Martes, 30 Septiembre 2025

Raquel Barreto: “No me gusta la idea del arte de la concientización”

La primera afrobrasileña en ocupar la jefatura de curaduría del MAM de Río de Janeiro dialogó sobre los desafíos institucionales, la fiesta como práctica política y los puentes culturales entre Brasil y Argentina.
Por Nicole Giser Viernes, 26 de Septiembre 2025

 

La historiadora brasileña Raquel Barreto es, desde abril de 2024, la curadora en jefe del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (MAM). Una de las instituciones más importantes de Brasil, cuya arquitectura racionalista la vuelve, a la vez, una pieza singular y emblemática en sí misma por cómo se funde con el entorno natural e integra la vista del mar y la Bahía de Guanabara. En paralelo a su práctica en el museo, la investigadora graduada en la Universidad Federal Fluminense, con Maestría en Historia Social de la Cultura de la PUC-Río y especialización en Fotografía y Literatura Contemporánea Hispanoamericana, mantiene su labor independiente. Es gran difusora en su país de las ideas de la filósofa y activista norteamericana Angela Davis, a quien considera una figura intelectual fundamental para la lucha contra la opresión social; al punto que llegó a prologar la edición brasileña de Angela Davis, una autobiografía (2019) y organizar mesas de debate junto a ella. 

 

—¿Cuál fue tu primer acercamiento con el arte? ¿Cómo empezó tu carrera?

—En 2020, poco antes de la pandemia, fui invitada a curar una exposición sobre una escritora brasileña muy importante llamada Carolina María Jesús. Pasó toda su vida escribiendo. Era muy, muy pobre, vivía en la favela de San Pablo, donde las condiciones son mucho más difíciles que en las de Río de Janeiro. Tenía tres hijos y, en tiempos para nada globalizados, debía trabajar mucho más duro para tener un sustento para ellos. Curé esta exhibición junto a Helio Menezes, quien después fue curador de la XXV Bienal de San Pablo. Él me invitó a ser parte del proyecto que se realizó en el Instituto Moreira Salles y después estuvo en otros espacios. Era una exposición muy compleja, involucraba artes visuales, literatura, historia. Mi formación es de historiadora, entonces había una expertise en trabajar parte de la historia de Brasil del siglo XX con una narrativa sobre las ideas de modernidad y progreso, que en los años sesenta, cuando sale el libro mencionado, Brasil estaba en esos discursos. Pero su narrativa era muy triste, sobre cómo vivía la gente en la miseria. Ella tenía una perspectiva muy única del mundo y toda la crítica literaria por mucho tiempo nada más se enfocó en que era una mujer negra y pobre. Nosotros queríamos enseñar todo lo que había de riqueza a su alrededor. Usaba por ejemplo lo que no era de “buen gusto”, escribía sus diarios sobre papeles viejos o de pan. La exhibición tuvo muchísima repercusión en 2021. Quedamos en la final de un premio de literatura en la categoría de artes visuales. Después hice una gran exhibición junto al curador mexicano del Guggenheim, Pablo León de la Barra, alrededor de la obra de un artista negro muy fuerte que estuvo en la primera Bienal de San Pablo. Además de ser la curadora principal del MAM, tengo una práctica independiente en la cual abarco temas más cercanos a los afrobrasileños o las cuestiones negras. Este año hice una muestra sobre Laudelina de Campos Melo, la mujer que fundó la Lucha de las Trabajadoras Domésticas en Brasil pero que también organizó un baile, una fiesta, hizo muchas cosas aparte de la organización política. Es una exhibición que el próximo año va a San Pablo. Mi práctica como curadora tiende a balancear lo institucional con proyectos independientes que tengo autonomía de hacer.

 

—¿Cuáles considerás hoy los mayores desafíos del trabajo curatorial?

—En las instituciones de arte tenemos un problema de presupuesto. Por otro lado está el desafío de seguir siendo relevantes en un contexto en el cual para las nuevas generaciones a veces es difícil tomar el tiempo y la atención de estar en un museo. A la vez, en Brasil pasó un fenómeno, la gran presencia de artistas afrobrasileños que tocan temas que son muy cercanos a mucha gente, no solamente a la que le gusta o conoce el arte. Es decir, más allá de las crisis, hay mucha demanda por exposiciones que traten de temas LGBTQ+, indígenas, negros. Hay un público que sí va al museo y que sus papás no iban, un público nuevo. Y hay artistas nuevos que dialogan con esta generación, que comparten los mismos signos. Es algo muy interesante y único lo que Brasil está viviendo ahora. La anterior Bienal de San Pablo fue la primera con una curaduría en la cual tres de cuatro personas eran negras. Entonces creo que hay también un desafío en un museo como el MAM de mantenerse relevante y presentar a artistas jóvenes, producción contemporánea, a la vez que la gente pueda seguir viendo clásicos del arte brasileño, porque a veces no es tan sencillo en Río que puedas presentarle a las nuevas generaciones, las antiguas. Siempre trabajar en el ejercicio de entender y trazar lecturas. El arte cumple este papel de tender diálogos y proposiciones entre creadores, público y gente.

