En Somit o una vida afortunada, la exhibición de Mayra vom Brocke en la galería Linse de Buenos Aires en agosto 2025, la artista se había dejado encantar por la mística de las mariposas, la narrativa de los ansiolíticos animados y la persecución organizada de las pesadillas para que la pintura las redima
Todo con amor, dolor y alegría agria. En una punta de la muestra estaba la última obra que había pintado hasta entonces (Hoja Doble), una mariposa que no se parecía a su sombra. Muchos de los que fuimos o pasamos por ahí hablábamos de esa imagen como descubriendo una bisagra. De esa obra salieron toda una serie nueva, de las que me gustaría decir algunas cosas. En estos días deben estar viajando en avión para mostrarse en Art Basel Miami, ese nombre-engendro tan sintomático de lo que el arte necesita y de lo que no necesita.

Hoja doble, de Mayra vom Brocke
La serie se llama No tengo ideas mentales y le hace honor a las ocurrencias atildadas de Mayra. Con esto quiero decir que la responsabilidad nerviosa con la que imagina habitualmente está acompañada de un idilio con el arte rayano a la libertad. En la serie las mariposas se comprometen a la luz, son organizadas por la luz, pero esconden atrás el as de la sombra. Sin embargo, como suele suceder, no sabemos, en el fondo, de dónde viene la luz. Vemos la luz en los rincones, en las junturas de las paredes con el piso, en el material que les sirve de apoyo. Estamos condenados a ver lo iluminado y no ver la luz. ¿Cómo van a conversar estos cuadros con la luz que viene de afuera cuando estén colgados de paredes que dan a ventanas?
La historia es para adelante, se proyecta y se hace con lo que pasó antes. La luz viene de antes. Godard decía que la del cine es la historia más grande del arte porque es la única que se proyecta. En estas pinturas las cosas son distintas, la superficie de la tela iguala las perspectivas y las rehace como quiere, sumando facetas y planos que son la estructura imaginaria donde las sombras discuten con las mariposas que discuten con la luz. Y si no discuten, conviven. Y si no conviven, se acostumbran. Y si no se acostumbran, se niegan entre sí. Y si no se niegan entre sí, nos dejan la respuesta a nosotros. Si hay luz hay sombra, es inevitable. La sombra es la extensión del que da con la luz; siempre y cuando la luz no haya dado antes con uno.
Larva en latin significa fantasma. Una larva es un proyecto de mariposa que se proyecta. Una mariposa es el proyecto realizado de una larva y una sombra es el fantasma de la mariposa, su fondo final, su empezar de nuevo.
Es junio de 1942 y Ezequiel Martínez Estrada pasea por Miami. Es uno de los más grandes ensayistas argentinos, estudioso de la pampa, de Simone Weil, de Hellen Keller, de Paganini, de Balzac y amigo/enemigo del otro genio nacional, Borges. Se sorprende de la organización de Miami, de la modernización, de cierta igualdad pétrea, de la comida, de los ecos de la guerra en la vida de playa. Dice que es una ciudad de estudiantes y de novios. Compara un local de Five & Ten con una novela de Dickens. Camina atónito pero descansado y el 29 de junio anota en su diario lo siguiente: “Estoy oyendo jazz. Siento (adivino) que el jazz puede servirme para un análisis de la civilización standard como borrachera, como olvido”.
Me parece que las palabras del compatriota de Mayra no hacen más que empujar una impresión final. Una que me convida la idea de que las pinturas que vemos acá descubren que no hay que olvidarse de uno y que con uno vienen las sombras. Que del momento en donde el vuelo de la cabeza se detiene en el atril del descanso de las mariposas, parten preguntas para atrás y para adelante, como ramalazos de lámparas en callejones sin salida. Son escenas a punto del hermetismo y la locura que se rompen de repente, como un huevo o una vidriera.
En la vidriera que imagino al costado de estas pinturas están jugando un gato y un ratón. Hay tensión y gracia. Un grupo de ciudadanos se juntan para ver el final de la escena y de repente, desde atrás, el taco de un zapato rompe el vidrio. Gato y ratón, público y taco, son ahora inútiles. Quedan en el corazón del día todas las preguntas de la sombra.
No me doy cuenta hasta qué punto profundizar sobre todas estas variantes que las obras abren, porque sospecho que puede terminar por desgranar el sentido impalpable que tienen. Pero, a su vez, las pinturas son objetos, son palpables. Ahí se estira un sesgo de negociación entre sentimientos, las flechas de las oportunidades se dividen en dos caminos. Están las pinturas, que van a existir por muchos años en paredes, bodegas, depósitos y talleres; y está lo que nos acordamos de las pinturas, incluso están sus fotos para hacernos acordar. Con esa confusión del recuerdo de cuando las miramos por primera vez vienen las preguntas y viene la sugerencia triste de una pérdida que habla a decirnos que lo que nos quedó quiere alentarnos y pedirnos que le contemos qué son los cuadros. Nos confiesa que una sombra es fácil de contar porque cuenta otra cosa, porque no existe sino como efecto, como veladura de extrañeza entre tanta literalidad que aplasta, entre tanto delirio. La alianza de las mariposas con las sombras son el par antagonista de un cartelón gigante que dice “El arte así de enredado y tautológico como está ahora”.










