados Unidos, lo que le valió ser reconocida como una artista de vanguardia. En su extensa trayectoria de más de setenta años produjo más de dos mil obras. Sus series más destacadas son sus flores de gran escala, sus composiciones con huesos de animales, los rascacielos de la ciudad de Nueva York, y los paisajes del suroeste de los EE. UU., donde residió gran parte de su vida.

O’Keeffe nació a finales del siglo XIX en una granja de Wisconsin. Vivir esos primeros años de infancia en un contexto rural y rodeada de naturaleza la marcaron de por vida. Desde temprana edad mostró interés por el arte por lo que decide estudiar una carrera artística. En una primera instancia estudia en el Art Institute de Chicago entre 1905 y 1906, luego seguirá su formación en la Art Students League de Nueva York entre 1907 y 1908. La rigidez del sistema académico que imperaba en aquellos años la desalentaron. No quería seguir copiando e imitando “maestros” para aprender a pintar, quería crear sus propias formas y desarrollar un lenguaje propio. Estas ideas la impulsaron a dejar el arte durante un tiempo, por lo que comienza a trabajar como diseñadora industrial en Chicago.

 

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From the Plains I, 1919 y Serie I. N.º 3, 1918.

 

Ésta búsqueda por nuevas referencias la acercarán a las enseñanzas de Arthur Wesley Dow (1857 – 1922), quien a partir de sus revolucionarias perspectivas le ofrecieron a O’Keeffe una alternativa a las tendencias que dominaban por aquel entonces la escena artística norteamericana. La influencia de Dow en las obras tempranas de O’Keeffe es notable. Era un gran conocedor y estudioso del arte japonés, sobre todo de las estampas de estilo ukiyo‑e, gracias a su puesto como conservador asistente de la colección japonesa en el Museo de Bellas Artes de Boston bajo la dirección de Ernest Fenollosa (1893). Entre las aportaciones más innovadoras de Wesley Dow se encuentra la absoluta centralidad que le daba a la idea de la invención. Solía decir que en vez de copiar la naturaleza, los artistas debían crear a través de los principales elementos de la composición, como la línea, la masa y el color, conceptos fundantes del arte moderno. En su célebre texto Composición: una serie de ejercicios de estructura artística para uso de estudiantes y profesores, publicado por primera vez en 1899, sostiene: “La composición, la construcción de la armonía, es el proceso fundamental en todas las bellas artes”.

 

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Lake George Reflection, 1921-22.

 

Hacia inicios de la década de 1910 se fue a vivir a Texas, donde comienza a ejercer como profesora de arte. Los paisajes y amaneceres rurales la impulsaron a volver a pintar. Con las enseñanzas de Wesley Dow como telón de fondo, O’Keeffe rompió con la tradición a partir de 1912. En su búsqueda por crear un arte que expresara sus propias ideas y pensamientos, cambió su foco de atención y se dedicó al arte abstracto de lleno. Para 1915 se convirtió en una de las primeras artistas estadounidenses que practicara la no-figuración. En ese entonces decide solamente valerse del dibujo, de la carbonilla, la tinta y el lápiz negro, se auto-impuso este método para encontrar su propia imagen, su propio vocabulario plástico. Solo después de sentir que lo había logrado, empezaría a incorporar nuevamente el color. 

Justamente esos dibujos simples y poderosos fueron los trabajos que deslumbraron por completo al reconocido fotógrafo Alfred Stieglitz (1864 – 1946), quien los expuso por primera vez en 1916, en su galería de arte (Galería 291) de Nueva York, epicentro de la modernidad, y del arte de vanguardia de la ciudad. Esa fue la puerta de entrada de una joven O'Keeffe a los círculos artísticos e intelectuales más importantes de EE. UU. Su obra cautivó por su originalidad, modernidad e innovación. 

Entre sus producciones más destacadas de este período se cuentan sus primeras abstracciones: Evening Star No. III, 1917, perteneciente a la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que por su composición, colorido y textura fluida hace pensar, inevitablemente, en la abstracción postpictórica, sobre todo en algunas piezas de Helen Frankenthaler o Morris Louis; Lucero de la tarde N.º VI, 1917; Serie I. N.º 3, 1918; Serie I. N.º 4, 1918, son otras de las obras más notables de estos años. A la luz de estas producciones resulta elocuente la frase de la propia artista en la que sostiene: “Los colores, las líneas y las formas me parecen una declaración más definitiva que las palabras”.

 

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Evening Star No. III, 1917. MoMA, Nueva York.