 

—Sos historiadora y tu recorrido evidencia una búsqueda política fuerte. En ese sentido pienso que hay una creencia, de tu parte, en el arte o la expresión como medios para que surjan transformaciones. ¿Crees que el rol del arte en general tiene que ver con eso, que es posible?

—No me gusta mucho la idea del arte de la concientización, que es algo de los sesenta o setenta. No creo en esa perspectiva marxista de que el arte concientiza. En Brasil hay un fenómeno muy importante de esta generación de artistas jóvenes: hacen mucha investigación histórica y lo vuelcan a la producción artística. Tienes la posibilidad de presentar investigaciones y establecer diálogos al mismo tiempo que de presentar belleza estética. Artistas como Rosana Paulino, que estuvo en Malba, tienen un trabajo muy político, de denuncia, pero hay artistas jóvenes afro brasileños en Brasil, que no están preocupados por la representación, sino por crear sus propias poéticas. Ahí hay mucha libertad, porque no tienen que tener esa responsabilidad. La idea del arte de la concientización hace que el arte sea tutelado por un discurso político mayor. De todas formas, por medio del arte la gente se entera de debates que sino no entendería. Se puede comunicar y compartir hasta una tesis de doctorado que nadie leería. En Brasil producimos el evento artístico más importante del mundo, a la vez, que es el carnaval de escuelas de samba: algo increíble pero que no es tomado como arte contemporáneo porque sólo lo más sofisticado lo es. Más allá de todo esto, en algún momento nos tenemos que posicionar, siendo que pasamos por cuatro años muy difíciles, algo que en Argentina están viviendo ahora. Hubo una persecución a los artistas, corte de presupuesto, muchas cosas, y si había una necesidad muy evidente de pronunciarse, pero solo no me gusta que se haga uso instrumental del arte, creo en la autonomía y en la libertad artística.

 

—Estás al frente de la curaduría de una de las más importantes instituciones de Brasil. ¿Qué consideras fundamental en un cargo como ese? Aunque no quieras instrumentalizar el arte, ¿hay problemáticas contemporáneas que te interese visibilizar desde ese lugar?

—Sí. El MAM está muy comprometido con entender al arte como práctica de educación, y con una tarea de desarrollo de ciudadanía, promoción de cultura y del patrimonio del país, que pasa por muchas de las obras de la colección. Hay una responsabilidad de la salvaguarda de una memoria de una historia de Brasil, aún sin un discurso nacionalista. Cuando fui a Argentina, me encantó y quedé muy impactada con el Museo de Arte Moderno, con la fuerza del pensamiento concreto de los artistas, la explosión del arte conceptual y del cinético, que en Brasil no tuvo tanta fuerza, y con un arte muy intelectual que vi al menos en esta relación institucional. Creo que tenemos el desafío en el museo de cuidar las más de seis mil obras, de tenerlas en buenas condiciones para exhibirlas al público, de que puedan estar en otras instituciones, viajar tanto dentro como fuera de Brasil. También de impulsar la producción joven y tener una programación aparte de las exposiciones. Tenemos un proyecto que se llama Súper Sábados con actividades al aire libre, la gente baila en ese entorno natural hermoso en el cual está el museo desde TikToks hasta Salsa, Samba y K-pop. Damos actividades para que la gente que está afuera, se involucre más. Es muy fácil sólo cumplir con la expectativa de un público, el desafío es generar diálogos. Porque cuando el museo surgió estaba comprometido con el arte de vanguardia de su tiempo, que hoy es canónico. El desafío es seguir preguntándose por la vanguardia actual de la ciudad y acogerla. También ponemos foco en las residencias con jóvenes de comunidades periféricas, para que puedan involucrarse. Río, a pesar de ser una ciudad famosa y muy turística, no tiene un sistema de arte tan estructural como San Pablo, debemos cumplir con todas estas tareas.