 

Para 1918, ya en pareja con Stieglitz –con quien luego se casaría en 1924–, repartió su tiempo entre Manhattan y una granja de Lake George, ubicada en el estado de Nueva York. Los establos y graneros le recuerdan a los de su infancia en Wisconsin, allí la naturaleza seguirá siendo su principal fuente de inspiración y referencia para su producción artística. Desde entonces su fama no paró de acrecentarse y, a mediados de la década del 20, O’Keeffe ya era una de las artistas más célebres de su país, conocida tanto por sus radicales representaciones de flores como por sus pinturas de rascacielos de Nueva York, símbolos absolutos de la modernidad norteamericana.

Manhattan le hace cambiar su mirada y su perspectiva. La estimula a crear con un nuevo lenguaje, más geométrico y sintético, lo que la hace alejarse (aunque no tanto) de las curvas y las formas orgánicas que predominan en sus otras producciones ligadas al campo y al ámbito rural. De todas maneras, en esas vistas urbanas los efectos climáticos, atmosféricos y lumínicos parecen ser los verdaderos protagonistas. Series que la emparentan al pictorialismo que Stieglitz desarrollaba por aquel entonces. En los primeros años de relación hubo una constante y evidente retroalimentación en la obra de ambos artistas.

  

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Serie de pinturas de edificios de Manhattan. 

 

Por esa época comienza una de sus series más representativas, y es también donde se evidencia con claridad la utilización de recursos y estrategias visuales propias de la fotografía moderna. En sus célebres trabajos de flores de distintas especies utiliza el recorte, el encuadre, el zoom, y la extrapolación de escala. La artista solía decir que si hubiera realizado las flores en su tamaño natural, nadie hubiera reparado en ellas. De este modo, las expande ocupando toda la superficie de la tela. Por lo que hace que puedan verse, como a través de un microscopio, hasta los detalles más diminutos. 

Presentaba una planificación rigurosa y metódica de sus pinturas, dada su formación académica. Realizaba varios dibujos preliminares y bocetos antes de ponerse a trabajar sobre la tela. Estas piezas demuestran una gran destreza para simplificar y sintetizar las formas. Una de las obras más representativas de la serie Estramonio. Flor blanca n.º 1, 1932, es la obras más cotizada hasta la fecha, realizada por una artista mujer. O’Keeffe nunca estuvo de acuerdo con la lectura que se le ha dado a estos trabajos, donde sólo se destacaba la representación de la sexualidad femenina, el erotismo y la sensualidad de las formas. Esta era la interpretación que Stieglitz siempre quiso imponer sobre estas pinturas. Su carácter controlador y sobre todo su insistencia por tener injerencia sobre su producción, sumado a sus frecuentes infidelidades, fueron alejándola. Aunque desde los inicios de la década del 30 ya estaban separados, el matrimonio legalmente duraría hasta 1946, año en que muere Stieglitz.

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Estramonio. Flor blanca n.º 1, 1932.

 

 

Análisis de la obra: Ram's Head with Hollyhockel nacimiento de una nueva imagen

En 1929 O’Keeffe visitó por primera vez el estado de Nuevo México, la belleza natural y el arte de los pueblos originarios de la región la deslumbraron por completo. Durante las siguientes dos décadas, pasó la mayoría de los veranos viviendo y trabajando allí. De hecho, para 1949 se estableció de manera definitiva en Santa Fe, convirtiendo ese inhóspito lugar en el mundo su hogar permanente hasta su muerte. Pintó durante varios años, repetidas veces el Cerro Pedernal, tal como lo había hecho ya Cézanne, con su adorado Monte Santa Victoria. Una de sus frases más conocidas al respecto, rezaba: "Ésta es mi montaña privada, me pertenece, Dios me dijo que si la pintaba lo suficiente, podía quedármela".

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Pedernal, 1941.

 

En 1935, tras un período de tensiones personales y profesionales que la llevaron a alejarse de su amada tierra y casi abandonar la pintura, O'Keeffe regresó al suroeste, donde el imponente paisaje desértico revitalizó su creatividad. El estar nuevamente impregnada de esa inagotable fuente de recursos pictóricos que para ella era el desierto, surgió nuevamente el impulso para crear. Ese verano comenzó a trabajar en el que sería uno de los lienzos más significativos de su carrera: Ram's Head with Hollyhock, 1935. Esta pintura anuncia una nueva etapa en su trayectoria, en la que puede apreciarse con claridad cómo trabaja con mayor libertad, y en la que comienza una profunda renovación de su lenguaje pictórico, en la que se destaca la seguridad con la que maneja motivos y asuntos tratados con anterioridad. 

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Ram's Head with Hollyhock, 1935.

 

La iconografía de los huesos de animales –que la artista recolectaba en sus caminatas y coleccionaba- ya está presente en trabajos previos como Cow's Skull with Calico Roses, de 1931, con predominio de colores blanquecinos y pálidos con un delicado y sutil modelado del volumen, o en Cow's Skull: Red, White, and Blue, 1931, óleo sobre tela de 101.3 x 91.1 cm, en el que un cráneo de vaca flota sobre un fondo que remite a los colores de la bandera norteamericana. En Ram’s Head with Hollyhock, una poderosa osamenta de colores ocre, acompañada de una flor, flota enigmáticamente sobre un paisaje desértico, y sobre un cielo que preanuncia una tormenta. Lo que más sorprende de esta pieza es la exquisita y excéntrica yuxtaposición de elementos, todos tratados por separado con anterioridad por la artista. Este tipo de composición profundamente misteriosa y con tintes surreales, la acompañará por un buen tiempo.

Es esta nueva e imponente imagen cargada de simbolismo la que devuelve un renovado interés por el trabajo de O’Keeffe. Cuando fue exhibida en 1936, el reconocido artista y crítico Marsden Hartley (1877 – 1943) elogió la pintura, describiéndola como una "transfiguración", es decir, el momento exacto en el que –tal y como ocurre con el cuerpo de Cristo- lo físico, la materia, se transforma en algo espiritual. Si bien también puede interpretarse como una representación del viaje interior que O'Keeffe realizó para superar los tormentos vividos durante su separación con Stieglitz, en esta emblemática pintura la artista logra una imagen sumamente contundente, que vive independientemente de su creadora y la trasciende. 

Por otra parte, también es una obra considerada central para la formación de una identidad visual netamente “Americana”. Indudablemente, dada la fecha de realización y el contexto en el que fue creada puede pensarse, asimismo, en relación a “la gran depresión”. El suelo arrasado, infértil, el cielo tormentoso y lleno de nubes negras acompañan el significado alegórico de la osamenta. Sin embargo, la flor de malva real –con poderes medicinales- nos recuerda que toda muerte puede ser a la vez un renacimiento.

 

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O'Keeffe pintando en el desierto de Nuevo México.

 

Basándose en la grandeza y la inmensidad del paisaje del oeste, O'Keeffe dio a luz a un estilo absolutamente personal: sintético, conciso y reduccionista. Al romper con el procedimiento de extrapolación de escalas que solía hacer con las flores, comenzó a pintar, en cambio, imágenes telescópicas que favorecían lo distante y lo inmediato. Lo pequeño parecía gigante, y lo grande mínimo, de este modo podía concentrar toda su atención en un único objeto aislado: una montaña, una piedra, una flor, un hueso. Su conocimiento de la pintura de los pergaminos orientales y la influencia de Wassily Kandinsky, la ayudaron a comprender un concepto fundamental para su vida y obra, que el vacío propiciaba la plenitud. Así aplicó este principio filosófico tanto en sus pinturas de paisajes panorámicos, así como en objetos solitarios colocados en el espacio pictórico.

 

Saber mirar toma tiempo

En los últimos años de su vida, comienza a viajar intensamente y con regularidad por el mundo, fuera del terruño que había adoptado por elección. Al contrario de lo que pueda pensarse, el tomar contacto con otras realidades y lugares la hacían valorizar aún más, su lugar en el mundo. Algo que sí va a cambiar nuevamente es su mirada y perspectiva, es allí que comienza a plasmar las vistas desde la ventana del avión. Su tierra de pertenencia y el paisaje circundante serán resignificados a partir de estas tomas áreas, que recuerdan sus primeras abstracciones, logradas con gran sutileza y economía de recursos, líneas ondulantes surcan vastas superficies de lienzos, a modo de representar los accidentes geográficos que surcan la topografía de la tierra. El colorido de estas piezas asombra por su luminosidad, y recuerdan a algunos de sus primeros trabajos también abstractos. Al igual que aquellos, la pintura es clara, fluida y liviana, y parecen ser de acuarela. 

 

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Retrato de Georgia O'Keeffe.

 

Mientras la mayoría de sus contemporáneos miraban constantemente a los artistas europeos por guía y referencias, O’Keeffe dedicó toda su vida, cada día de sus noventa y ocho años, a producir un arte absolutamente propio, auténtico. Su producción plástica fue un pilar fundamental para el desarrollo del arte moderno norteamericano. A los setenta y uno la artista comienza a perder la visión y hacia el final de su extensa vida se queda completamente ciega. En ese período realiza piezas de cerámica, pero no abandona la pintura sino que produce con la ayuda de dos asistentes a quienes daba instrucciones. El Museo Georgia O'Keeffe en Santa Fe, Nuevo México, alberga la colección más grande de su obra, así como sus archivos y sus dos casas. También cuenta con un Centro de Investigación dedicado al estudio del modernismo estadounidense desde 1890 al presente.

 

 

 

 

 

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