 

—Sos una gran estudiosa y difusora de las ideas de Angela Davis en Brasil. ¿A cuáles de ellas considerás que es ahora importante que volvamos? Si tenemos en cuenta el contexto de avance de la derecha a nivel global, y de un feminismo un tanto estancado después de la gran última “ola” prepandemia.

—Junto con una intelectual afro brasileña llamada Léila Gonzalez, investigamos el concepto de “amifricaidad”, que tiene que ver con una unidad en el continente que no pase por el colonizado. Creo que es un punto interesante para pensar lo que nos toca hoy y que se encuentra con la idea de democracia de Angela Davis: estamos muy fragilizados en nuestras experiencias democráticas en todo el continente americano. Davis habla de la abolición de la democracia por el proceso incompleto del final de la esclavitud en los Estados Unidos. En Brasil, la izquierda tiene pocas herramientas para pensar un mundo totalmente libre de la prisión de las fronteras. Davis se imagina en los años sesenta un mundo sin prisión, sin fronteras, con una perspectiva internacionalista que yo creo que nos hace falta. La interconexión y globalización de las luchas y las resistencias. Hoy no hay soluciones individuales para los estados, las naciones y los continentes. Para muchos hay una relación tensa entre el presidente de Argentina y el de Brasil, por ejemplo, pero yo escuché en Argentina esta idea que me gustó mucho: la relación entre Brasil y Argentina está más allá de los presidentes. El arte es un puente interesante para construir relaciones entre gente y pueblos a partir de lenguajes que son universales. En cuanto al rol de las mujeres, la idea es no repetir el modelo de opresión masculino, sino imaginar otras posibilidades de emancipación y libertad pero sin emular los modos de comando y liderazgo que el patriarcado nos ofrece. Creo que hay un feminismo que sí tiene como referencia el mundo de los hombres y cree que nada más hay que intercambiar los papeles: no habrá liberación si repetimos la guerra como herramienta de comunicación, de política internacional. Y es muy autoritario que diga que las mujeres que dependen de eso no son feministas, porque si lo son a su modo, pero yo creo en otro proyecto político: construir algo que sea para todos. El arte en ese sentido puede ayudar a crear intercambios, pero siempre desde la autonomía: si un artista indígena quiere nada más estudiar colores y formas abstractas, es muy válido también, porque a los hombres blancos en el arte no se los obliga a que piensen o tengan una agenda. ¿Por qué los artistas de otras comunidades sí tienen que estar involucrados? La libertad debe ser igualitaria.

 

—Es loco porque en Argentina se dieron discusiones dentro del feminismo, de si había que integrar o no a los hombres en la lucha. Se discutía mucho en 2018, cuando tuvimos la gran ola verde. Una parte del movimiento piensa que si no los integramos, alguien más lo hará: algo como lo que pasó con el liberalismo. 

—Si, las mujeres no deben perder su protagonismo en la lucha, pero la extrema derecha en todo el mundo supo articular muy bien esta frustración de los hombres, en especial en Brasil. Estos hombres son sobre todo jóvenes, o muy viejos con sus ideas retrógradas adonde nos falta entender cómo llegar. En las comunidades periféricas, muchos hombres se identifican con este discurso que va en contra de ellos mismos, porque en cuanto a la masculinidad, los hombres de mi comunidad nunca pudieron cumplir ese papel, Brasil nunca les permitió ser el proveedor de la familia. Hay que encontrar formas de diálogo con ellos, de que entiendan que no es algo en contra de ellos sino de la opresión. Tú mencionaste la Ola Verde, sabes que es una referencia en Brasil todo lo que hicieron las argentinas. Es un parámetro acá para el movimiento feminista, cómo organizaron el debate del aborto, como también lo son los movimientos sociales las Abuelas de Mayo. Los argentinos emprendieron algo que estamos intentando hacer ahora contra la dictadura. Denunciar y señalar a los culpables por este proceso es algo que hasta ahora no hemos logrado conseguir, se asocia a lo que estamos viviendo ahora con el juicio de Bolsonaro. Argentina ha sido una experiencia distinta pero cercana, que ha manejado mejor estas cuestiones. Y a la vez no creo que Argentina haya avanzado tanto con la cuestión indígena afro, todavía no se entienden como nación no europea. Se olvidan a veces de los contextos de Sudamérica. Es interesante hacer estos debates transnacionales, compartir experiencias y entender. 

 

—¿Cómo ves la escena de arte brasileña y cómo dialoga con todo esto? 

—Está increíble. Mucho orgullo de estar viviendo este momento, hay mucha producción. No alcanzas a ver todo lo que la gente está haciendo. Hay un problema de registro de esto, de lo que se va a quedar, lo que las instituciones van a ser capaces de tener en sus memorias de aquí a 50 años. Pero es un momento muy rico de ver. Tenemos una capacidad de generar la fiesta en Brasil, que es algo a veces visto como tonto, sin información, pero cómo la gente es capaz de seguir produciendo arte y cultura popular en las calles, cómo hay una democracia que surge en las fiestas. La gente es capaz de ir a la calle, hacerlas, organizarse, ocupar el espacio y que las cosas terminen bien. Parece que es algo sin conciencia, pero hay conciencia de democracia, de los espacios, de cómo ocuparlos, de manejar conflictos, es la propia gente que tiene que ingerir y se organiza. La escena artística de Brasil está muy viva, y los artistas brasileños están siendo reconocidos internacionalmente con valores de mercado muy altos. Especialmente dos mujeres, Adriana Varejao y Beatriz Migliazzi, tienen una gran trayectoria, empezaron en los ochenta, con mucho trabajo. 

 

​​—Me interesa esto que decís de la política como algo necesario pero que no debe acaparar todo. Del carnaval y la fiesta como... 

—El carnaval puede ser político cuando pensas que hay una vida paralela al trabajo y que no estamos aquí nada más para trabajar, esa es la lógica del capital del neoliberalismo en su máxima expresión. La fiesta separa la vida del trabajo para que la gente celebre. Hay un potencial que es muy emancipatorio en el placer de la alegría. Porque este mundo como vemos nos ha robado nuestra alegría de vivir. Estamos enfermos emocionalmente y físicamente por trabajar muchísimo. El hecho de que alguien pueda parar, no pensar en pagar cuentas, no preocuparse y producir arte, se vuelve político. Arte es política en el sentido de imprimir tu expresión en el mundo y no solamente si está condicionada a una agenda. El hecho de que una persona trabajadora y no de la élite, pueda frecuentar museos y espacios de arte, es político también, porque no estaba dado para nosotros. 

 

—¿Y qué hacemos cuando el capitalismo se aprovecha del progresismo en los espacios de arte?

—Es un poco inevitable, el capitalismo tiene la gran capacidad de convertir todo en mercancía, de transformarlo en rentable. Todo lo que podría estar en contra de él, sorpresivamente termina estando incorporado. La gente debe entender, por ejemplo, que el hecho de que una mujer negra como yo esté en el lugar que estoy, no cambia las desigualdades estructurales, y las decisiones en el arte cambian hasta un punto. Tuvimos tanto acá como en Argentina, presidentas mujeres, y eso no cambió el patriarcado. Tampoco una persona es responsable por cambios decisivos, siempre son colectivos. El arte, esto tan mágico de lo que hablamos, tiene una parte que es comercio, mercancía, y que se vive de eso. No hay que ser totalmente inocentes: las mudanzas son colectivas, el arte por sí solo no va a cambiar el mundo. Se pone una gran responsabilidad en él y no en la cultura, cuando somos un ecosistema. Está muy mal que la gente crea que los artistas son revolucionarios, que tienen que cumplir un papel. Pero espacios de diálogos pueden fomentar soluciones colectivas. Hoy las grandes instituciones de arte solo tienen a mujeres o personas negras en alguna posición, pero el consejo sigue siendo de hombres blancos. No significa que no sea válido lo que hacemos, pero tiene límites. 

 

—Visitaste Argentina por primera vez, estuviste en arteba y me contabas que también en el Museo Moderno. ¿Fuiste a algún otro espacio? ¿Qué impresión te llevaste de la escena?

—También fui al Malba, me encantó. Al Museo de la Inmigración, un increíble proyecto por su espacio, las exposiciones de la Bienal Sur. Había trabajos de jóvenes artistas de Brasil. También fui a Proa. Me encantaron todos por la localización, lo que hacen con la educación y demás. Y me gustó mucho también ver un poco de la otra parte, la no institucional. Tengo muchísimas ganas de regresar para ver lo que pasa ahí, cómo la gente que está afuera en las periferias de la ciudad, está pensando en el arte. Me sorprendió que tuvieran tanto conocimiento del arte brasileño. Nosotros no tenemos algo como el Malba, falta algo aquí en Brasil dedicado al arte latinoamericano. Me gustaría conocer mejor la cumbia, todo el proceso que pasa por la música, intercambiar con gente de otras partes de Argentina. Ojalá pueda regresar. 

 

 

 

 

 

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